viernes, 23 de diciembre de 2016

Mother Christmas, Mother Christmas





















Where are thou, Mother Christmas?
I only wish I knew
Why Father should get all the praise?
And no one mentions you.

I'll bet you buy the presents
And wrap them large and small
While all the time that rotten swine
Pretends he's done it all.

So Hail To Mother Christmas
Who shoulders all the work!
And down with Father Christmas,
That unmitigated jerk!


Roald Dahl, 1988

viernes, 16 de diciembre de 2016

Kamikaze-ando


El lunes 19, a las 18h, estaré hablando sobre escritura gozosa, sobre dramaturgia del yo, sobre Helvéticas Escuela de Escritura, sobre las poéticas de lo cotidiano, sobre la resistencia kamikaze diaria... O sea, estaré hablando sobre mí.
En el Pavón Teatro Kamikaze de Madrid...:)

jueves, 15 de diciembre de 2016

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Entre pizzas y diapositivas






... hacia la Navidad...

miércoles, 7 de diciembre de 2016

lunes, 5 de diciembre de 2016

jueves, 1 de diciembre de 2016

Ballerina








Esta es la razón de que no haya escrito mucho estos últimos días. El sábado por la mañana estrenamos Ballerina, el resultado de un largo, bello y tierno proceso de investigación. Hermana pequeña de Little Lambs, Ballerina nació como un spin-off de aquel proyecto; y con el paso de los meses ha ido ganando peso y confianza. Ha sido un verdadero placer buscar y husmear en compañía de Manuela Morales, y contar también con la entrega cuidadosa y calma de Marta Leiva para la fabricación de una preciosa muñeca que ya es de carne y hueso.
Ahora es el momento de mostrar y compartir, y paladear un poco el proceso, aun sabiendo que no dejamos de estar en la búsqueda. Ballerina me ha enseñado muchas cosas, que tienen que ver con la ficción y la artesanía de contar historias; pero no solo: también he aprendido sobre la paciencia, la perseverancia y la gestión del ego.
Tengo que dar las gracias, muchas gracias, a Manuela Morales, Marta Leiva, Adán Coronado, Eladio Bergondo; a toda La Manada Centro de Investigación Teatral, que nos ha procurado durante meses un espacio maravilloso en el que trabajar; a las libreras de El bosque de la maga colibrí, que nos abrieron las puertas de su maravilloso teatrito, en Gijón, para nuestro preestreno primaveral. Y a mi madre, Paloma Gómez, que alimentó y cuidó del equipo entero durante esos días, que además eran sus vacaciones. A Roberto y el resto del staff del Teatro Off de La Latina, por la oportunidad y la confianza. A todas mis compañeras y compañeros que vieron Little Lambs y se enamoraron de este personaje tanto como yo. A Itziar Pascual, siempre, por abrirme tantas puertas; y en especial esta del teatro para jóvenes públicos; y a sus hijas Ayeissa e Irantxu, que junto con las niñas y niños que asistieron a aquellas representaciones, nos enseñaron muchas cosas. A Nieves, Diana, José... por el cariño y por estar ahí. A Tiziana Pernice, por hacérmelo posible. Y a Félix Gómez-Urda, mi amor, mi gran amor.

Ballerina es un texto sin palabras; una dramaturgia en movimiento. Un canto por la necesidad de volar aunque todo esté sucio, y haya ruido, y tengamos miedo. Es un juego y una búsqueda de la esperanza entre los escombros.


Todos los sábados, del 3 de diciembre al 7 de enero a las 12:30h.; y 26, 27, 28 y 29 de diciembre, 2, 3, 4 y 5 de enero a las 18h.
En el Off de La Latina (C/Mancebos 4, metro La Latina, Madrid)

jueves, 24 de noviembre de 2016

Si yo fuera...


