lunes, 25 de febrero de 2019

It smells like Primavera



–Me gustaría que escribieras un cuento sencillo, solo uno más –dice–. Como los que escribía Maupassant, o Chéjov, los que escribías antes. Solo gente identificable y luego explicar lo que les pasa.
–Sí, ¿por qué no? Eso puede hacerse –le digo. Quiero complacerle aunque ya no sé cómo se escribe de ese modo. Me gustaría intentar contar una historia así, si se refiere a esas que empiezan: "Érase una vez una mujer..." y esa frase va seguida de una trama. Siempre he despreciado esa línea recta irremediable entre dos puntos. No por razones literarias, sino porque desvanece toda esperanza. Todo el mundo, sean seres reales o inventados, merece el destino abierto de la vida.


Grace Paley, Conversación con mi padre (Enormes cambios en el último minuto, 1974)


estampillar los libros nuevos
decidir si voy a Barcelona y hago el taller de Suzanne (Lebeau)
si quiero probar el fitboxing
pensar en el espacio de ahí afuera
en los monstruos de ahí abajo
en las mujeres y los hombres de hace 800.000 años (visitar, quizá, Atapuerca)
acabar la novela (¿en Gijón?)
traducir, tal vez, ese cuento
leer a Sheila Heti
Rosalie Blum 3
y a Carrère
decidir qué hago con mi pelo
escribir la crónica fetenera de este año
y el artículo –sobre las infancias– para Primer Acto
¿revista Torpedo?
Ikea
pegar flores en los bordes de la cajonerita


Ilustración de Sara Morante

viernes, 22 de febrero de 2019

Desde el norte



Hoy traigo el manifiesto del próximo Día del Libro Infantil, que no se celebra hasta el 2 de abril. 
Pero lo traigo hoy porque su elogio a la lentitud me ha venido como anillo al dedo en estos días de tanto ver teatro y preparar proyectos, por un lado; y tanto mar, tantas comidas y lecturas ricas, por otro:


“¡Voy con prisa!”, “¡No tengo tiempo!”, “¡Adiós!”… Expresiones semejantes pueden oírse quizá a diario, no solo en Lituania —en el centro mismo de Europa—, sino en muchas partes del mundo. Y con frecuencia parecida se oye decir que vivimos en la edad de la abundancia de información, la prisa y la precipitación.
Sin embargo, tomas un libro entre las manos y, de alguna manera, te sientes distinto. Y es que los libros tienen una estupenda cualidad: te inspiran serenidad. Con un libro abierto y sumergido en sus tranquilas profundidades, ya no temes que todo te pase de lado a toda velocidad, sin llegar a apreciar nada. Empiezas a creer que no será preciso lanzarse como loco a tareas de dudosa urgencia. En un libro todo sucede sigilosamente, en orden y según una secuencia. ¿Será tal vez porque sus páginas están numeradas y las hojas al pasar crujen tranquilamente y con un suave efecto relajante? En un libro los acontecimientos pasados se encuentran plácidamente con los que han de venir.
El mundo del libro es muy abierto; su realidad sale al encuentro amistoso con el ingenio y la fantasía, y a veces ya no sabes muy bien dónde —si en un libro o en la vida— has notado de qué manera tan bella caen al derretirse las gotas del tejado nevado, o de qué forma tan encantadora cubre el musgo la cerca del vecino. ¿Ha sido en un libro o en la realidad donde has experimentado que las bayas del serbal no son sólo bellas, sino amargas? ¿Acaso sucedió en el mundo de los libros, o de verdad estabas tumbado sobre la yerba en verano, y después sentado con las piernas cruzadas, contemplando las nubes que surcaban el cielo?
Los libros ayudan a no acelerarse, enseñan a observar; los libros invitan, incluso obligan a acomodarse, pues casi siempre los leemos sentados, poniéndolos en la mesa o en el regazo, ¿no es así?
¿Y acaso no habéis experimentado otra maravilla: que cuando leéis un libro, el libro os lee a vosotros? Sí, sí, los libros también saben leer. Os leen la frente, las cejas, las comisuras de los labios, que ahora suben, ahora bajan; sobre todo, por supuesto, os leen los ojos. Y por los ojos entienden… adivinan… Bueno, ¡vosotros mismos sabéis qué!
No tengo duda de que a los libros les parece muy interesante estar sobre vuestro regazo, pues una persona que lee —sea niño o adulto— solo por eso ya es bastante más interesante que la que se resiste a tomar un libro entre las manos, que la que —siempre con prisa— no llega a sentarse y no tiene tiempo de fijarse en casi nada. Este es mi deseo para todos en el día internacional del libro infantil: ¡Que existan libros interesantes para los lectores y lectores interesantes para los libros!


