martes, 22 de diciembre de 2009

Inventario de teatro II

Tengo que añadir una nueva entrada al inventario de teatro que escribí en noviembre (http://lamujerquemedelaganadeser.blogspot.com/2009/11/inventario-de-teatro.html):

- Bodas de sangre (José Carlos Plaza, Teatro María Guerrero, Diciembre 2009). Me acabo de dar cuenta de que José Carlos Plaza era el director de la versión de Fedra que vi en octubre, y que no me gustó demasiado. Pero no es el caso de Bodas de sangre, afortunadamente. Me parece impecable. Me gustó mucho el vestuario y también la presencia, la postura de las actrices sobre el escenario; resultaban sólidas, con las piernas ligeramente separadas, como si estuvieran unidas a la tierra. Trasmitían mucha fuerza. Aún estará casi dos semanas en cartelera (hasta el 3 de enero, si no prorrogan); aconsejo ir a verla.

Como coda teatral del año, hace unas semanas terminé de leer Otros escenarios. La aportación de las dramaturgas al teatro norteamericano, un librito que encontré en la Llibreria Pròleg de Barcelona. He descubierto un buen puñado de nombres de autoras que -para variar- no me sonaban de nada (exceptuando a Gertrude Stein y Lillian Hellman). Necesito hacerme con sus obras. El problema es que aquí son casi imposibles de encontrar, salvo vía Amazon. Pero gracias a una amiga que trabaja en una librería, dentro de unos meses, tres de ellos podrán ser míos. ¡Me muero de ganas! Las referencias que he elegido son: Trifles, de Susan Glaspell; The Children's Hour, de Lillian Hellman; y How I learnt to drive, de Paula Vogel.

Ya os contaré...

sábado, 19 de diciembre de 2009

Las malas

Acabo de terminar de releer (parcialmente) La maldición de Eva, de Margaret Atwood, como siempre con gran deleite. Especialmente, todo aquello relacionado con el tema de la maldad y las mujeres en la literatura. Gran tema. Las frases de Atwood son como flechas afiladas, o como pequeñas perlas en las que cabe todo un mundo. Las leo y después vuelvo a leerlas porque casi ninguna dice sólo lo que en principio parece que dice. Siempre me dejan con la sensación de ser medio tonta y de estarme perdiendo la mitad de las cosas que ella quiere decir.

Pero hay que tener paciencia.

Por ejemplo, se pregunta si el sufrimiento es garantía de bondad (yo personalmente creo que no, aunque todas encontraríamos ejemplos por doquier que parecerían -sólo parecerían- indicar lo contrario; sufrir, o incluso morir, no tiene, en principio, nada de especialmente virtuoso o noble).

A mí también me fascinan los personajes femeninos malvados. Seguramente, porque en principio son lo contrario de lo que cabe esperarse. Y ese tipo de sorpresas, en la literatura, siempre son de agradecer. Como los héroes (masculinos, tradicionalmente) llenos de grietas e imperfecciones (como antihéroe definí yo, con quince años, a Holden Cauldfield, de El guardián entre el centeno). Al menos, me gusta encontrarme con mujeres malvadas que no son malvadas con el único fin de mostrar a las demás mujeres -a las de carne y hueso- cómo no deben ser si quieren ser mujeres; aunque, a veces, incluso en esos casos, al autor o a la autora se le escapa el personaje de las manos y éste acaba iluminando parcelas de la realidad completamente imprevistas e incluso prohibidas. Otras pequeñas perlas. Misterios de la creación literaria.

Como dice Atwood, "sus raíces (las de la novela) están en el fango y, si se da el caso, de esas materias primas impuras brotarán flores" (pp. 80-81). Por lo impuro en la literatura; y por las flores que de ahí nacen.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Todo sobre mi madre

"A Bette Davis, Gena Rowlands, Romy Schneider... A todas las actrices que han hecho de actrices, a todas las mujeres que actúan, a los hombres que actúan y se convierten en mujeres, a todas las personas que quieren ser madres. A mi madre" (Pedro Almodóvar, 1999).

Termino ahora de ver Todo sobre mi madre, otra joyita de Almodóvar que no había visto hasta este momento. La dedicatoria me ha parecido tan bella que no me he resistido a citarla. Después de ese implacable periplo sobre la maternidad, que no deja piedra sobre piedra en lo que a desnaturalizar mitos y realidades se refiere... el breve pasaje lorquiano del final, entre algunas otras cosas, me ha hecho intuir, una vez más, la textura de la vida, compuesta de pequeñas y felices coincidencias que afortunadamente no dejan de perseguirme.

¿Por qué y cómo me he perdido estas cosas durante tanto tiempo? Voy de cabeza a por la siguiente.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Me acuerdo de que pensaba que existían varias lunas

Me acuerdo de que pensaba que existían varias lunas, que no era posible que se viera la misma desde tantos lugares diferentes, y de que siempre decía: ¡Otra luna!

Y de que mi padre me contestaba, con fingida desesperación, que no, que era la misma. Era como un juego que se repetía. ¡Otra luna!... y la reacción de mi padre, que me hacía reír.

Las niñas y los niños poseen un ego muy superior al que seguramente después logran forjarse de mayores. Porque si yo pensaba que existían varias lunas era porque no podía concebir que mi perspectiva no fuera la principal, la que probara la imposibilidad de que una misma luna, tan alta y tan grande, pudiera verse desde distintos lugares. Y que además ésta tuviera su propio movimiento, ajeno al mío. Los niños y las niñas, sin saberlo, son partidarias de la física aristotélica; poco dadas a ceder en la teoría del movimiento de los astros y a dar su brazo a torcer en el hecho de no ser el centro del universo.

Algo sucede después, en torno, probablemente, a la adolescencia o inicio de ella, que rebaja las expectativas considerablemente. Resulta que mi existencia sobre el planeta, y mi movimiento sobre el mismo, no eran los únicos hechos concomitantes. Había otros astros, además de otras personas, que también existían y se movían (porque existir sin movimiento es algo probadamente difícil).

Pero, sin embargo, no había otra luna.

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