viernes, 31 de marzo de 2017

Mundo papel: Pop-Up Channel


Un descubrimiento de hoy.

jueves, 30 de marzo de 2017

sábado, 18 de marzo de 2017

Uno de esos momentos de plenitud en mi vida como espectadora



Le Carrousel: Gretel et Hansel, con texto de Suzanne Lebeau, 
a quien por fin he podido conocer...

viernes, 17 de marzo de 2017

Brote primaveral



/Birgit entra con la Nena, en realidad una muñequita de trapo. La acaricia y la sienta a la mesa/

Birgit. Pero no está bien, cielo, que los niños desayunen emparedados de salmón con crema agria antes de ir al colegio.

Tom. ¿Y por qué no?

Birgit. Olerían como foquitas todo el día.

Tom. Pero cariño, los niños huelen como foquitas de todas formas.

Birgit. Papá te dará las tostadas.

Tom. ¿Y por qué no galletas?

Birgit. No, no hay bollos, mi vida…

Tom. Esas deliciosas galletas industriales, llenas de grasas y de toxinas… Un verdadero drama, el de las galletas.

Birgit. Yo quiero bollos recién horneados y cuencos de leche tibia y fresca para ti.
Eso quiero, sí. 
Solo que esta mañana, mi vida, no he tenido tiempo de encender el horno. Papá y yo nos hemos levantado tarde…

Tom. Porque papá estaba haciéndole el amor a mamá, por su precioso culito, hasta hace solo unos minutos.

Birgit. Porque ayer trabajamos hasta muy tarde, y estábamos cansados.
¿Recuerdas aquel cuento, mi vida? El cuento que empecé a contarte, el otro día, mientras te bañaba.

Tom. Porque esa es la única, única manera de que no nos caiga otro jodido embarazo.

Birgit. El cuento del conejito que cavaba hoyos en su jardín… Cuando llegó el pajarito gris… Era un vencejo. ¿Lo recuerdas? El Vencejo gris volaba muy alto, agitando sus alas muy deprisa, porque eso es lo que hacen los vencejos. Y el Conejito le dijo…

Tom. Pero sobre todo porque papá ama, adora e idolatra el culito de mamá.

Birgit. Vencejo, vencejito gris… ¿Por qué no bajas aquí y te tomas una taza de té conmigo?

Tom. Y es allí donde seguiría ahora…

Birgit. Y el Vencejo, sin poder detener la velocidad de sus alas, contesta: Ay Conejo, me encantaría una taza de té, pero así es mi naturaleza, nunca puedo descender de las alturas…

Tom. …Si tú no te hubieses despertado.

Birgit. Y entonces el Vencejo, infatigable, le propone al Conejito: Conejito, Conejito, sé que no puedes volar como yo hago, pero quizá podrías trepar a este árbol y así sería casi como si lo hicieras…

Tom. ¿Volar? Birgit, Birgit…

Birgit. Pero el Conejito, un poco triste, le dice: Es que, Vencejo, tampoco está en mi naturaleza andar subiéndome por los árboles.

Tom. Tampoco está en mi naturaleza saltar desde lo alto de un fiordo.

Birgit. Así que el Conejito y el Vencejo Gris empezaron a buscar formas, maneras de encontrarse…

Tom. Una canción irlandesa era… Una canción irlandesa, triste y con ritmo al mismo tiempo.

Birgit. Es que al Conejito le encantó cómo bailaba el Vencejo, ¿sabes?

Tom. Y es que en las familias en las que, por tradición, las niñas de diez años saltan desde los fiordos al mar, no suele bailarse mucho…

Birgit. Y el Conejito subió a lomos del Vencejo, justo entre sus dos alas…

Tom. Así que Birgit se enamoró de Tom.

Birgit. Y así termina este cuento.