(Texto original e ilustración: Kęstutis Kasparavičius. Traducción: Carmen Caro Dugo. Más info aquí)



Seguimos informando desde el norte, donde esta semana se han cocido cosas hermosas...

miércoles, 20 de febrero de 2019

lunes, 18 de febrero de 2019

Tía Top, Tía Top (Soy una Bruja)



Te vuelves Bruja al decir en alto "soy una Bruja" tres veces y al pensar en ello. Te vuelves Bruja siendo mujer, no dócil, enfadada, alegre e inmortal...

W.I.T.C.H. Conspiración Terrorista Internacional de las Mujeres del infierno. 
Comunicados y hechizos
La Felguera Editores (2013)



Tía Top es un cuento que escribí hace unos seis años. Lo escribí en Madrid, inspirada por cierta anécdota personal que contó Silvia Nanclares en un taller de escritura. Pero yo pensaba en esta ciudad, en mi norte lluvioso, resbaladizo y verde... En tardes como estas...


–Tía Top, tía Top…
Tía Top es alta, no exactamente grande pero sí algo desgarbada.
Tía Top viste indefectiblemente de colores pardos. A veces lleva faldas de cuadros, a veces usa gorro impermeable para la lluvia. Casi nunca se le ven los ojos. Los niños creen que por eso todo el mundo la llama tía Top. (No, los niños no creen; los padres, los adultos creen: los niños saben que tía Top se llama tía Top exactamente por eso: nadie le ha llegado a ver los ojos).
Tía Top fue maestra o quizá cartera. No, cartera no; quizá dependienta. Sí, dependienta de correos.
Nadie sabe a ciencia cierta dónde vive.
Puedes pasar días enteros sin verla; olvidar incluso que existe. Y entonces un día (una hora, un instante) aparece. Al doblar la esquina. Al bajar del autobús, sentada bajo la marquesina de la parada. En el último banco del parque, leyendo un libro bajo el ala de su sombrero de lluvia.
Tía Top es tan esquiva como una gota de agua.
Y al mismo tiempo su presencia es absoluta: levantas la vista con rapidez y dudas de si en realidad estaba ahí. Entonces miras de nuevo y sí, la ves esperando turno entre las clientas de la pastelería, como cualquier domingo del mes.
Tía Top ha sido avistada entrando y saliendo de distintas casas y establecimientos, por toda la ciudad:
Cruzando la calle,
Saludando al vecino de arriba,
Esquivando (siendo esquivada) por un par de bicicletas,
Tomando una taza de té en la cafetería del callejón,
Leyendo un telegrama, a la salida de su antigua oficina de correos,
Caminando por el paseo, la mirada vuelta hacia el mar,
Acariciando a un gato que había acudido a frotarse contra sus piernas,
Entregándole algo (¿un par de monedas?) (¿un par de anillos?) al mendigo de la iglesia,
Subiendo el camino del cerro verde, ladera arriba, y sujetándose el pelo contra la cabeza,
Frotando la suela de sus zapatos (color pardo) contra el borde de un escalón (color gris),
Abandonando su gorro de lluvia junto a una farola,
Asomada al muro del puerto, donde más enloquecidas saltan las olas…
–Tía Top...


sábado, 16 de febrero de 2019

Parece que hoy es el día de los mercados



Imágenes de Camille Jourdy, Rosalie Blum, vol. 2.




viernes, 15 de febrero de 2019

Intemperie



... momma
help me
turn the face of history
to your face.

June Jordan (1974)


Mañana Gijón.

