sábado, 2 de febrero de 2008

Después de una semana de ausencia, más que justificada, hay tantas cosas que comentar que probablemente me deje muchas en el tintero.

Para empezar por el final, sería bueno comentar algo de esta nueva intromisión de la Conferencia Episcopal en la campaña política. También, en alusión a algunas entradas anteriores; en efecto, el Partido Popular no debe preocuparse: aunque su líder político no haga propuestas electorales ni por asomo, ya se están encargando sus líderes religiosos de lanzar mensajes a la palestra. En una espiral sin precedentes en las última décadas, que los obispos vienen protagonizando desde el final de 2007, acaban de dejar muy claro qué concepción tienen de política y democracia.

Estoy de acuerdo con un artículo de Juan Luís Cebrián, en El País, de principios de enero, en el que afirmaba su conformidad con la pretensión de la Conferencia Episcopal de entrar en política, pero advertía, si así lo hacen, no deberían lamentarse de que se les responda desde la política. Todo tiene sus riesgos. Así debe hacerse; y así lo haremos muchos y muchas el próximo 9 de marzo.

Lo haremos quienes pensamos que la democracia entraña una carga de valores positivos para la construcción de nuestras sociedades, diametralmente opuestos a los de aquellas y aquellos que se empeñan en extender una moral dogmática y unitaria para el resto. Quienes creemos que una sociedad democrática como la nuestra debe basarse en una separación tajante entre los principios políticos -esto es, los de la democracia- y los religiosos -católicos, musulmanes, judíos y demás-; separación perfectamente entendida y explicada desde las consignas del laicismo, que no ha nacido precisamente ayer.

Contra esto -y contra todo lo que cualquier demócrata debería pronunciarse- se levantan los obispos en armas dialécticas; eso sí, sin mucho tino. No es de extrañar; los dogmas nunca se han llevado bien con la cultura del diálogo. Ante la objeción de un periodista que expresó que cualquier padre o madre es libre de hacer que sus hijos e hijas reciban las enseñanzas católicas llevándoles a catequesis en las parroquias, el portavoz de los obispos, Martínez Camino, replica: "Por supuesto que sí. A catequesis y el fin de semana a la sierra. Pero aquí estamos hablando de leyes que lesionan derechos fundamentales de los padres" (El País, 1-02-2008). Que si quieres arroz. No estamos hablando de nada, porque ustedes ni siquiera responden a lo que se les plantea. Repiten el discurso de los Derechos Humanos, como si realmente tuvieran alguna idea de lo que estos suponen y representan en democracia.

Como detalle hilarante, los obispos también acusaron al gobierno -claro, como no- de haber reducido a "poesía", gracias a las layes ya de sobra conocidas, palabras como "marido" y "esposa", "hombre" y "mujer". Justamente poesía es lo que me sugieren cada año los crímenes de la violencia machista contra las mujeres; muchos, en esas familias tan "de Dios" que ellos defienden...

La casualidad quiso que justo ayer estuviera yo leyendo a Alicia Miyares, que ofrece maravillosas citas sobre la doctrina católica hacia las mujeres -y hacia los Derechos Humanos. "En la creación de la mujer está inscrito, pues, desde el inicio el principio de la ayuda" (ayuda al hombre, se entiende, y que se materializa en una forma de maternidad afectiva, cultural y espiritual); "Estas ideologías [las del feminismo] (...) no son sólo anti-vida y anti-familia, sino que son también destructoras de las naciones" (Carta de Juan Pablo II a las mujeres, 1995 [véase http://www.vatican.va], citado por Miyares, A., Democracia feminista, Madrid, Cátedra, 2003, p. 95 y ss.).

En fin, que una no sabe si es que las mujeres no somos seres humanos o qué. Porque si lo somos, creo yo que los derechos fundamentales a los que se refieren con tanto empeño no deberían sernos negados. ¿O sí? ¿En qué quedamos? ¿Hablamos de democracia? ¿Hablamos de igualdad y de justicia? ¿Hablamos, de verdad, de Derechos Humanos? Yo me lo pensaría bien antes de responder.

Como imaginaba, me he extendido demasiado con el tema. Me enciende excesivamente.

Pero me siento obligada a repetir algo que ya dije: me avergüenza profundamente pertenecer a una Comunidad Autónoma con tan poca capacidad de movilización ante la constatación de una injusticia política como la cometida contra el personal médico del Severo Ochoa. A mí sí se me cae la cara de vergüenza, ante quienes han resultado ser inocentes y víctimas de una fantástica campaña política y religiosa de la derecha. Espero, sinceramente, que se exijan responsabilidades. Y que paguen por ello.

Feliz fin de semana.

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