... un utensilio de cocina


... un árbol (pero con las cerezas en rojo).

sábado, 19 de noviembre de 2016

A pesar de Mundhostil


El lunes a las 20h., en la sala Mirlo Blanco del Teatro Valle-Inclán, en Lavapiés, presentamos este volumen colectivo, editado por mi amiga Nieves Rodríguez Rodríguez, y en el que participo con una crónica extraña titulada Escrituras. A propósito de María Zambrano en mi sofá, que me dio la oportunidad de ajustar algunas cuentas pendientes con la filosofía, y eso, de tener a María Zambrano sentadita durante unos días en el sofá de casa, la primavera pasada, mientras me recuperaba de un mal catarro...
Va a haber lectura dramatizada. Y creo que después cañas...

miércoles, 16 de noviembre de 2016

domingo, 13 de noviembre de 2016

viernes, 11 de noviembre de 2016

Leonard


Voz de terciopelo, siempre serás noviembre...

jueves, 10 de noviembre de 2016

La chica de los pelos de lana



Mis deberes del último fin de semana.

martes, 8 de noviembre de 2016

Inadecuación es tener hambre


Han pasado 20 minutos como 20 años, y ya no te recuerdo;
Es el fantasma de la inadecuación:
Me muero de hambre;
Pero no puedes quejarte: tú lo has decidido.
Quiero leer
Pero llego tarde a todas partes.
Demasiada testosterona, siempre hay demasiada testosterona en la sala:
yo odio la ilustración y odio el romanticismo, por igual.
Alicia Kopf, Natalia Carrero; solo quiero leer, solo quiero estar.



(La primera imagen pertenece a la instalación Agostamiento, del colectivo Basurama, actualmente en Matadero Madrid; la segunda imagen refleja un momento de la performance pictórica de Sara Morante en el Festival Eñe 2016)

sábado, 5 de noviembre de 2016

Feliz fin de semana de espejos y letras



Este fin de semana estamos en Festival Eñe, viendo dibujar a Paula Bonet y Sara Morante, escuchando a Remedios Zafra, Laura Freixas, Carlos Pardo y varias cosas más... como libros, editoriales, palabras y espejos: en el Círculo de Bellas Artes, escaleras arriba, escaleras abajo...

viernes, 4 de noviembre de 2016

Mientras, en Suomi...



Nevisca en estos momentos. La máxima será de -1º. Parcialmente nublado esta noche, con una mínima de -6º.
Me encanta la palabra nevisca.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Bichoboleo a comienzos de noviembre



Preparo una clase.
Dibujo, y escribo, y después dibujo de nuevo.
Como palomitas. Y espaguetis un poco insípidos.
Veo Fleahbag y Jóvenes prodigiosos, como parte de un ritual de otoño: dicen que el frío llega pronto.
Ahora escribo otra vez.
Y espero.

lunes, 31 de octubre de 2016

Quiero ser fiel al placer



¿Sabéis cómo es esa sensación de no poder dejar de crear, de que las palabras y las imágenes fluyen sin detenerse de unas a otros, y cuando vuelven a ti lo hacen diferentes, cambiadas, mejores? Hemos subido y bajado escaleras sin zapatos, hemos desayunado uvas, nos hemos disfrazado de Frida Kahlo para el pasacalles reivindicativo que pateó el centro de Cádiz reclamando la paz en Colombia (Todas somos Frida). Hemos trasnochado mucho. Incluso tratamos de bailar salsa (sin demasiado éxito, también es verdad…). Vimos bastante teatro, buen teatro (ojo a los montajes Del manantial del corazón, de las mexicanas Saas Tun, y Made in Salvador, de Teatro del Azoro, que por cierto viene a Madrid este próximo mes…). Nos mojamos mucho bajo la lluvia. Perseguimos autobuses para poder volver al hotel. Perdimos las tarjetas de las habitaciones, o las estropeamos, de manera esforzada y continua. Nos destrozamos los ojos a base de horas y horas de lentillas. Transformamos el espacio, y el tiempo. Rebuscamos y hurgamos en nuestra cultura del dolor (ya que descubrimos que el sufrimiento es nuestra salsa; la salsa, al menos, de nuestra cultura) y le sonreímos al trabajo con mimo, con cuidado. Al placer en lo micro, en el día a día a pesar de todo… y de todos. Acariciamos a nuestro monstruo (ese que chilla, y gruñe, si no le damos de comer), e invitamos a las otras a hacer lo mismo. Nos detuvimos y respiramos, y en el ínterin nos dedicamos una caricia suave, gustosa. Quizá el mundo no haya dado un gran paso; nosotras y nosotros, quienes allí estuvimos, sí. *

Gracias, Marta Pazos, de Voadora. Gracias, Laura R. Pacas y Cristina Canudas, de Teatro del Dónde. Gracias Piermario Salerno. Gracias, Juanjo Poyg. Gracias, Mariana, Jana, Inma, María Rosa, May, Romina...


