jueves, 28 de febrero de 2008

La violencia que nos oprime

La semana va avanzando. No sé si se debe más a circunstancias personales mías, pero tengo la sensación de que la panorámica política ha emprendido ya la última carrera de fondo hacia la meta del 9 de marzo. Es como si ocurriera algo nuevo cada minuto.

Frente a eso, por desgracia, hay algunas constantes que permanecen. Esta semana han muerto cuatro mujeres, en el mismo día, a manos de sus parejas o exparejas. Van diecisiete en lo que llevamos de 2008. Según mis cálculos, si continuáramos con el promedio de diecisiete víctimas cada dos meses, al final de año tendríamos más de cien. Si se produjeran cuatro muertes por semana hasta que acabe 2008, las cifras rondarían las doscientas.

Además, he leído esta mañana que en las últimas horas ha habido dos apuñalamientos más de dos mujeres, a manos de sus compañeros sentimentales. Siempre presuntamente, claro, mientras no se demuestre lo contrario.

Pero dudo que se haga. Sabemos que esta es la historia que siempre se repite, y estamos tan acostumbradas y acostumbrados a ver cómo acaba que sólo cuando se produce una concentración de crímenes como la de esta semana, nos echamos las manos a la cabeza (y empezamos a hacer propuestas firmes, de cara al electorado).

La violencia contra las mujeres -que mal llamamos violencia de género- es tan vieja como el mundo. Quienes hemos dedicado algún tiempo a estudiarla sabemos que obedece a una causa sencilla de enunciar pero difícil de enfrentar: el patriarcado. El mismo al que se referían ya las feministas de los años 70, y que continúa conformando nuestros universos sociales, públicos y privados. Por eso siempre decimos que las causas de tanto sufrimiento -que no deberíamos nunca olvidar que no se limita a las muertes- son estructurales; anidan en lo más profundo de nuestras conciencias, y se resisten a desaparecer e incluso reaccionan con violencia ante los frenos que se les imponen.

Que la violencia sexista es un fenómeno extremadamente complicado de erradicar es algo que no necesita más pruebas que las que hemos tenido en estos días. No, en un país como el nuestro, que cuenta con una de las legislaciones más avanzadas del mundo en la materia. Desde finales de 2004 contamos con una Ley Integral sobre violencia contra las mujeres que se encarga de disponer todo lo relativo a las medidas judiciales para proteger a las víctimas y castigar a los agresores (juzgados especializados, aumento del número de jueces). Pero que, sobre todo, legisla sobre la necesidad de las políticas y estrategias preventivas, por la vía de la sensibilización y la concienciación que persiguen la reeducación integral de toda la sociedad.

No exagero. Sólo una transformación radical de la sociedad permitiría acabar con la violencia misógina. No hay otro camino que el de la prevención. Una prevención que deberá fortalecerse e incrementarse paulatinamente, y que no dará resultados visibles a corto ni a medio plazo. Pero que es, repito, nuestra única esperanza.

Teniendo en cuenta todo esto, me duele recordar cómo este tema fue utilizado como arma arrojadiza -algo que ya había sucedido en el pasado, por cierto-, en el debate electoral del lunes, como intento de deslegitimación de la Ley Integral y de toda la política del Gobierno en materia de violencia de género.

Tengo que desdecirme parcialmente de algo que comenté en una entrada de hace algún tiempo y reconocer que Mariano Rajoy ha dejado de mirar al cielo mientras silba. Desde hace un par de semanas enarbola una actitud electoral combativa y bien definida, claramente alineada con los principios políticos del neoconservadurimo extremo de este principio de siglo, y que está mostrando a las claras cuáles son sus proyectos y compromisos para el futuro. Y yo le doy las gracias por ello. Gracias, por mostrarnos la cara auténtica -la de la xenofobia, el machismo y la falta sistemática de respeto- del programa del PP para la próxima lesgislatura. Continúa habiendo puntos sospechosamente oscuros, claro, que, como ya he mencionado varias veces, me encantaría que nos explicaran, pero confío en deducirlos por mí misma, de todas formas, antes del 9 de marzo.

Resulta muy curioso asistir a ese tipo de reproches, en relación a la violencia, cuando hemos escuchado previamente tantas negativas a legislar en materia de igualdad de oportunidades. ¿O es que afirman que la violencia contra la mujer -no tengo más remedio que llegar a esta conclusión- no tiene que ver con un problema de falta de igualdad?

Muchas veces se ha hablado de terrorismo doméstico -que no es sólo doméstico-; creo que deberíamos reaccionar, también en este caso, con fuerza, cuando el terrorismo, cualquier terrorismo, se utiliza con fines partidistas. Ya está bien.

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