lunes, 22 de mayo de 2023

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Nada en el bosque es fascinante. Fascinantes son los jardines, y las cavernas excavadas por el hombre, y hay una serenidad en ciertas escenas de la ganadería y la agricultura que resulta fascinante: ordenadas líneas de vegetación, o rebaños apacibles, o la paja tras la siega, atada en fardos contiguos.

Y nada en el bosque es bonito. No es bonito el zorro, ni lo son sus cachorros. Los veo subir y bajar corriendo por las dunas. Uno lleva un ala de gaviota manchada de tierra: los otros la agarran y tiran de ella. Entran y salen de las hierbas rubias, chasqueando sus dientecillos. No son adorables, ni fascinantes, ni bonitos.

El búho no es bonito. La falsa coral no es bonita, ni la araña en su red, ni la lubina rayada. Tampoco es bonita la mofeta, y no se llama "Flor". Tampoco hay un conejo en el bosque, bonito, que responda al nombre de "Tambor".

Los juguetes son bonitos, pero los animales no son juguetes. Y tampoco los árboles, los ríos, los océanos, los pantanos, los Alpes, el sinsonte que canta toda la noche entre el enramado de los espinos, las tortugas mordedoras o las setas de carne púrpura.

Tales adjetivos –"bonito", "fascinante", "adorable"– yerran el tiro, pues lo que así se percibe se ve despojado de dignidad, de autoridad. Si algo es bonito, es recreativo y sustituible. Las palabras nos guían y nosotros las seguimos: si algo es bonito, es diminuto, es inofensivo, es apresable, es domesticable, es nuestro. Craso error. A nuestros pies están los helechos: se alzaron salvajes y resueltos cuando la raza humana no existía y era del todo improbable que llegase a existir, en los aterradores márgenes de los primeros océanos innombrados e innombrables. Nos parecen bellos, delicados y fascinantes, y los trasladamos a nuestros jardines.

Logramos así ponernos en el lugar del amo y señor: si la naturaleza está plagada de cientos de miles de cosas adorables y fascinantes, diminutas e inofensivas, ¿quién ostenta la posición de poder? ¡Nosotros! Nosotros somos los padres, y los gobernadores. Esta concepción propicia una visión del mundo como parque infantil y laboratorio, una visión a todas luces muy pobre. E hipócrita, pues lo muestra a un tiempo inofensivo y responsable. Sin ser ninguna de ambas cosas.

Imposibilita así la otra visión de la naturaleza, la de un reino sagrado y complejo, a la vez que indomable, del que no somos más que una parte aislada. La naturaleza, la totalidad de todos nosotros, es el timón que gobierna nuestro mundo; quienes se dejan llevar de buen grado aún pueden llegar a atisbar cierta serenidad deslumbrante, de carácter incluso espiritual, mientras que los que no están dispuestos a dejarse guiar, los que perseveran en que el mundo debe ser dirigido por el hombre para su propio beneficio, se arrastrarán en círculos, acumulando polvo, pero no regocijo.

Humanos o tigres, tigres o lirios atigrados: ¡obsérvense sus diferencias y, aun así, lo mucho que se parecen! ¿Acaso todos nosotros, un puñado de veranos, no nos detenemos aquí, miramos hacia el mar y, con la mucha o poca destreza física e intelectual que logremos reunir, mejoramos nuestro estado... y luego, silenciosamente, nos dejamos caer en la hierba, nube verde de la muerte? ¿Qué puede ser bonito o fascinante cuando se yergue, cuando desfallece? La vida es el Niágara, o no es nada. Yo no sería soberana ni de una sola brizna de hierba, mientras pueda ser su hermana. Acerco mi rostro al lirio, que se alza por encima de la hierba, y lo saludo desde el tallo de mi corazón. Vivimos, y de esto estoy segura, en el mismo territorio, en el mismo hogar, y nuestra luz proviene del mismo farol. Todos somos salvajes, audaces, asombrosos. Y ni uno solo de nosotros es bonito.


La escritura indómita (Mary Oliver, 1991).
Imagen del calendario de 2023 de @mugrons_art



... Todas somos salvajes, audaces, asombrosas. Y ni una sola de nosotras es bonita.

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