lunes, 9 de noviembre de 2009

Inventario de teatro

He pensado en hacer un inventario de las obras de teatro que voy a ver o que, de algún modo, pasan por mi vida. Por diversos motivos, algunos de los cuales no vienen al caso, este año está siendo para mí un año de teatro. Quién sabe. Algunas razones llevan a otras, a veces por motivos y caminos que ni siquiera son conscientes. Y encuentras cosas cuando ni siquiera sabías que las estabas buscando.

Este último año he ido mucho al teatro. Y ahora, lentamente, el teatro está empezando a colárseme por agujeros insospechados. Las cosas fueron más o menos así:

-"Hamlet" (Tomas Pandur, Matadero de Madrid, Febrero 2009). Pobablemente lo vi en las peores condiciones para verlo. Tengo la sensación de que se merecía más, y fui capaz de sacarle muy poco. Ojalá tuviera la oportunidad de volver a verlo. Pero así es el teatro; incierto y efímero. Y así nos gusta. Recuerdo la sensación de frío, yo creo que intencionada, con el escenario rodeado de agua. La recreación de un Hamlet con cuerpo de mujer, algo que todavía me emociona profundamente. Blanca Portillo, como siempre, soberbia; y también algunos otros actores del reparto. Seguramente, aunque esto es algo que aprendí justo entonces, debería haber releído a Shakespeare antes de ir a verla.

-"Tito Andrónico" (Andrés Lima-Animalario, Matadero de Madrid, Agosto 2009). Sangre, violencia, venganzas, asesinatos, violaciones... Otra vez pude comprobar la versatilidad del espacio del Matadero. Y también el buen hacer de algunoas/as, como Alberto San Juan, sobre el escenario. Quizás lo que más recuerde sea la sensación de horror ante el esperpento de un retrato del alma humana muy, muy salvaje (y creo que también muy necesario).

-"Medea" (Tomas Pandur, Teatro Romano de Mérida, Agosto 2009). Ya dediqué una entrada completa a hablar del tema (http://lamujerquemedelaganadeser.blogspot.com/2009/08/medea-portillo.html), aunque podría dedicar muchas más. Blanca Portillo y su Medea significaron más que cualquier otra cosa que yo haya visto nunca sobre un escenario.

-"Años 90, nacimos para ser estrellas" (La Tristura, Teatro Pradillo, Septiembre 2009). Me gustó la puesta en escena, muy, muy sencilla (sólo dos actrices, suelo de pizarra negra, prácticamente ningún objeto sobre el escenario). Una primera escena, donde una de las actrices venda a la otra (las dos interpretan personajes masculinos). Y una muy buena banda sonora. A nivel personal, fue la primera vez que fui sola al teatro; eso hizo que todas esas sensaciones -de pudor, de ansiedad... y de muchas otras cosas a las que casi no puedo ponerles palabras- se acentuaran. Y probablemente, y no por otra cosa sino por eso mismo, marcó el principio de una nueva época.

-"Fedra" (José Carlos Plaza, Teatro Bellas Artes, Septiembre 2009). Un buen ejemplo de teatro clásico, en todos los sentidos, creo yo. El texto: el amor, la traición... me pedían una vuelta de tuerca, algo que me lo explicara de nuevo, aquí y ahora. Y no la encontré por ningún lado. Lo mejor: Alicia Hermida.

-"La casa de Bernarda Alba" (Lluís Pasqual, Matadero de Madrid, Octubre 2009). Esta vez las gradas de asientos estaban enfrentadas y, en medio, el escenario, rectangular, con velos blancos que subían y bajaban y lograban una luz que no podía ser más lorquiana. Muy bien, muy bien Núria Espert. Me quedo, además de con la luz, con el efecto de tener que enfrentarte a tu propia existencia en la función, como expectadora frente a otras y otros. Desde luego, no cómodo; pero, ¿cuándo es cómodo el teatro?

-"Hey Girl!" (Romeo Castellucci, Teatro María Guerrero, Octubre 2009). También escribí ya sobre ésta (http://lamujerquemedelaganadeser.blogspot.com/2009/10/che-posso-dire-que-puedo-decir.html). Me sorprendió, sobre todo, por las cosas que pasaban, por los cambios, de los que apenas te dabas cuenta, pero que eran constantes. El olor, que nunca había jugado para mí un papel en el teatro. Y fue la constatación de cómo lo desagradable, lo que no apetece ver, ni oír, ni sentir (lo estridente, lo destructor) también se cuela, debe colarse, en un escenario.

-"La casa de la fuerza" (Angélica Liddell, Matadero de Madrid, Noviembre 2009). Aún estoy digiriéndola (cinco horas y media no se digieren tan rápido). Creo que tiene líneas muy acertadas, un buen tratamiento del tema de la violencia contra las mujeres, sin tapujos, y también, posiblemente, del del amor -tengo la sensación de que me perdí cosas, pero dada la duración creo que era inevitable-. Tengo algunas dudas sobre el final -no muchas, sólo algunas-. Y mis ojos se siguen abriendo como platos cuando recuerdo ciertas escenas: los cortes con una cuchilla y la extracción de sangre a dos de las actrices (sí, es posible hacer un análisis de sangre sobre un escenario, al parecer, durante cuatro noches seguidas).

Y así seguimos. Porque aún faltan dos meses para que acabe el año, y, como he visto, cronológicamente, la cosa sigue un orden progresivo.

Alguna explicación debe de tener. El teatro me coloca siempre frente al hecho de estar o de ser, de alguna manera, en el mundo. Quizás la búsqueda sea descubrir qué se es o cómo se está, sea lo que sea. Por eso no es cómodo, ni tranquilizador; no es para cobardes. Me siento expuesta, sin poder esconderme; es la vergüenza, el pudor, el miedo ante lo efímero, ante la incertidumbre, el cambio, el movimiento, el juego, el baile. Niezsche escribió sobre la tragedia, y en Grecia probablemente ya eran conscientes de esto. Por eso el teatro se ha considerado a veces peligroso; porque pone al descubierto el fondo resbaladizo de la llamada vida real (y también de la llamada alma humana). Lo hace jugando, claro, pero eso no significa que el fondo resbale menos. Funciona como una especie de espejo, a tiempo real, y por eso es tan brutal; no hay donde esconderse, ni excusas que valgan.

Pero el juego es, al mismo tiempo, dulce, porque es emocionante y nos permite crear, descubrirnos, descubrir. ¿Y... quién querría renunciar a eso?

1 comentario:

Patricia Gardeu dijo...

Medea, la eternidad.
Fedra, la esperanza.

Página vista en total