* Artículo completo en Volver de Cádiz y contarlo

martes, 25 de octubre de 2016

Las bibliotecas me hacen muy feliz...



"Una luciérnaga es una isla perdida en la noche más densa. Cien luciérnagas, una constelación misteriosa que marca el rumbo hacia otros universos. Así, con esa estrategia de luz, se organizan los libros que moran en las bibliotecas. Son caricias fosforescentes que incendian los sueños y recomponen los corazones grises hasta hacerlos recobrar su color rojo brillante. Cualquier individuo que padezca el síndrome del corazón gris, debería ponerse en manos de un experto y visitar una biblioteca.

Para escribir un libro, además de hacer malabarismos con las palabras hay que ser una desvergonzada o un loco. Un atrevido, una excéntrica descontrolada. Llevar un calcetín de lunares, otro de rayas y los pelos de punta. Una cresta como las que lucen las cacatúas sería un peinado muy interesante para un escritor. Solo las mentes más disparatadas son aptas para escribir libros. Pero para custodiarlas no es suficiente con tener un desajuste en los cables cerebrales. Es indispensable ser de fuera. Un extraterrestre. Las bibliotecas albergan seres con antenas giratorias, cerebros millométricos que memorizan títulos rebuscados, rimbombantes, campanudos. Las personas que custodian libros siempre me han parecido criaturas singulares. Están dotadas de extremidades retráctiles que estiran y estiran hasta alcanzar aquel volumen al que parecía imposible acceder. A continuación, como si nada, se recomponen y todo vuelve a su posición natural. Parecen seres humanos, pero a poco que les observes percibirás que no son de aquí. Una de las cosas que más me fascina de los bibliotecarios es su cerebro. ¡Me parecen tan listos! Los libros fabrican pensamientos. Pasar tantas horas dentro de una factoría de ideas es bueno para tener un corazón rojo y brillante y una cabeza repleta de planes fantásticos.

Alguien me ha contado que el 24 de octubre es el Día de la Biblioteca. Sería genial organizar una fiesta con confeti y pompas de jabón. Celebrarla por todo lo alto. Me encantaría vestirme para tal ocasión como el personaje de algún libro, sentarme en la mesa de una biblioteca de la ciudad donde vivo y esperar a que fueran a visitarme. En las bibliotecas puedes ser quien tú quieras. Desde Mary Poppins hasta Matilda, Atreyu, Drácula o incluso Pippilotta Viktualia Rullgardina Krusmynta Efraimsdotter Långstrump. Puedes ponerte botas de pelo, plumas, zancos y sombreros. ¡Sombreros! ¡Eso es! Imagino a una pequeña lectora acercándose a mí discretamente, atraída por los colores y formas de mi sombrero:

—Sombrerera loca, ¡qué fiesta más maravillosa! ¿Sería tan amable de servirme una taza de té?

Yo se la serviría con mucho gusto, poniendo cara de mujer refinada, y luego ambas haríamos ruido al tragar. Sonaría algo parecido a glup glup glup. Y antes de que nos diese tiempo de romper a reír de forma desenfrenada, aparecería el bibliotecario, como surgido de la nada, que para eso poseen la facultad de materializarse delante de ti en el momento más inoportuno, y nos advertiría de que las bibliotecas no son merenderos. Hay que reconocer que son únicos custodiando tesoros. Extraterrestres con el corazón rojo y brillante. Qué cosa tan extraordinaria. ¡Feliz Día de la Biblioteca!"

