lunes, 6 de diciembre de 2010

Soy lenta (y me gusta el queso)

Estoy perfeccionando una teoría acerca de tipos de personas. En realidad tengo varias:

Teoría 1- El mundo se divide entre aquellas personas a las que les gusta el pan y aquéllas a las que no.

Teoría 2- El mundo se divide entre aquellas personas a las que les gusta el queso y aquéllas a las que no.

Puede que el pan y el queso parezcan algo superficial, pero en realidad no lo son: por ejemplo, para alguien que, como yo, pertenece al segundo tipo en los dos casos, resulta muy fastidioso tener que renunciar al queso cuando se piden raciones con intención de colectivizarlas; y también es triste la autorrepresión con el pan, cuando la persona que tienes enfrente pertenece al primer tipo y tú intuyes que te mira preguntándose cuál será exactamente tu límite (la respuesta es: "todavía no lo he descubierto, pero si tú no me miraras así me pondría a ello en este momento"). Naturalmente, hay gradaciones... la verdad es que tengo que confesar que tiendo a desconfiar de cualquiera que me diga que no le gusta el queso...

Pero no iba a hablar de eso. Mi nueva teoría versa sobre el gran tema de la lentitud. La cuestión es:

Teoría 3- El mundo se divide entre personas lentas y personas rápidas.

No quiero decir que no existan términos medios, pero como toda buena teoría debe jugar a obviarlos en su formulación.

El caso es que hay gente rápida y gente lenta. En mi familia, por ejemplo, hay una rama claramente lenta (fundamentalmente la vía paterna) y una rama claramente rápida (la materna). Después de haber sido una intuición durante años, hemos de reconocer que es así. Y, ¿dónde me posiciono yo?

Pues yo soy lenta. Lo soy. Me pasé años argumentando que no lo era, cuando se me acusaba de tardar miles de años en llegar a la Facultad. Me he acostumbrado a tardar lo que según parece es una eternidad en pillar los chistes. La gente se desespera yendo conmigo de compras. Y tengo que dar la razón en lo de la tendencia al ensimismamiento (me quedo 'colgada' con increíble facilidad).

Soy lenta. Y no me importa. Lo asumo. Es más, estoy dispuesta a enarbolar la bandera de la lentitud y a hacer apología de la misma como nueva forma de vida. Sé que no estoy sola; es sólo que a veces Madrid parece la ciudad sin límites. Pero existe toda una nueva filosofía del slow movement y las slow cities. Es sólo que nací en el sitio equivocado.

El corolario de mi teoría es que la prisa mata. Así que las personas lentas (quizás) vivamos más tiempo. Y seremos más felices. La prisa me ha matado durante mucho tiempo y ahora mismo me siento como una especie de toxicómana tratando de abandonar viejos vicios: para alguien lento la combinación de la ingesta de prisa con la obsesión por el control y el perfeccionismo extremo resulta muy peligrosa. Así que me estoy quitando.

Soy lenta. Y me comprometo públicamente a respetar y a fomentar la lentitud en todos los ámbitos de mi vida. Al hacerlo, estaré haciéndole un favor a mi entorno (y no me preocuparán los ojos en blanco o los terribles gestos con el dedo corazón). La carretera será mía a 100 por hora. Soy lenta y además me gusta serlo.

Aforismo: No deberíamos confundir la velocidad con el tocino, pero quizás sí la lentitud con el queso.


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