sábado, 14 de diciembre de 2013

Drume, negrita o los tiernos hilos de la autoficción



Escribimos a partir de lo que somos. Y quizá somos, también, un poco lo que escribimos. De ese modo, nos convertimos en autoras y creadoras de nuestras propias vidas; o, por lo menos, generamos la ilusión de que lo somos.

En el siglo XX la escritura ha incorporado masivamente el dispositivo de la autoficción como recurso temático. Y con unos resultados excelentes.

La semana pasada tuve la suerte de asistir a Drume, negrita, el espectáculo de Sofía Cruz y Pablo Boutou, basado en los retazos de una vida acaecida entre la isla de Cuba, los Estados Unidos y la ciudad de Sevilla. Una vida de carne y hueso, presente por otro lado, durante la representación, en el patio de butacas. La de la madre de la artista.

Y es que hace aproximadamente año y medio tuve también la suerte de asistir al inicio del proceso de búsqueda, de investigación. Ese instante en el que la necesidad de contar prueba, toca y tantea en busca de aquellos hilos capaces de componer el relato. Sofía Cruz estaba convencida -y con razón- de que la vida de su madre contenía una buena historia, una historia que ella quería -y debía- contar.

De ese modo nació el germen de lo que se ha convertido en Drume, negrita, un auténtico patchwork escénico tejido a base de todos esos hilos que Sofía Cruz ha encontrado, acariciado y atesorado en sus años de vida. Imagino, a través de muchas conversaciones y horas de escucha. La imagen de lo textil, del patchwork, con sus viñetas desiguales y ajenas a un acabado perfecto y pulido, se me antoja apropiada para describir lo que una encuentra sobre ese escenario.

Mucha música como hilazón del periplo de una vida que nace en Cuba, es expulsada después a Estados Unidos, y finalmente viaja a España. Imagino también que las licencias poéticas, por fortuna, son numerosas. Estamos ante una pieza de ficción, obviamente; o mejor dicho, de autoficción. Y la música hace girar el propio espacio escénico, y nos lo transforma, trasladándonos en ese viaje tan largo, tan intenso y tan precioso.

Solo una actriz, solo una. Tres vestidos, más o menos, y un delantal. Una maleta. Y prácticamente nada más. Se lo juro. Ah, bueno, sí: un par de botas rojas que dan muchas ganas de levantarse y tocar. El resultado: ese maravilloso tejido de casi hora y media en que una ríe, llora y tiene ganas de bailar, bailar, bailar.

Pablo Boutou, también actor, se estrena en la dirección y en la co-dramaturgia -con la propia Sofía Cruz- en esta pieza llena de caricias, de ternura y de reconocimiento. Con elecciones muy inteligentes y acertadas. Y Sofía Cruz, que tiene ese enorme y no tan común talento para la comedia, llena el escenario hasta más allá de lo imaginable... Si la autoficción se ha convertido en un recurso narrativo de primer orden, el cuerpo y su fisicalidad consiguen el resto.

Hay momentos dramatúrgicamente extensos, que sin duda se irán autolimitando con el rodaje. Pero lo que Drume, negrita ha conseguido es algo mucho más difícil de lograr; emocionar de una forma profunda, sincera, a partir de la menos pretenciosa de las pretensiones: contar el relato de una vida. Y tejer los hilos precisos, con mimo, con amor, para ofrecérnosla.

Escribimos a partir de lo que somos, y de lo que son quienes nos rodean. O de lo que pensamos que son. Con nuestros relatos, modelamos y cincelamos un mundo que continuamente nos sorprende y nos rebasa. Y cuando esos relatos son de pura lana, tan cálidos y amorosos, una sale muy reconfortada de la historia. Y mejor.

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