Texto: Ledicia Costas / Ilustración: Elena Odriozola

lunes, 24 de octubre de 2016

Construyendo la casa. La escritura como (intento de) forma de vida



Recién llegada de Cádiz, y noqueada aún por todo lo vivido y trazado allí, nos preparamos esta tarde para contar(nos) en la RESAD.
Una charla acerca de lo que hacemos: escribir y enseñar a escribir. Y en el camino, tratar de vivir...
A las 15h, allí :)

jueves, 20 de octubre de 2016

Collage



Con este collage en el cuerpo, dentro de unas horas me voy a Cádiz, al XX Encuentro de Mujeres de Iberoamérica en las Artes Escénicas, a debatir acerca de la creatividad y el placer como motor de cambio. Me acompañarán Los incursores, de Mary Norton; y el terrible recuerdo de Birgit (además de los de Oscar y la gata de medianoche, y Un día, un perro, dos joyitas que descubrí en la sesión de ayer de ¡Fuego!, el grupo de lectura infantil coordinado por Ana Garralón, del que estoy formando parte).
Antes, aproximadamente a las 19:30, estaré leyendo y charlando con Eirene Editorial en Espacio Ronda (Ronda de Segovia 50), en torno a la relación entre mujeres y escritura...
Respirando y feliz.

martes, 18 de octubre de 2016

Esa peque-preciosa que habita en mis tripas



Feliz día de las escritoras... (ya ayer)

domingo, 16 de octubre de 2016

Con tus piedras construyo mi casa





(Y con tu miedo)

Políticas de la vulnerabilidad / Nosotras las cabras (manifiesto)



Nosotras las cabras, nosotras las locas:
Protestaremos;
Denunciaremos;
Desearemos;
Escribiremos; 
Dibujaremos;
Performaremos;
Y perforaremos;
Parlotearemos;
Cambiaremos;
Lloraremos;
Abandonaremos;
Resistiremos;
Y no pediremos disculpas.

martes, 11 de octubre de 2016

Dear Bryan Davies


(Mapa: Where is sex?)


"Adoro las historias, Bryan. Y pienso, no sé por qué, que trabajas haciendo números, o cálculos o prospecciones de algún tipo en la city londinense, aunque seguramente no vivirás allí sino en Richmond, un encantador barrio residencial a 9,6 millas viajando al suroeste dirección Heathrow, según Google Maps. Con tu mujer, rubia pelirroja, y dos hijos varones, blancos y pecosos. Ya ves que adoro las historias (...)"


Por fin hoy, 11 de octubre, encuentro las palabras... Gracias a Nonita K.

lunes, 10 de octubre de 2016

viernes, 7 de octubre de 2016

Habitar ballena



... día de regreso.

Semana: Cómo he llegado hasta aquí



El martes comencé las clases de Dibujo y Creatividad, con Kike de la Rubia, en el Museo ABC.
El miércoles, después de muchas dudas, las (mías) de Dramaturgia en La Manada.
Ayer jueves, reunión doble de Carrusel de Ogritos, otra media (en medio) de la AAT, más algunas horas de trabajo alimenticio.
Por la noche regresé a casa. Poleo. Post-its. Deberes. Tengo que hacer una factura. Sacar un boletín. Y los billetes para Cádiz. Rehacer un dossier. Mañana ir al teatro...
De momento, poleo; de momento, casa.

lunes, 3 de octubre de 2016

Suerte que seguíais aquí



en las profundidades del armario; para ayudarme a volver a casa precisamente hoy.

sábado, 1 de octubre de 2016

Algunas veces una no tiene más remedio



You are a Witch by saying aloud,
'I am a Witch'
three times,
and thinking about that.
You are a Witch by being female,
untamed, angry, joyous, and inmortal.


(W.I.T.C.H Manifesto)

jueves, 29 de septiembre de 2016

Y dibujar, por ejemplo, un ogro



Ayer estuve en esto.
Hablando sobre censuras y autocensuras en el teatro para niños y niñas; sobre Suzanne Lebeau y los ogros.
Me regalaron un lápiz rojo, para dibujar el mundo a mi manera:

