jueves, 31 de julio de 2014

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sábado, 26 de julio de 2014

Un enano en mi oreja



-¿Por qué están locos los enanos con caperuza amarilla?
-No sé por qué están locos. Pero todos sabemos que les falta un tornillo. ¡En las cabezas donde viven suelen crear sospechas y desconfianza!
(...) Anna se dio cuenta de que estaba meditando. Al fin y al cabo conocía bien a su enano, y esperó pacientemente a que este volviera a hablar.
-A un enano amarillo hace falta hablarle en nuestra lengua materna. Somos bilingües. Hablamos fluidamente el idioma de los humanos y el de los enanos...


(Christine Nöstlinger, Der Zwerg im Kopf)

lunes, 21 de julio de 2014

Barcelona Tales




Le regalé una muñeca al bebé de mi mejor amiga.
No era una muñeca muy grande. Claro que él tampoco era más que un bebé, y en realidad un bebé bastante pequeño.
Así que pensé que la muñeca le haría compañía.
Era una muñeca de trapo, con el cuerpo blando y no muy regular. Llevaba algo así como un vestido de felpa, a rayas naranjas y blancas –parecido al albornoz que yo tenía de pequeña. Y tenía el pelo de lana roja.
Bueno, no es que yo piense que los bebés se sientan solos ni nada de eso.
Me imagino que no se sienten solos.
Los bebés de buena familia, como es la familia de mi mejor amiga, no se sienten solos porque desde que nacen están rodeados de chupetes y de encajes y de ventosas saca leches y entonces no se sienten solos.
Pero no sé. Pasé por aquella tienda y la vi en el escaparate. Yo iba comiéndome un helado, luchando porque las gotas intentaban escaparse todo el rato del borde de barquillo y del envoltorio de papel que me habían puesto, y me paré a contemplar mi imagen en el cristal. Y me di cuenta de que tenía un poco de chocolate en la comisura del labio. Y un poco más sobre la zapatilla izquierda, que de todas formas estaba muy vieja y no me importaba.
Y al otro lado del cristal alguien había colocado la muñeca sentada delante de un bote de cristal lleno de cuentas de colores. Solo que la muñeca se había deslizado un poco y ya no estaba sentada. Si no hubiera sido una muñeca, podría haberse roto el cuello.
Y me dio pena la imagen.
Y entré y pregunté cuánto costaba.
Y la dueña de la tienda me contestó que estaba rebajada porque era la única que quedaba, y que las hacía una amiga suya y que si la quería pues que por doce euros de nada era mía.
No es que doce euros sean exactamente doce euros de nada. Pero me había ahorrado uno veinte porque compré el helado en el local más barato del barrio. Así que le dije que sí y pagué y me la llevé.
Y cuando salí a la calle me di cuenta de que ni siquiera había pedido que me la pusiera para regalo. Así que ahí estaba yo con una bolsa muy fea, blanca y demasiado grande, y si me inclinaba un poco podía ver a la muñeca ahí abajo, mirándome con el gesto algo torcido. Me imaginé que era una situación terrible para una muñeca. Estuve hasta a punto de volver a entrar a pedirle a la señora que por lo menos me la envolviera un poco en papel de estraza o algo. O que le pusiera un lazo o… Pero la señora acababa de echar el cierre con toda la velocidad con la que una señora cuya amiga cose muñecas de trapo es capaz de echar el cierre metálico de su tienda. Y de todas formas parecía harta de mí.
Así que le dirigí una mirada de disculpa a la muñeca y eché a andar.
Mi amiga había tenido su bebé solo veintisiete horas antes, en una clínica privada regentada por monjas y una estatua de una virgen muy grande justo en la entrada. Daba un poco de miedo.
Pero atravesé la entrada valientemente, justo como deberían franquearse todas las entradas de los hospitales.
Subí en el ascensor hasta la cuarta planta que, según el cartel que había junto a la virgen, era la planta de maternidad.
Mientras subía me imaginaba que la planta estaría llena de bebés berreando y de madres intentando dormir, o al revés, de bebés durmiendo y de madres berreando. Pero no.
La verdad es que la planta estaba de lo más tranquila y casi no se oía ni el vuelo de una mosca. En un pasillo había una monja echándole la bronca a una enfermera junto a un carrito lleno de bandejas de comida. Creo que la enfermera se había confundido al repartir la comida.
Les pregunté por la habitación de mi amiga y la monja me miró de una forma extraña, como con desconfianza.
Traté de arreglarlo y de paso echarle un cable a la enfermera, y me ofrecí a llevar yo misma la bandeja de comida a mi amiga cuando la encontrase.
Pero a la monja no le hizo gracia. Solo gruñó y dio media vuelta y se fue muy rápido por el pasillo, con la toca al viento. Y la enfermera suspiró y me miró llena de cansancio y me dijo que la habitación de mi amiga estaba allí mismo, enfrente del carrito. Y me dijo que no me preocupase porque las bandejas estaban vacías y ya no había que llevarlas a ninguna habitación.
Y así es como llegué a la habitación de mi amiga y llamé un poco, muy suave, como se supone que se llama a las habitaciones de los hospitales cuando las amigas de una acaban de tener un bebé.
Y entonces abrí la puerta y entré en una habitación enorme y vi a mi amiga sentada al fondo, junto a la ventana.
No estaba sola.
Su marido estaba junto a ella.
Su madre también. Y su padre.
Y delante, justo delante, estaba el bebé dentro de su cuna.
Nunca me han gustado mucho los bebés pero reconozco que este de mi amiga me cayó bien. Era pequeño y no muy arrugado y bastante rosa. Tenía algo de pelo negro en la cabeza y hasta una cierta pelusilla en las piernas.
Iba todo vestido de azul.
Y alrededor todo eran flores y cosas.
Y entonces me acerqué y besé a mi amiga. Y me alegré por ella.
Y recordé la muñeca, la muñeca del pelo de lana roja en el fondo de la bolsa fea y grande. Y metí la mano y temí que la muñeca estuviera tan enfadada que fuera a morderme, pero no lo hizo. Saqué la muñeca y la coloqué en una esquina de la cuna, mirando al bebé.
Y la muñeca miró al bebé.
Y yo también.
Y mi amiga y su marido y su madre y su padre me miraron a mí, como muy sorprendidos de que alguien le regalara una muñeca a un bebé. Y yo pensé que era el único bebé que conocía con pelusilla negra en las piernas, pero decidí no decirlo. Y la madre de mi amiga avanzó un par de pasos como si quisiera proteger al niño de la muñeca de pelo rojo. Y yo me di cuenta de que allí todo era azul y muy suave y como sin peso, y de que mi amiga sonreía pero no me miraba.
Y miré de nuevo al bebé y la muñeca también y finalmente la cogí de nuevo y la devolví al fondo de la bolsa blanca y fea. Y todos se relajaron y sonrieron. Y yo apreté un poco la bolsa y me di cuenta de que el corazón nos latía muy rápido a las dos…


