lunes, 10 de marzo de 2008

Celebrar la alegría

He estado pensando en otros títulos para esta entrada, y la verdad es que se me ocurría uno alternativo: "Crónica de un fin de semana agónico con final feliz".

Relativamente, tal vez. Todo lo feliz que podía ser teniendo en cuenta cómo comenzó. A las 13.25 del último viernes ETA decidió demostrarnos a los españoles y a las españolas que, aún considerablemente debilitada, es muy capaz de perturbar la vida entera del país. Así es como Isaías Carrasco, ex concejal socialista, moría el viernes, en Mondragón, a unos metros de su casa, de cinco disparos mortales.

Así es como ETA nos recordaba su existencia. Y nada más; sólo, que es sencillísimo -siempre lo ha sido- matar a alguien. Sobre todo, a alguien sin escolta e indefenso. Cobarde. Pero sencillo. De este modo, la ciudadanía se vio golpeada de nuevo por quienes siguen negándose a respetar la vida.

Por otro lado, la campaña electoral se suspendió inmediatamente. Es comprensible; como muestra de respeto. A nadie se le quedó el cuerpo para demasiadas jotas. Si de algo me alegro es de no haber encontrado el momento para sentarme a escribir hasta ahora. Prefiero no tener que leer todo lo que entonces se me pasaba por la cabeza.

Por ejemplo, que nunca jamás sabremos cómo se habrían desarrollado las 48 horas siguientes, si el atentado no se hubiera producido. Y, sobre todo, el infinito dolor que me sigue causando vivir en un país donde algunos se sienten políticamente legitimados a acabar con las vidas que no les pertenecen; ni unas elecciones parecen poder celebrarse en paz.

La verdad es que todo se ha sucedido tan deprisa que apenas hemos tenido -o yo no he tenido- oportunidad de asimilar nada. La jornada de reflexión sirvió, al menos, para recuperar un poco las fuerzas antes de tener que enfrentarnos a la verdad de las urnas. Fuerza interior, al menos, pues, por lo demás, ya no había tiempo para más. En medio de todo, una voz brilló como guía de la esperanza que muchas y muchos tratábamos de retomar: la de la hija de Isaías Carrasco, espoleando a ciudadanas y a ciudadanos para que no dejaran de votar -"ni un sólo paso atrás..."

Han sido días muy duros, de incertidumbre, pero también de esperanza e ilusión, en medio de todo, y de muchísimo trabajo. Y ayer, como una ligera recompensa por todo ello, quizás, la participación en las urnas nos mostraba unos datos que sí empujaban a saltar de alegría: 75,3%, muy cerca de las cifras históricas y comprensibles de 2004.

Muchos, como yo, pasamos ayer el día encerrados en colegios electorales, hasta las tantas. Hemos tenido que esperar a hoy para empezar a analizar, con resaca y todo, los datos y los detalles de la jornada. Y los de los resultados. Hoy sabemos, en contra de lo que muchos deseaban, que el triunfo ha sido el de la democracia, el de los cientos y miles de personas que introdujeron ayer su voto -fuera cual fuera- y que demostraron no tener miedo, por un lado, y, por otro, no achantarse ante los mensajes abstencionistas de los últimos tiempos.

Ayer, al terminar, sólo hubo tiempo para comentar sumariamente la jugada. La de la victoria tras el agónico fin de semana. Tras las horas y horas de trabajo, y el miedo, y los nervios. Sólo hubo tiempo para abrazos y besos, para saltos y votes, para felicitaciones mutuas.

Después de defender la alegría, tocaba celebrarla. Toda la alegría que fuera posible, aún sabiendo que gracias a ETA somos uno menos. Sigo pensando que imaginar mundos posibles, en política, tiene una utilidad limitada. Ciñéndonos al presente, podemos y debemos ciertamente alegrarnos porque la democracia ha ganado.

Así que celebremos ahora la alegría; y disfrutémosla.

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