martes, 27 de septiembre de 2016

Primera ratatouille



Un amigo me dijo una vez: Ten fe en el amor y él te llevará a cualquier sitio al que quieras ir. Yo añadiría: Ten fe en lo que amas, sigue haciéndolo, y te llevará a cualquier sitio al que quieras ir.
Natalie Goldberg
Suelo empezar mis talleres de escritura fotocopiando y haciendo que los alumnos y las alumnas lean un fragmento del El gozo de escribir, de Natalie Goldberg. Se trata de un libro maravilloso, que va más allá de lo que se entiende por un manual de escritura al uso. Natalie, aparte de escritora es maestra de escritura; organiza sus propios talleres en Estados Unidos, y tiene una visión de la creación que, podríamos decir, mezcla destellos procedentes de la meditación, el enfoque de empoderamiento y la danza.
Quizá alguna, o alguno, la hayáis leído.
En ese fragmento, Goldberg cuenta cómo, cuando acabó la universidad estaba enamorada de LA POESÍA (escrita así, en grandes letras), al mismo tiempo que tenía la seguridad de que ella no podía escribirla. Fundó un restaurante de comida orgánica con varios compañeros, y durante un tiempo se dedicó a preparar platos sanos y sabrosos. Cuenta cómo un día que había tenido que hacer una gran cantidad de ratatouille (que además del título de una película bastante deliciosa, es el nombre de un plato francés compuesto básicamente por verduras; una especie de pisto…), al volver a casa se detuvo y entró en una librería. Allí descubrió un volumen de poemas de Erica Jong (otra escritora norteamericana) titulado Fruits and Vegetables. Lo que dejó alucinada a Natalie fue un poema que Jong le había dedicado a ¡una berenjena!
A partir de ahí, Goldberg cuenta que en su cabeza de estableció un nuevo cortocircuito. ¡Se podía escribir sobre esas cosas! Cosas cotidianas, aparentemente anodinas y carentes de chispa literaria. Así que volvió a su casa y se puso a escribir.
Lo que esta anécdota (‘la epifanía de Natalie Goldberg’, podríamos llamarla) puede enseñarnos es que, con suerte, llega el momento en que una se da cuenta de que la escritura no es un terreno elevado e inalcanzable en el que solo tienen cabida los GRANDES temas como el amor, la culpa y el perdón. Casi siempre desde la distancia (para nosotras, sobre todo) de plumas masculinas. Llega ese instante en que una, bien porque literalmente se desborda sobre la página, bien porque decide, conscientemente, hacerlo, asume que tiene algo que decir. Y que ese algo puede partir de vivencias particulares, no especialmente espectaculares ni heroicas (aunque la vida cotidiana, sin duda, es el verdadero ámbito de los héroes y las heroínas…). La familia ha sido y es una fuente inagotable de temas y conflictos. Natalia Ginzburg (otra Natalia) reconoce que su escritura se transformó después del nacimiento de sus hijos; de alguna forma, dice, ya no deseaba escribir como un hombre. Grace Paley habla de la enorme suerte que fue para ella tener que recuperarse de una enfermedad que le hizo guardar reposo durante varias semanas, y lanzarse a la escritura de forma definitiva; sus temas siempre fueron domésticos, y nos trasmiten la época de cambios convulsos que los cincuenta y los sesenta representaron para las amas de casa estadounidenses. Jeanette Winterson llena sus relatos de excursiones de fin de semana al parque, con cestas de picnic repletas de queso y pan. Luna Miguel nos cuenta sus tatuajes (físicos y simbólicos) tanto en sus libros como en su blog. Jenn Díaz ha dedicado una maravillosa novela (Madre e hija) a espiar la relación entre madres e hijas.
No quería dedicar estas líneas a elaborar un catálogo de grandes escritoras. La verdad es que yo quería hablar de lo que un día pudo considerarse “pequeñas escrituras”. Todas estas mujeres han publicado, sí; pero cuando escribieron sus textos, cuando los escriben, en realidad se están contando a sí mismas.
Goldberg concibe la escritura como una práctica esencialmente gozosa. Eso no significa que obvie toda la parte de temor, de vértigo, de procrastinación… que la escritura conlleva. Justo porque la tiene en cuenta, considera que la escritura es fuente fundamental de placer. Y es que todo temor conlleva deseo; como las dos caras de una moneda. Y todo deseo implica la posibilidad de placer y disfrute. A las mujeres, de manera especial y denodada, nos han enseñado a temer el gozo; a sentirnos culpables de disfrutar. Y por ello, a considerar que aquello que nos hace sentir bien, en realidad no tiene valor social ni cultural.
Pero de pronto una descubre su berenjena. Y la vida no tiene vuelta atrás. Como las grandes elecciones, esta se toma sola. Su valor, es el nuestro: el de cada palabra, cada línea, cada historia. Todo: nuestra escritura es tan pequeña, y tan grande, como lo somos nosotras.
La mirada se transforma, y la vida también. Un escritor, o escritora, es alguien que escribe. Que adiestra su mirada en el complejo arte de ver más allá de la grisura y monotonía de las apariencias. La vida cotidiana está ahí, aguardando como una apisonadora; o no, sugiriendo imágenes y motivos que necesariamente deben ser contados, trasmitidos, recreados. He ahí el cambio; he ahí el gozo. Hacemos la vida mejor, gracias al ejercicio de contarla. Por eso Goldberg contempla la escritura, también, como una práctica diaria; de manera similar a los ejercicios de barra para las bailarinas y bailarines, debemos incorporar la escritura a nuestra práctica diaria. Normalizar su presencia en el día a día. Sudar. Así ganamos seguridad, vencemos al miedo (y a su hija, la procrastinación); así nos creemos a nosotras y nosotros mismos en ese ritual cotidiano de cortar nuestra berenjena… y contarlo.
Comenzamos talleres de otoño a la semana que viene............

