viernes, 22 de febrero de 2019

Desde el norte



Hoy traigo el manifiesto del próximo Día del Libro Infantil, que no se celebra hasta el 2 de abril. 
Pero lo traigo hoy porque su elogio a la lentitud me ha venido como anillo al dedo en estos días de tanto ver teatro y preparar proyectos, por un lado; y tanto mar, tantas comidas y lecturas ricas, por otro:


“¡Voy con prisa!”, “¡No tengo tiempo!”, “¡Adiós!”… Expresiones semejantes pueden oírse quizá a diario, no solo en Lituania —en el centro mismo de Europa—, sino en muchas partes del mundo. Y con frecuencia parecida se oye decir que vivimos en la edad de la abundancia de información, la prisa y la precipitación.
Sin embargo, tomas un libro entre las manos y, de alguna manera, te sientes distinto. Y es que los libros tienen una estupenda cualidad: te inspiran serenidad. Con un libro abierto y sumergido en sus tranquilas profundidades, ya no temes que todo te pase de lado a toda velocidad, sin llegar a apreciar nada. Empiezas a creer que no será preciso lanzarse como loco a tareas de dudosa urgencia. En un libro todo sucede sigilosamente, en orden y según una secuencia. ¿Será tal vez porque sus páginas están numeradas y las hojas al pasar crujen tranquilamente y con un suave efecto relajante? En un libro los acontecimientos pasados se encuentran plácidamente con los que han de venir.
El mundo del libro es muy abierto; su realidad sale al encuentro amistoso con el ingenio y la fantasía, y a veces ya no sabes muy bien dónde —si en un libro o en la vida— has notado de qué manera tan bella caen al derretirse las gotas del tejado nevado, o de qué forma tan encantadora cubre el musgo la cerca del vecino. ¿Ha sido en un libro o en la realidad donde has experimentado que las bayas del serbal no son sólo bellas, sino amargas? ¿Acaso sucedió en el mundo de los libros, o de verdad estabas tumbado sobre la yerba en verano, y después sentado con las piernas cruzadas, contemplando las nubes que surcaban el cielo?
Los libros ayudan a no acelerarse, enseñan a observar; los libros invitan, incluso obligan a acomodarse, pues casi siempre los leemos sentados, poniéndolos en la mesa o en el regazo, ¿no es así?
¿Y acaso no habéis experimentado otra maravilla: que cuando leéis un libro, el libro os lee a vosotros? Sí, sí, los libros también saben leer. Os leen la frente, las cejas, las comisuras de los labios, que ahora suben, ahora bajan; sobre todo, por supuesto, os leen los ojos. Y por los ojos entienden… adivinan… Bueno, ¡vosotros mismos sabéis qué!
No tengo duda de que a los libros les parece muy interesante estar sobre vuestro regazo, pues una persona que lee —sea niño o adulto— solo por eso ya es bastante más interesante que la que se resiste a tomar un libro entre las manos, que la que —siempre con prisa— no llega a sentarse y no tiene tiempo de fijarse en casi nada. Este es mi deseo para todos en el día internacional del libro infantil: ¡Que existan libros interesantes para los lectores y lectores interesantes para los libros!


(Texto original e ilustración: Kęstutis Kasparavičius. Traducción: Carmen Caro Dugo. Más info aquí)



Seguimos informando desde el norte, donde esta semana se han cocido cosas hermosas...

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