viernes, 17 de marzo de 2017

Brote primaveral



/Birgit entra con la Nena, en realidad una muñequita de trapo. La acaricia y la sienta a la mesa/

Birgit. Pero no está bien, cielo, que los niños desayunen emparedados de salmón con crema agria antes de ir al colegio.

Tom. ¿Y por qué no?

Birgit. Olerían como foquitas todo el día.

Tom. Pero cariño, los niños huelen como foquitas de todas formas.

Birgit. Papá te dará las tostadas.

Tom. ¿Y por qué no galletas?

Birgit. No, no hay bollos, mi vida…

Tom. Esas deliciosas galletas industriales, llenas de grasas y de toxinas… Un verdadero drama, el de las galletas.

Birgit. Yo quiero bollos recién horneados y cuencos de leche tibia y fresca para ti.
Eso quiero, sí. 
Solo que esta mañana, mi vida, no he tenido tiempo de encender el horno. Papá y yo nos hemos levantado tarde…

Tom. Porque papá estaba haciéndole el amor a mamá, por su precioso culito, hasta hace solo unos minutos.

Birgit. Porque ayer trabajamos hasta muy tarde, y estábamos cansados.
¿Recuerdas aquel cuento, mi vida? El cuento que empecé a contarte, el otro día, mientras te bañaba.

Tom. Porque esa es la única, única manera de que no nos caiga otro jodido embarazo.

Birgit. El cuento del conejito que cavaba hoyos en su jardín… Cuando llegó el pajarito gris… Era un vencejo. ¿Lo recuerdas? El Vencejo gris volaba muy alto, agitando sus alas muy deprisa, porque eso es lo que hacen los vencejos. Y el Conejito le dijo…

Tom. Pero sobre todo porque papá ama, adora e idolatra el culito de mamá.

Birgit. Vencejo, vencejito gris… ¿Por qué no bajas aquí y te tomas una taza de té conmigo?

Tom. Y es allí donde seguiría ahora…

Birgit. Y el Vencejo, sin poder detener la velocidad de sus alas, contesta: Ay Conejo, me encantaría una taza de té, pero así es mi naturaleza, nunca puedo descender de las alturas…

Tom. …Si tú no te hubieses despertado.

Birgit. Y entonces el Vencejo, infatigable, le propone al Conejito: Conejito, Conejito, sé que no puedes volar como yo hago, pero quizá podrías trepar a este árbol y así sería casi como si lo hicieras…

Tom. ¿Volar? Birgit, Birgit…

Birgit. Pero el Conejito, un poco triste, le dice: Es que, Vencejo, tampoco está en mi naturaleza andar subiéndome por los árboles.

Tom. Tampoco está en mi naturaleza saltar desde lo alto de un fiordo.

Birgit. Así que el Conejito y el Vencejo Gris empezaron a buscar formas, maneras de encontrarse…

Tom. Una canción irlandesa era… Una canción irlandesa, triste y con ritmo al mismo tiempo.

Birgit. Es que al Conejito le encantó cómo bailaba el Vencejo, ¿sabes?

Tom. Y es que en las familias en las que, por tradición, las niñas de diez años saltan desde los fiordos al mar, no suele bailarse mucho…

Birgit. Y el Conejito subió a lomos del Vencejo, justo entre sus dos alas…

Tom. Así que Birgit se enamoró de Tom.

Birgit. Y así termina este cuento.

/Birgit ha sentado a La Nena a la mesa.
La tetera silba y la escena se suspende/

Birgit. Y ahora yo debo salir y abandonar la escena. Tom, por favor, escúchame, Tom. Este es el momento en que silba la tetera. ¿Te acuerdas, verdad?
Es cuando silba la tetera o… o suena el teléfono.
Bueno, al final parece que ha sido la tetera.
Y yo salgo por la puerta.
Birg y Tom-Tom continúan discutiendo de sus cosas, de todas sus cosas al mismo tiempo. Y por un momento, cuando yo salgo y te quedas ahí sentado, ante tus tres hijos, piensas que te vas a volver loco. Sí… Que te vas a volver loco si no gritas… Incluso piensas en el fiordo. 
Te preguntas si todas aquellas niñas saltaron también por razones parecidas. Ya sabes, las niñas de mi familia… No está claro si fue solo una o fueron muchas. Pero en realidad da igual, porque en el imaginario colectivo se ha fijado como una especie de tradición familiar. Un… ¿se dice arquetipo?
Pero son tus tres hijos. Vale que no los buscamos ninguna de las tres veces. Vale que las dos últimas tratamos de huir de ellos como de la mismísima peste. Y sin embargo, allí estaban esperándonos… sin faltar. Como una broma pesada, dijiste. Como un castigo, pensé yo.
Y aquí están, quejándose del brócoli de la comida, que no les gusta. Haciendo ruido al beberse el zumo de pomelo. Derramando la leche sobre el mantel sin darse cuenta.
De que tú no querías esto, joder.
Y entonces, mientras me echas de menos a mí o a mi cuerpo, y el fiordo sigue dentro de tu cabeza, te encuentras con el rostro de La Nena, implorándote.
Las tostadas. Claro. Bajas la vista y eso es lo que tienes delante. Dos hijas, un hijo y un plato lleno de tostadas.
Por eso yo ya he salido, Tom. Porque las tostadas ya están listas. Y porque los dos orgasmos me han retrasado un buen rato y no he tenido tiempo de hornear bollos, y el pan siempre está ahí para salvarnos la vida.
Así que ahora viene la parte en la que te adentras en una discusión interminable con tu hija pequeña, que quiere las mismas galletas que comen sus amigas. ¡Y solo tiene cinco años! ¡Y acaba de estar acatarrada! ¡Y son las ocho de la mañana! Pero es que ella, Tom, ella no se ha corrido hace veinte minutos, como tú y como yo. Ella se levanta de la cama como un torbellino de agua, repleta de energía, dispuesta a comerse el mundo… pero no las tostadas.
Y entonces Birg y Tom-Tom abandonan sus discusiones y empiezan a hacer el payaso para La Nena.
Lo que faltaba: más distracciones.
Más.
Oh Tom. Pobre Tom. Alquilaste aquella moto para huir de todo lo que más odiabas. Un padre dispuesto a medrar. Un negocio familiar en una calle céntrica de la capital. Dos putas carreras sin terminar que solo te alejaron definitivamente de la universidad. El ruido y la gente estúpida, torpe y mediocre, dispuesta a estropearte la función. Huiste sobre aquella moto para encontrarme a mí, Birgit, en aquel pueblucho. Para bailar conmigo. Para follar conmigo.
Y ahora tienes que terminar de darle las tostadas a esa mocosa para correr a abrir la tienda para correr a coger el teléfono para correr a tranquilizar a tu anciano padre para correr para traer comida para correr a darle otra vez las tostadas a…
Y La Nena cierra la boca y te suplica con la mirada. Sabe que conmigo funciona.
Pero él no soy yo, mi amor.
Él tiene que.
Así que abre la boca, mi amor. Abre la boca. Por tu propio bien, ábrela. ¡¡¡Ábrela!!!
¿Te acuerdas, verdad Tom? Este es el momento en que yo salgo por la puerta.


(/Desayuno/ - 2014)

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