domingo, 25 de septiembre de 2016

La tía Muriel está en el porche

La tía Muriel está en el porche, mirando con disgusto la mecedora blanca descascarillada, el escalón roto, los minúsculos jardines delanteros de los vecinos con los restos marchitos de las flores del verano pasado. Lleva un sombrero blanco de terciopelo que parece un orinal puesto del revés, guantes blancos, como si fuese de camino a la iglesia, y una estola de visón que Elizabeth recuerda de hace veinticinco años. La tía Muriel jamás tira ni regala nada.
Nunca ha ido a visitar a Elizabeth. Ha preferido ignorar la existencia de las señas de Elizabeth en un barrio de mala reputación, como si no viviese en una casa y se materializara en su vestíbulo y volviera a desmaterializarse al marcharse. Pero que la tía Muriel no haya hecho algo no es razón para suponer que no vaya a hacerlo. Elizabeth sabe que no debería estar sorprendida -¿quién iba a ser si no?-, pero lo está. Nota que le falta el aliento, como si la hubiesen golpeado en el plexo solar, y se aprieta el estómago por encima del batín.
-He venido -dice la tía Muriel, haciendo una leve pausa- porque quería decirte lo que pienso acerca de lo que has hecho. Aunque a ti te traiga sin cuidado. -Da un paso adelante y Elizabeth tiene que apartarse. La tía Muriel se dirige al salón desprendiendo aroma a naftalina y polvos cosméticos con olor a heno-. Estás enferma -dice la tía Muriel, mirando no a Elizabeth sino la sala perfectamente ordenada, que bajo su mirada se encoge, se desdibuja y parece exudar polvo. La enfermedad sería la única excusa para ir en batín en pleno día, y no muy buena-. Tienes mal aspecto. No me sorprende.
La propia tía Muriel no está precisamente radiante. Elizabeth se pregunta brevemente si le ocurrirá algo, y luego descarta la idea. A la tía Muriel nunca le ocurre nada. Se pasea por la habitación, inspeccionando las sillas y el sofá.
-¿No quieres sentarte? -pregunta Elizabeth. Ha decidido cómo manejar esa situación: con dulzura y ligereza, sin revelar nada. "No dejes que te pinche". Nada le gustaría más a la tía Muriel que pincharla.
La tía Muriel se instala en el sofá, pero no se quita la estola ni los guantes. Resuella, o tal vez sea un suspiro, como si no soportase estar en esa casa. Elizabeth se queda de pie. "Domínala desde las alturas". No tiene la menor esperanza.
-En mi opinión -dice la tía Muriel-, las madres de niñas pequeñas no rompen familias por su propia satisfacción. Sé que en estos tiempos mucha gente lo hace. Pero es un comportamiento inmoral e indecoroso.
Elizabeth no puede y no está dispuesta a admitir ante la tía Muriel que la partida de Nate no ha sido enteramente elección suya. Además, si dice: "Me ha dejado Nate", tendrá que oír que la culpa la tiene ella. Los maridos no dejan a las mujeres que se portan como Dios manda. No hay duda.
-¿Cómo te has enterado? -pregunta.
-Philip, el sobrino de Janie Burroughs, trabaja en el museo -responde la tía Muriel-. Janie es una antigua amiga mía. Fuimos juntas a la escuela. Tengo que pensar en mis nietas; quiero que vivan en una casa decente.