lunes, 11 de febrero de 2019

La vida de los objetos



Leo y trabajo con una botella de agua al lado.
Siempre es la misma: una botella pequeña, de cristal, que lleno, bebo y vuelvo a llenar cuando el agua se termina.
Mientras no leo ni trabajo, la botella está dentro de la nevera.
El resto del tiempo, la botella descansa sobre el escritorio, la mesilla de noche o en un rincón del sofá.
La botella anterior, la que me daba de beber desde 2013, era un modelo tradicional, con cierre hermético (como los tuppers que compramos en Ikea a la vuelta de Catalunya, cuando decidimos ser sanos y no usar más plástico). Me la compró una amiga de mi madre, en el Zakka de la calle Fuencarral. La botella estuvo hidratándome desde entonces, vivió la mudanza de casa de mi madre a la mía, varias limpiezas, mis rituales nocturnos antes de acostarme... 
La semana pasada descubrí que el fondo tenía verdín. Verdín. Traté de limpiarla, frotándola por dentro con Fairy y un cepillo alargado y duro. Pero no sirvió de nada: el cuello era demasiado estrecho, al igual que el extremo del cepillo, y no me dejaba maniobrar.
Así que asumí que era su final.
Aún no me he decidido a tirarla, aunque sé que el contenedor de reciclaje es el mejor destino que puedo darle (y hay demasiadas cosas en esta casa, la verdad, para acumular botellas con ecosistemas acuíferos dentro).
Decidí buscar una nueva, aunque apenas había empezado a hacerlo. 
El viernes, cuando iba a nadar, me pasé por el Tiger de Pacífico y vi esta, la de la foto. Es pequeña, pero de cristal. El cuello es bajo y ancho. Tiene empuñadura de silicona. Rosa. Y cierra a rosca. 
Y solo costó 3 euros.
Así que este fin de semana, aparte de desayunar caro, comprar tulipanes rojos, ver docus de Francia salvaje, celebrar cumpleaños de cuñadas, ir al teatro y a la nieve, leer a Margaret Atwood y a Joanna Russ, sentirme gorda y hacerme daño en los riñones, he estrenado nueva compañera de vida.

domingo, 10 de febrero de 2019

jueves, 7 de febrero de 2019

Ménades



Editorial Ménades es un proyecto de publicación de obras de mujeres olvidadas y silenciadas.
El catálogo es chulísimo.
Hace unas semanas participé en su campaña de Verkami para financiar las traducciones y la edición de las obras.
El proyecto consiguió su objetivo, y ha salido adelante.
Y ahora recibiré mi recompensa, como micromecenas: cuatro e-books de Willa Cather, Pilar González Serrano, Anguelikí Korré y Daniel Tubau.
Deseando estoy hincarles el diente...;) 

miércoles, 6 de febrero de 2019

A juego con mis uñas (Escribe –casi– un haiku)



Me gusta freír
calamares que mueren 
con las botas puestas.


Imagen: portada de El gozo de escribir, de Natalie Goldberg (cortesía de mi alumna Susana)

domingo, 3 de febrero de 2019

Tarde de domingo escrituril



En Mostrar y decir, Phillip Lopate dice que un ensayo literario es "una exploración"; también dice que el motor fundamental de su escritura de no-ficción es la curiosidad, e invita a considerar esta idea de "ampliar el espacio del yo" fomentando el trabajo de documentación e investigación sobre cualquier aspecto del mundo (como una prolongación de ese yo).
Es muy bonito. Su lectura acerca de la no-ficción creativa me ha llevado a hacer este descubrimiento:


Una revista editada en Pittsburgh (Pensilvania), que publica no-ficción de forma regular y esperanzadora. Aparte de las publicaciones, tiene un programa de formación y talleres bastante interesante (que me ha hecho soñar con esa otra vida mía –una de esas otras– que se desarrolla al otro lado del charco), pero por desgracia también bastante caro.
Me he suscrito (obviamente) a su boletín, y ya he estado bicheando algún texto (como este, que titula Bear Fragments).

Y aparte de eso he escrito un pequeño artículo para una posible publicación sobre teatro infantil (que también tendré que traducir al inglés).
Y continúo con la lectura de Cómo acabar con la escritura de las mujeres, de Joanna Russ, que me echaron los Reyes y que estoy disfrutando como una loca:) 


La imagen pertenece a la portada del libro de Russ, escrito en 1983 y que en 2018 han publicado Editorial Barrett y Dos Bigotes  
(dos editoriales, por cierto, cuyos proyectos conviene no perderse...)

sábado, 2 de febrero de 2019

Haz que escribes



Que no quemas la calabaza contra el fondo de la olla,
ahogas el cous-cous en aceite,
que simplemente buceas en blogs ajenos,
organizas el calendario de febrero,
comes huevos de chocolate
y contemplas,
triste,
este instante.

viernes, 1 de febrero de 2019

Dibujitos a la boloñesa

Comenzamos febrero con una de imágenes.
La polémica selección de la Feria del Libro Infantil de Bolonia, que al parecer está levantando ampollas por postmoderna e iconoclasta:


A mí me parece que hay auténticas preciosidades... 
Como no puedo viajar a Italia, me conformo con esta ventanita para cotillearlas todas.


Imagen de la ilustradora rusa Anna Desnitskaya

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