(Imagen de Gorilla, de Anthony Browne, 1983)

domingo, 13 de julio de 2014

... Querida

Estoy sentada en un banco, en la Plaza del Diamant. Es 13 de julio. Cerca de las cuatro de la tarde (no estoy segura de la hora porque ayer me robaron el móvil). A mi alrededor las casas, no muy altas, parecen cajitas de galletas. Me gustan las casas. También me rodean las moscas. Y estoy descalza.

Desde aquí puedo ver los cambios, desde aquí puedo contarlos.

Hace un rato el niño pakistaní de la tienda de al lado lanzó su juguete tan alto que lo enganchó en las ramas del árbol que está sobre mí. Después el padre fue a buscar dos pelotas de tenis y lo hizo bajar a pelotazos. Quizá por eso, quizá no, un pájaro cagó dos veces sobre mi cabeza.

Una niña muy pequeña, con un vestido amarillo, trató de entrar en el corral de los columpios.

Ha pasado una familia blanca con una niña negra, muy gorda, vestida del mismo color que mi camiseta.

Desde aquí lo veo todo.

Esta mañana al levantarme para ayudar a mi compañera de piso, sentí que habían caído algunas manzanas. Desayuné zumo, fruta y también galletas con Nutella. Ahora me planteo saltarme la comida. Día de silencio. Cenaré ya en la estación.

Me gustaría dar un paseo. Ver los confines de Gracia. Antes de regresar al piso, a la seguridad de mi ordenador.

Pero siento algo de sed.

He comprado una hogaza de pan payés a un precio astronómico (es domingo en Barcelona). Y dos fuets extra del paki. Para la cena de mañana.

Desde aquí veo a la gente comiendo helados. Haciendo fotografías. El sol avanzando hacia una de las cajitas de galletas.

Hago recuento de proyectos. Vuelvo la vista atrás. Recuerdo. Algunas manzanas han caído. El cuaderno rojo pasa ya de la mitad.
Desde aquí lo veo todo y desde aquí lo cuento.
Mañana será otra cosa.


...En cualquier caso está bien, da igual; eres escritora.

jueves, 3 de julio de 2014

Suspensa



Dentro de dos horas salgo para Barcelona, en tren nocturno, como cuando era pequeña.
Como broche de esta semana algo rara.
Rumbo al Obrador d'Estiu de la Sala Beckett...


La imagen (de wollimej.com) está dedicada al pequeño Rafa

martes, 1 de julio de 2014

Algo está pasando...



... y se llama ATLAS.
¿Qué ocurre si juntas a mucha gente creativa y guapa y agitas bien la mezcla?
Lo veremos mañana y pasado, 
2 y 3 de julio a las 17h.
en RESAD, Avda. Nazaret, 2 (Madrid).

Aquí están pasando cosas y yo quiero formar parte.

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