viernes, 25 de enero de 2008

Si abortaran ellos

Si abortaran ellos no nos veríamos obligadas y obligados a mantener ese estéril e interminable debate en torno al momento en el que comienza la vida humana.

Si abortaran ellos las clínicas de interrupción voluntaria del embarazo llenarían nuestros pueblos y ciudades del mismo modo en que lo hacen las de los dentistas y oftalmólogos.

Si abortaran ellos la Seguridad Social se haría cargo sin problemas de todas las intervenciones, y las clínicas privadas tendrían un éxito equivalente al del resto de servicios médicos privados.

Si abortaran ellos no nos veríamos obligadas a dar explicaciones una y otra vez, y hasta el fin del mundo.

No habría discusiones tendentes a negar la autoría o el derecho de nadie sobre su propio cuerpo; hace mucho que el conflicto ético habría desaparecido de nuestra estela de preocupaciones.

Los obispos y demás no saldrían a la calle a aleccionarles a ellos sobre el valor de la vida, sobre la responsabilidad familiar o sobre ninguna de las cuestiones en las que en cambio sí se sienten legitimados a leernos la cartilla a nosotras.

No habríamos, tampoco nosotras, tenido que llenar las calles, hace dos días, para recordarles a obispos y a políticos/as nuestro irrenunciable -porque no vamos a renunciar a él- derecho a decidir (o, lo que es lo mismo, para exigirles que saquen sus rosarios de nuestros ovarios).

Claro que, si abortaran ellos, el problema de la conciliación no sería tal, sino una mera necesidad del ser humano que, junto a su desarrollo laboral en empresas privadas y organismos públicos, no podría -no querría- desentenderse de su vida familiar, íntima y personal. No existiría, desde luego, para ellos nada así como un techo de cristal que les impidiera progresar en ninguna de las facetas de sus vidas. Y la desigualdad salarial no jugaría en negativo para ellos.

Nosotras abortamos. Nosotras tenemos que buscarnos la vida para encontrar un sitio donde hacerlo, ya que la sanidad pública, que pagamos con nuestros impuestos, ha decidido no tomarse demasiadas molestias en relación a nuestros derechos; y, además, nos exponemos después a ser citadas judicialmente por haberlo hecho.

Nosotras aguantamos tener que oír cada tanto a quienes se creen en la obligación de recordarnos dónde está nuestra dignidad como mujeres, negando nuestra autonomía y tratándonos como a menores de edad.

Nosotras nos enfrentamos a las dificultades de la conciliación cada día, y empeñamos muchos esfuerzos y trabajo para romper ese techo de cristal, en busca de justicia e igualdad en nuestras nóminas salariales y en nuestro desempeño de poder y responsabilidad.

Nosotras tenemos aún que salir a la calle a recordar cuáles son nuestros derechos, olvidados y pisoteados de manera sistemática. Nosotras aún reivindicamos la libertad de nuestros cuerpos y de nuestras vidas. Aún tratamos de convencer a quienes se amparan en la objeción de conciencia para inclumplir la ley.

Sobre todo, aún tenemos que dar explicaciones, una y mil veces, ante los demás y ante nosotras mismas. Aún tenemos que argumentar, y justificar, nuestra libertad para decidir. Aún hemos de razonar lo importante que es, en efecto, para nosotras, la vida humana, y lo mucho que nos preocupa nuestra dignidad, justamente como seres humanos que somos. Y cómo, por todo esto, no estamos dispuestas a recibir más lecciones de nadie.

Nosotras abortamos; ¿nosotras decidimos?

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