sábado, 23 de febrero de 2008

Explicar la democracia

Han pasado once largos días desde la última entrada, y, entre tanto, un viaje personal, montañas de trabajo y muy poco tiempo para sentarme a escribir. También, hemos asistido al comienzo oficial de la campaña electoral, de cara a los próximos comicios del 9 de marzo. Con todo lo que ello conlleva.

Por eso se me ocurre que quizás sea el momento de contribuir a la misma con algunas reflexiones de fondo sobre lo que verdaderamente está en juego, políticamente hablando, a cada paso.

Pensando en algunas entradas anteriores del blog, y al hilo de algunos comentarios que un amigo me hizo anoche, tengo que reconocer que es cierto que, cuando hablamos de palabras como democracia, como libertad e igualdad, como solidaridad o incluso Derechos Humanos, en realidad podemos no estar diciendo nada. Desde luego, no ha sido esa nunca mi intención. Pero es verdad que el lenguaje político puede ser objeto de las más variopintas y perversas tergiversaciones semánticas. Sólo de ese modo podríamos explicarnos cómo, por ejemplo, dos autores como Friedrich Hayek y Norberto Bobbio emplean la palabra 'democracia' en sus respectivos discursos, tan diferentes entre sí. Hay otros muchos ejemplos en nuestro universo político, tanto a nivel especulativo como práctico.

El discurso acerca de valores como los de la solidaridad, la igualdad o la tolerancia, efectivamente, puede servir, meramente, de adorno de intereses más profundos. Así que todos y todas deberíamos hacer un esfuerzo permanente por aclarar la denotación de nuestras palabras. Debemos esforzarnos, en definitiva, por explicar la democracia.

No pretendo adoptar un tono académico aquí, pero me parece bien mencionar que cuando hablo de democracia me estoy refiriendo al sistema político basado en el poder de la mayoría, entendiendo que esta mayoría se forma y transforma, continuamente, a partir de individuos particulares, diversos y diversas. Estos y estas, en definitiva los sujetos políticos democráticos, son lo que conforman eso que denominamos, usualmente, la ciudadanía.

Además, cuando hablo de democracia, estoy hablando, fundamentalmente, de diálogo. De los procesos dialógicos y deliberativos por los que las mayorías llegan a ser mayorías, capaces de elevar sus consensos y de traducir los mismos en normas efectivas para el conjunto de la sociedad. Todo ese ejercicio de discusión, del tener que dar razones, sería precisamente el alma de la democracia.

Mientras tanto, la libertad y la igualdad ya están jugando su papel. Individuos libres, capaces de defender sus opiniones y opciones de vida, por un lado, y que ven garantizado el cumplimiento de todo el conjunto de derechos básicos e inalienables, también para quienes no son mayoría, y que llamamos Derechos Humanos. Ciudadanas y ciudadanos iguales, con las mismas oportunidades de participar en la formulación y realización de dichos derechos -y deberes-, y de deliberar y consensuar en igualdad de condiciones sobre todas aquellas materias que se definan de interés común.

Junto a todo esto, hablamos también -yo lo he hecho aquí- de tolerancia y de solidaridad. Entiendo, cuando lo hago, que son valores que deben regir en el ejercicio de diálogo democrático, como garantía del respeto a la pluralidad de opiniones y perspectivas. Entiendo, también, que sólo de este modo logramos alcanzar consensos normativos, informados y críticos hacia todo aquello que la propia democracia no puede admitir sin dejar de ser democracia.

Harían falta muchas líneas más, me temo, para explicar todo esto. Sin embargo, creo que se trata de algo indispensable si queremos evitar caer en modalidades de lenguaje y de discurso carentes de significado. O, lo que es peor, con un plus de significado que nunca se confiesa.

Todo esto es lo que, políticamente, nos jugamos cada día. Por ejemplo, cuando escuchamos a los obispos españoles hablando de la vulneración de los Derechos Humanos, y negándole entidad humana, al parecer, a la mitad femenina de la población. Es lo que arriesgamos ante palabras como las de Arias Cañete sobre los camereros inmigrantes. No debemos dudar que todos los discursos institucionales obedecen a compromisos idológicos concretos y muy bien pensados. Sólo que mucha veces cuesta adivinarlos a simple vista, y hay que bucear un poco para sacarlos a la luz.

No importa. Lo haremos. Yo estoy deseosa y firmemente comprometida con el proyecto. Por eso afirmo que, a la luz de lo que leo y escucho, a la derecha de nuestro país le duele la palabra democracia. Es como una herida mal curada, cuya cicatriz se reabriera ante los supuestos ataques de quienes sí estamos dispuestas y dispuestos a apostar por la defensa de los valores que he expuesto más arriba.

Por eso se resisten a hablar claro. Queremos que nos expliquen, sin embargo. Queremos que nos hablen de lo que harían a partir del 10 de marzo, si ganaran las elecciones. ¿Qué harían con la igualdad entre hombres y mujeres? ¿Qué harían con las y los inmigrantes que vienen a nuestro país? ¿Qué harían con la protección de un derecho como es el de la interrupción voluntaria del embarazo? ¿Qué, con la garantía democrática que supone la separación entre Iglesia y Estado?

A mí me encantaría que Mariano Rajoy nos explicara qué piensa hacer con los legítimos derechos de lesbianas y gays. ¿Va a recortarlos por vía lesgislativa? ¿O meramente hará la vista gorda ante lo que, a otros niveles de la Administración, jueces y demás funcionarios y funcionarias decidan que está en manos de su libertad de conciencia? A mí realmente me gustaría saberlo.

Para ser sincera, no tengo demasiadas esperanzas de que me lo digan.

Una opción, por tanto, es esperar de brazos cruzados a verlo con nuestros propios ojos -en el caso de que ganaran las elecciones. Otra, a la que invito fervientemente a que todo el mundo se sume, es empezar a desmontar discursos; a leer entre líneas y sacar el verdadero significado de lo que las palabras -las dichas y las calladas- en realidad dicen.

Porque les duele la democracia. Expliquemos la democracia.

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