miércoles, 16 de septiembre de 2020

Día 25

 



El supermercado me pone sentimental. La cosa me empezó tarde, después de los cuarenta, y me gustó ese vago prurito suscitado por las canciones, siempre las mismas, cuya letra gira en un bucle fatigado por los pasillos tapizados de productos de colores. Las palabras circulan y forman un batido con los olores de fruta, de pan industrial, de productos de limpieza, de vitrinas refrigeradas. El frescor de nuestros productos y la sonrisa de nuestras cajeras se mezclan con las hermosas letras pesadas de las sempiternas canciones que dicen con la mayor justeza los amores nacientes o gastados, las voluntades, las esperas, las expectativas frustradas o cumplidas, el ardor de los comienzos, el sabor a hierro de las traiciones y el muelle desgaste de los sentimientos. Ti amo ti amo ti amo. Haga lo que haga o aunque yo no sea nada no desaparezcas yo pienso en ti. Es la papilla de las emociones, la suprema ensalada. Si mamá si mamá si mamá si tú supieras mi vida yo lloro cuando río si mamá si. No pensamos en ello, para nada, circulamos por las secciones con la cesta o el carro y la lista. Ando solo sin amigo sin nadie. Es automático y estamos aquí porque es necesario; no pensamos prácticamente en nada y todo se va haciendo. Dime dime aunque sea que se marchó con otro que no soy yo pero que no fue por culpa mía. Nos vemos atravesados por las letras de unas canciones que en casa no escucharíamos. Basta con no resistirse. Yo no me resisto, eso me lava un poco, me acuerdo vagamente, retales y fragmentos, pedazos, haga lo que haga y sea yo lo que sea. El hombre que está esperando en la caja cuatro no se sabe atrapado en la red de las canciones cursis. Él pide una bolsa, ella empuja hacia él una bolsa arrugada. Él dice adiós, ella articula tres sílabas ásperas, no levanta la vista, se hunde en los artículos que yo he depositado sobre la plataforma de su caja.


Nuestras vidas (Marie-Hélène Lafon, 2017)

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