miércoles, 14 de agosto de 2013

Mi oficio



Ya no deseaba tanto escribir como un hombre, porque había tenido a mis niños, y me parecía que sabía muchas cosas sobre la salsa de tomate, y aunque no las pusiera en el cuento, era útil para mi oficio que yo las supiera; de un modo misterioso y remoto hasta esto servía para mi oficio.

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Cuando escribo algo, suelo pensar que es muy importante y que soy una gran escritora. Creo que a todos les ocurre igual. Pero hay un rinconcito de mi alma donde sé muy bien y siempre lo que soy, es decir, una escritora pequeña, muy pequeña. Juro que lo sé. Pero no me importa mucho. Solo sé que no quiero pensar en nombres; he comprobado que si me pregunto "¿una pequeña escritora como quién?", me entristece pensar en nombres de otros pequeños escritores. Prefiero pensar que nadie ha sido nunca como yo, por pequeña escritora que yo sea, aunque como escritora sea una pulga o un mosquito. Lo que sí es importante, en cambio, es tener la convicción de que es justamente un oficio, una profesión, algo que se hará toda la vida. Pero, como oficio, no es broma. Existen incontables peligros además de los que he mencionado. Estamos continuamente amenazados por graves peligros en el mismo instante de redactar nuestra página. Existe el peligro de ponerse de repente a coquetear y a cantar. Yo siempre tengo unas ganas locas de ponerme a cantar, debo contenerme mucho para no hacerlo. Y está el peligro de estafar con palabras que no existen de veras en nosotros, que hemos encontrado por casualidad fuera de nosotros y que reunimos con destreza porque hemos llegado a ser bastante listos. Está el peligro de pasarnos de listos y estafar. Es un oficio bastante difícil, como veis, pero es el más bonito del mundo. Los días y los asuntos de nuestra vida, los días y los asuntos de la vida de los demás a los que asistimos, lecturas e imágenes y pensamientos y conversaciones lo alimentan y crece en nuestro interior. Es un oficio que se nutre también de cosas horribles, se come lo mejor y lo peor de nuestra vida, en su sangre fluyen tanto nuestros sentimientos malos como los buenos. Se alimenta y crece en nuestro interior.


(Natalia Ginzburg, Las pequeñas virtudes)

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