Elizabeth había olvidado el parentesco de Philip con Janie Burroughs cuando hizo una ingeniosa y frívola descripción de su situación doméstica durante la comida la semana pasada. Es una ciudad incestuosa.
-Nate las ve el fin de semana -dice titubeando, y enseguida repara en que ha cometido un grave error táctico: ha admitido que hay algo, si no incorrecto, al menos deficiente, en que los padres no vivan en casa-. Tienen un hogar decente -añade apresuradamente.
-Lo dudo -responde la tía Muriel-. Lo dudo mucho.
Elizabeth nota que no pisa terreno firme. Si estuviese vestida y no hubiese un hombre en su dormitorio, disfrutaría de una posición estratégica mucho mejor. Cuenta con que William tenga el sentido común de no moverse, pero teniendo en cuenta su falta de entendederas no tiene muchas esperanzas. Cree oírle chapoteando en el baño.
-Me parece -dice Elizabeth con dignidad- que mis decisiones y las de Nate son solo asunto nuestro.
La tía Muriel pasa por alto sus palabras.
-Nunca me ha caído bien -dice-. Ya lo sabes. Pero cualquier padre es mejor que no tener ninguno. Y tú deberías saberlo mejor que nadie.
-Nate no está muerto -dice Elizabeth. Una oleada de calor se alza en su pecho-. Está vivo y coleando y adora a las niñas. Lo que pasa es que está viviendo con otra mujer.
-La gente de tu generación no entiende el significado del sacrificio -dice la tía Muriel, aunque sin demasiado convencimiento, como si a fuerza de repetirlo la idea hubiese acabado por cansarla-. Llevo años sacrificándome. -No dice por qué. Es evidente que no ha oído una palabra de lo que acaba de decir Elizabeth.
Elizabeth pone la mano en el aparador de pino para tener un punto de apoyo. Cierra un instante los ojos; detrás de ellas hay un entramado de cintas elásticas. Con cualquier otra persona puede contar con que haya cierta diferencia entre la superficie y el interior. La mayoría de la gente hace imitaciones; ella misma se ha pasado años haciéndolas. En caso necesario sabe imitar a una esposa, una madre, una empleada, una pariente leal. El secreto es descubrir lo que intentan imitar los demás y luego darles a entender que lo han hecho bien. O lo contrario: "Te tengo calado". Pero la tía Muriel no hace imitaciones, o es una imitación tan completa que se ha vuelto auténtica. Se ha convertido en su superficie. Elizabeth no la tiene calada porque no hay un solo resquicio en ninguna parte. Es opaca como una roca.
-Iré a ver a Nathanael -dice la tía Muriel. La madre de Nate y ella son las dos únicas personas que lo llaman Nathanael.
De pronto Elizabeth comprende la idea que ha tenido la tía Muriel. Irá a ver a Nate y le ofrecerá dinero. Está dispuesta a pagar a cambio de conservar la apariencia de una vida familiar normal, aunque suponga la desdicha para todos. Que para ella equivale a una vida familiar normal; nunca ha fingido ser feliz. Va a pagarle para que vuelva, y Nate pensará que la ha enviado Elizabeth.

