miércoles, 2 de abril de 2008

Tú sí papi

Después de algunos días oyendo hablar de ello pero sin haberme informado demasiado, he estado leyendo un poco acerca del caso del hombre transexual que se ha quedado embarazado en Estados Unidos. Sobre todo, me han alentado las críticas que llevo escuchando cerca de una semana.

El sujeto en cuestión tiene 34 años y, tras nacer con un cuerpo femenino en el que no se sentía encajar, se operó para extirparse los pechos y se sometió a un tratamiento de testosterona. Y decidió conservar sus órganos genitales femeninos. Cuando él y su esposa, que es estéril, decidieron tener un hijo, recurrieron a la inseminación artificial; y helo ahí, embarazado de cinco meses.

¿Y? Para quien quiera interpretarlo así, sí, esto será una declaración de principios. ¿Cuál es el problema en que un hombre se quede, si puede, embarazado? ¿En virtud de qué debemos mantener intocable esa capacidad para las mujeres? Los dictados de la naturaleza, en un mundo como el nuestro, hace tiempo que quedaron desfasados; por sí solos, no convencen a casi nadie. Para conseguirlo, pues, suelen recurrir: a) por un lado, a argumentos de tipo cientifista, que en este caso, por el momento, se están viendo claramente desafiados; b) religiosos, por otro... y no debería hacer falta recordar que vivimos en sociedades democráticas donde la separación entre política y religión debe -¿debería?- garantizar que nadie se meta donde no le llaman. Debería.

Lo cierto es que todo esto está levantando pasiones. Era de esperar. Se están viendo seriamente comprometidos algunos de los dogmas más firmes sobre los que se asientan nuestras sociedades patriarcales y heterosexistas, como aquel de la continuidad entre el sexo biológico, el género (o identidad sexual) y la orientación sexual. Son muchos términos, todos ellos distintos. Que una persona nazca con un sexo biológico con el que no se identifica, no significa que, una vez que encaje su identidad genérica -la masculina, en este caso- deba operarse los genitales. Por muy extraño, desconcertante o inquietante que pueda resultarnos. A lo mejor el hecho de que la vulva sea habitualmente asociada con lo femenino sólo es una cuestión empírica, que se generaliza y se induce teóricamente; pero que, como toda inducción, tiene sus límites prácticos. Lo mismo podríamos decir del pene. Tampoco deberíamos nunca confundir la orientación sexual de una persona -esto es, por quién siente atracción- con su sexo biológico o su género. Tal vez una niña que crece sintiendo que es un niño, pueda ser designada como lesbiana, mientras siente atracción por las niñas; pero una vez que integre su identidad masculina deberemos reconocer que siempre ha sido heterosexual; me refiero sólo al caso que nos ocupa, y que puede darnos una idea aproximada de hasta qué punto las intersecciones entre las posibilidades que esos términos abren configuran un universo plural, variable y difícilmente acotable. ¿Naturaleza? Yo personalmente me niego a reabrir un debate tan futil y estéril. Pero nos nos vendría mal ensanchar nuestras miras hacia lo que nos rodea.

Quede claro que no estoy entrando en las posibles implicaciones económicas del caso. He escuchado alguna crítica al hecho de que el futuro padre se haya fotografiado desnudo, exhibiendo así su cuerpo y su vida. En un mundo como el nuestro, donde mercadeamos con cualquier cosa, todo es posible. Pero, repito, no estoy entrando ahí. Me preocupa más que esas críticas estén eludiendo cuál es su verdadero objetivo.

Las mujeres, en particular, deberíamos recibir de buen grado esta nueva desnaturalización de las costumbres de nuestras sociedades. Tener hijos es un derecho; un privilegio, y también una enorme responsabilidad. El reparto de los derechos, los privilegios y las responsabilidades sólo puede ser bienvenido.

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