sábado, 3 de noviembre de 2012

Breves notas sobre la tragedia

"Si bien se mira, ni el hombre religioso ni el hombre materialista tienen problemas, filosóficamente hablando. El que de veras los tiene es el hombre trágico.

El hombre trágico sabe que es en este mundo donde ha de realizar esos valores esenciales que darían sentido a su vida. Pero este mundo los niega: es confuso, demasiado pequeño; es un mundo donde la verdad está oculta, un mundo dominado por el egoísmo, la injusticia, la brutalidad, la torpeza, el miedo. Y además, en primer término, el problema de Dios -o sea, el problema-, ese Dios incierto con el que se ha roto toda comunicación posible: los oráculos son equívocos, engañosos, desconcertantes -bien lo sabe Edipo-; los rituales y amuletos han demostrado su inutilidad, las iglesias -todas las iglesias- son instituciones de poder material, que diariamente contradicen en la práctica la moral que pregonan, traficando con la menesterosidad espiritual de las gentes...

Frente a esta sociedad en crisis; frente a una Naturaleza hostil, inmisericorde, indiferente (que nos maltrata y a la que maltratamos); frente al insoportable misterio del universo, frente al silencio de Dios..., el hombre trágico no puede vivir con la ciega insensibilidad del hombre religioso o del hombre materialista. No. Su vivir es un vivir desviviéndose, anhelando la única, la definitiva respuesta de ese Dios oculto. (...) Mientras, el hombre trágico espera. La suya es una espera -y una esperanza- activa, de rigurosa moralidad, sintiéndose bajo la mira de ese Dios que nunca se ha dejado ver ni ha hablado a los seres humanos".

(Ricardo Doménech, García Lorca y la tragedia española)

Y algunos ejemplos reales de la estética del duende ("todo lo que tiene sonidos negros tiene duende"):

"Las cabezas heladas de la luna que pintó Zurbarán, el amarillo manteca con el amarillo relámpago del Greco, el relato del padre Sigüenza, la obra íntegra de Goya, el ábside de la iglesia del Escorial, toda la escultura policromada, la cripta de la casa ducal de Osuna, la muerte con la guitarra de la capilla de los Benavente en Medina de Rioseco, equivalen, en lo culto, a la romería de San Andrés de Teixido, donde los muertos llevan sitio en la procesión, a los cantos de difuntos que cantan las mujeres de Asturias con faroles llenos de llamas en la noche de noviembre, al canto y danza de la Sibila en las catedrales de Mallorca y Toledo, al oscuro 'In record' tortosino, y a los innumerables ritos del Viernes Santo que, con la cultísima fiesta de los toros, forman el triunfo popular de la muerte española".

(Federico García Lorca,  Conferencias)

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