La tía Muriel lleva un vestido de lana gris, está en el salón junto al piano de cola. Elizabeth, que tiene doce años, acaba de terminar la clase de piano. Impotente y estrecha de pecho, la profesora de piano, la señorita MacTavish, está en el vestíbulo esforzándose en ponerse el abrigo de color azul marino igual que todos los martes desde hace años. La señorita MacTavish es una de las ventajas que la tía Muriel se pasa la vida diciéndole a Elizabeth que le está dando. La tía Muriel espera a que se cierre la puerta y sonríe a Elizabeth con una sonrisa muy poco tranquilizadora.
-El tío Teddy y yo -dice- pensamos que, dadas las circunstancias, Caroline y tú deberíais llamarnos de otro modo en vez de tía Muriel y tío Teddy.
Se inclina y pasa las páginas de la partitura de Elizabeth. Los Cuadros de una exposición.
Elizabeth se queda en la banqueta del piano. Se supone que debe estudiar media hora después de cada clase. Cruza las manos sobre el regazo y mira fijamente a la tía Muriel con gesto inexpresivo. No sabe qué va a ocurrir, pero ya ha aprendido que la mejor defensa contra la tía Muriel es el silencio. Lleva el silencio en torno al cuello como el ajo contra los vampiros. La tía Muriel dice que es "taciturna".
-Os hemos adoptado legalmente -continúa la tía Muriel-, y creemos que deberíais llamarnos "padre" y "madre".
Elizabeth no tiene inconveniente en llamar "padre" al tío Teddy. Apenas recuerda a su verdadero padre, y lo que recuerda no le gusta mucho. A veces contaba chistes, de eso sí se acuerda. Caroline atesora sus esporádicas tarjetas navideñas. Elizabeth tira las suyas a la basura sin molestarse ya en mirar el matasellos para ver adónde lo ha llevado el viento en esa ocasión. Pero ¿"madre"? ¿A la tía Muriel? Se le pone la carne de gallina.
-Ya tengo una madre -objeta Elizabeth con educación.
-Firmó los papeles de adopción -responde la tía Muriel, con indisimulado triunfo-. Parecía contenta de librarse de la responsabilidad. Por descontado, tuvimos que pagarle.

Elizabeth no recuerda cómo reaccionó ante la noticia de que su verdadera madre la había vendido a la tía Muriel. Cree que intentó cerrar la tapa del piano sobre la mano de la tía Muriel; ha olvidado si lo consiguió o no. Fue la última vez que se permitió llegar tan lejos.
-¡Fuera de mi casa! -se oye gritar Elizabeth-. ¡Y no vuelvas, nunca! -La voz hace que la sangre le fluya a la cabeza-. ¡Vieja zorra mohosa! -Está deseando llamarla "puta", lo ha pensado muchas veces, pero se contiene por superstición. Si pronuncia esa palabra mágica, sin duda la tía Muriel se transformará en otra cosa; se hinchará, ennegrecerá, hervirá como azúcar quemado y despedirá vapores mortíferos.
La tía Muriel se pone en pie con una expresión implacable, y Elizabeth coge el objeto que tiene más cerca y lo lanza contra el repulsivo sombrero blanco. Falla y uno de sus preciosos cuencos de porcelana se hace pedazos contra la pared. Pero al fin, al fin, ha asustado a la tía Muriel, que huye corriendo por el pasillo. La puerta se abre, se cierra; un portazo, satisfactorio, definitivo como un escopetazo.
Exultante, Elizabeth da una patada en el suelo. ¡La revolución! Es como si la tía Muriel estuviese muerta; ya no tendrá que volver a verla. Baila una breve danza de la victoria en torno a la silla de pino, abrazándose. Se siente como una salvaje, podría devorar un corazón.
Pero cuando William baja, vestido y con el pelo repeinado, la encuentra inmóvil y acurrucada en el sofá.
-¿Quién era? -pregunta-. He pensado que era mejor quedarme arriba.
-Nadie -responde Elizabeth-. Mi tía.
Nate la habría consolado, incluso en ese momento. William se ríe, como si las tías fuesen intrínsecamente graciosas.
-Parecía una especie de discusión -dice.
-Le he lanzado un cuenco -explica Elizabeth-. Era un cuenco valioso.
-Podrías intentar repararlo con Super Glue -sugiere William en tono práctico.
Elizabet no cree que valga la pena responderle. El cuenco de Kayo es irremplazable. Un cuenco vacío.


(Margaret Atwood, Nada se acaba, 1979)



En el día de mi primera clase de danza.
Sin fin de semana.
Ovulando.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Página vista en total