jueves, 21 de agosto de 2008

Inclasificable donde l@s haya

"Defensa permitirá a los transexuales entrar en el Ejército, pero no a los operados de miopía"

(Titular -en portada- del periódico La Razón, el sábado 9 de agosto de 2008).


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sábado, 2 de agosto de 2008

También aburrida

"También aburrida

Quisiera expresar mi indignación ante los numerosos artículos misóginos de Javier Marías, y, en concreto, ante sus palabras en “El pelma ante los plastas” (El País Semanal, 13/07/2008; www.elpais.com/articulo/portada/pelma/plastas/elpepusoceps/20080713elpepspor_11/Tes/). Efectivamente, a mí ya me aburre el tema; como feminista, estoy cansada, muy cansada, de tener que explicar y argumentar (apuesto a que incluso más que el señor Marías, que desde luego tiene el statu quo de su parte) que el lenguaje tiene una dimensión pragmática, y por lo tanto política, capaz de crear mundo y realidad, y por lo tanto de reforzar las desigualdades existentes entre mujeres y hombres. El tema del lenguaje sexista, me temo, no es una tontería sin fundamento que se nos haya ocurrido a unas cuantas personas desocupadas, como se nos dice en su artículo.
Por otro lado, y más allá de la indignación, manifiesto mi preocupación ante la ignorancia que trasmiten sus palabras. Para empezar, a la hora de identificar feminidad y feminismo, dos cosas que, evidentemente, no son lo mismo. Para seguir, al hacer esas comparaciones tan misóginas, a la hora de identificar la virilidad con cosas como tener las cejas muy pobladas (en el caso de Carrero Blanco) o con John Wayne; ¿hasta cuándo tendremos que seguir aguantando estas definiciones tan injustas y discriminatorias de lo que es ser hombre y ser mujer? Y, para concluir, cuando habla del
feminicidio como si fuera un mero problema de lenguaje; señor Marías, si empleamos esta palabra no es meramente porque las víctimas sean mujeres, sino con el ánimo de señalar la importancia y la magnitud de una realidad específica (al igual que sucede cuando decimos “fratricidio” o “infanticidio”), que, sí, afecta exclusivamente a las mujeres –y por el sólo hecho de ser mujeres-. Si alguien necesita convencerse de esto último, aconsejo una rápida puesta al día de la situación en Ciudad Juárez, por ejemplo.
Usted dice que está aburrido de explicar las cosas una y otra vez, sin conseguir hacerse comprender. Yo le comprendo perfectamente; comprendo muy bien el tipo de reacciones como la suya (y también estoy aburrida). Pero nunca va a convencerme, señor Marías. Ni a mí ni a muchas feministas (la mayoría somos mujeres) como yo. Le propongo que no pierda más tiempo: muestre un poco de respeto y asuma que no estamos de acuerdo con usted. Por eso no daremos nuestro brazo a torcer".


Esta es la carta que mandé a El País, hace más de dos semanas, con la esperanza de que fuera publicada en la sección de "Cartas al Director" de El País Semanal. Surgió como reacción ante el artículo mencionado más arriba. Acción-reacción. Porque el artículo de Javier Marías, a su vez, surge como reacción más que lógica ante lo que su autor vive como un intento de desligitimación de su... ¿género? (Me imagino que él ni siquiera admitirá el uso de esta palabra). Digo "reacción lógica" aunque, en realidad, no es ante un intento de deslegitimación ante lo que nos encontramos. Pero sigue siendo lógica, porque cuando a alguien -o a un vasto conjunto de alguienes- se le amenaza con el fin de su histórica e incuestionada posición de poder, lo lógico, lo esperable, es que se revuelva incluso con violencia, se desagañite y emplee cualquier recurso a su disposición con el fin de conservar el estado de cosas actual.

Así pues, nos encontramos ante un problema de poder. De lucha por el mismo y de pérdida de privilegios por parte de quienes siempre los han ostentado. Ni más ni menos. Como la del poder es una de las cuestiones, en teoría política, más viejas del mundo, me empeño en responder a estos ataques por medio de las herramientas de las que la política -y en concreto la política democrática- nos provee. El movimiento feminista, además, sabe mucho de democracia.

Por eso no me importa responder al señor Marías utilizando argumentos y razones. Incluso a pesar de que él emplee a menudo su simple autoridad, y se burle con desdén de quienes manifestamos posiciones contrarias -como su fuéramos tontas-, como medio de persuasión. La verdad es que no somos tontas -no, al menos, en una proporción mayor al resto de la humanidad-; si no nos convencen los artículos de Marías es, simple y llanamente, porque creemos que nuestras razones son mejores y más justas. No se trata de un problema de sordera, estupidez o falta de comprensión; como decía, yo le entiendo muy bien. Cuanto más tarde en asumir esto último, señor Marías, más nos aburriremos todos y todas; incluido usted, como bien dice.

Mis esperanzas eran vanas, según parece. El País no ha publicado mi carta -cosa que ya me advirtieron quienes lo habían intentado previamente-. Por eso he decidido publicarla aquí. Casi me arrepiento ahora de lo suave que suena.

De todas formas, sí que ha habido reacciones. El domingo pasado Javier Marías publicó otro artículo en El País Semanal (www.elpais.com/articulo/portada/Siglos/desperdicio/elpepusoceps/20080727elpepspor_6/Tes/), en el que se dolía de los largos siglos de opresión femenina y de la grave pérdida que esta ha supuesto para la humanidad. Enternecedor.

Llevo semanas pensando que estas van a ser mis últimas referencias sobre el tema Marías, de verdad. Y tengo intención de no perder ni un segundo más de mi vida pensando en sus misóginos artículos. Pero, como imaginarán quienes me conocen, no puedo prometer nada.

Por cierto, si alguien ha pensado que la acusación de ignorancia, en la carta, era muy fuerte, el último artículo me confirma en la misma. No es cierto, señor Marías, que las mujeres estadounidenses no se incorporaran al mercado laboral durante la Segunda Guerra Mundial; es sencillamente falso. Si leyera La mística de la feminidad, de Betty Friedan, lo comprendería. Le invito a leerlo, este y muchos otros libros y artículos sobre el tema. Un sillón en la RAE no es garantía, como puede verse, de la verdad ni la sabiduría absolutas. Tengámoslo en cuenta.

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