/Birgit ha sentado a La Nena a la mesa.
La tetera silba y la escena se suspende/

Birgit. Y ahora yo debo salir y abandonar la escena. Tom, por favor, escúchame, Tom. Este es el momento en que silba la tetera. ¿Te acuerdas, verdad?
Es cuando silba la tetera o… o suena el teléfono.
Bueno, al final parece que ha sido la tetera.
Y yo salgo por la puerta.
Birg y Tom-Tom continúan discutiendo de sus cosas, de todas sus cosas al mismo tiempo. Y por un momento, cuando yo salgo y te quedas ahí sentado, ante tus tres hijos, piensas que te vas a volver loco. Sí… Que te vas a volver loco si no gritas… Incluso piensas en el fiordo. 
Te preguntas si todas aquellas niñas saltaron también por razones parecidas. Ya sabes, las niñas de mi familia… No está claro si fue solo una o fueron muchas. Pero en realidad da igual, porque en el imaginario colectivo se ha fijado como una especie de tradición familiar. Un… ¿se dice arquetipo?
Pero son tus tres hijos. Vale que no los buscamos ninguna de las tres veces. Vale que las dos últimas tratamos de huir de ellos como de la mismísima peste. Y sin embargo, allí estaban esperándonos… sin faltar. Como una broma pesada, dijiste. Como un castigo, pensé yo.
Y aquí están, quejándose del brócoli de la comida, que no les gusta. Haciendo ruido al beberse el zumo de pomelo. Derramando la leche sobre el mantel sin darse cuenta.
De que tú no querías esto, joder.
Y entonces, mientras me echas de menos a mí o a mi cuerpo, y el fiordo sigue dentro de tu cabeza, te encuentras con el rostro de La Nena, implorándote.
Las tostadas. Claro. Bajas la vista y eso es lo que tienes delante. Dos hijas, un hijo y un plato lleno de tostadas.
Por eso yo ya he salido, Tom. Porque las tostadas ya están listas. Y porque los dos orgasmos me han retrasado un buen rato y no he tenido tiempo de hornear bollos, y el pan siempre está ahí para salvarnos la vida.
Así que ahora viene la parte en la que te adentras en una discusión interminable con tu hija pequeña, que quiere las mismas galletas que comen sus amigas. ¡Y solo tiene cinco años! ¡Y acaba de estar acatarrada! ¡Y son las ocho de la mañana! Pero es que ella, Tom, ella no se ha corrido hace veinte minutos, como tú y como yo. Ella se levanta de la cama como un torbellino de agua, repleta de energía, dispuesta a comerse el mundo… pero no las tostadas.
Y entonces Birg y Tom-Tom abandonan sus discusiones y empiezan a hacer el payaso para La Nena.
Lo que faltaba: más distracciones.
Más.
Oh Tom. Pobre Tom. Alquilaste aquella moto para huir de todo lo que más odiabas. Un padre dispuesto a medrar. Un negocio familiar en una calle céntrica de la capital. Dos putas carreras sin terminar que solo te alejaron definitivamente de la universidad. El ruido y la gente estúpida, torpe y mediocre, dispuesta a estropearte la función. Huiste sobre aquella moto para encontrarme a mí, Birgit, en aquel pueblucho. Para bailar conmigo. Para follar conmigo.
Y ahora tienes que terminar de darle las tostadas a esa mocosa para correr a abrir la tienda para correr a coger el teléfono para correr a tranquilizar a tu anciano padre para correr para traer comida para correr a darle otra vez las tostadas a…
Y La Nena cierra la boca y te suplica con la mirada. Sabe que conmigo funciona.
Pero él no soy yo, mi amor.
Él tiene que.
Así que abre la boca, mi amor. Abre la boca. Por tu propio bien, ábrela. ¡¡¡Ábrela!!!
¿Te acuerdas, verdad Tom? Este es el momento en que yo salgo por la puerta.


(/Desayuno/ - 2014)

lunes, 13 de marzo de 2017

Y lo que vino después



Es la una de la madrugada del 8 de marzo; o sea, que ya es 9. Termino de leer los últimos agradecimientos del libro de Silvia NanclaresQuién quiere ser madre (Alfaguara, 2017). Algo muy potente, pero difuso y ambiguo al mismo tiempo, me invade. Me pregunto si tendrá que ver con la tarde en la calle; con las consignas, a gritos, de la mani.
¿Quién quiere ser madre? Silvia Nanclares quiere. ¿Por qué?, se pregunta ella misma a lo largo de algo más de doscientas páginas. A falta de que alguien más lo haga, Silvia reclama, reivindica la pregunta: ¿por qué quiere ser madre quien quiere serlo? ¿Qué hay de lógico o de natural en este empeño?
¿Por qué?, me pregunto yo. ¿Es porque, hijas mimadas -aunque precarias- de la Transición, como dice Silvia, hemos crecido creyendo que conseguiríamos cualquier cosa que quisiéramos? ¿También en esto nos han engañado? ¿Somos simplemente las vástagas aventajadas -y avejentadas- de este capitalismo voluntarista y triunfal; el de ‘pelea y vencerás’?
Pero, ¿y si pierdes? ¿En qué lugar nos coloca la derrota? ¿Es posible, siquiera, perder, en términos de este léxico triunfalista que nos constituye? ¿No gana siempre, por definición, el héroe?
Quién quiere ser madre es la historia de un duelo. El de la muerte del padre, que se va sin avisar, sin despedirse. Pero también el de la hija o el hijo que no llega, que no es. En el hiato intermedio, en el vacío, ella, la hija que quiere ser madre, escribe: la incertidumbre, la obsesión, la pérdida.
Casi a los 40, Silvia emprende la aventura de ser madre. Como la heroína clásica, no titubea en sumergirse en todos los círculos del infierno: aplicaciones, tests de ovulación, foros sobre maternidad, terapias hormonales, grupos de ayuda… La novela, que tiene mucho de ensayo, pone sobre el tablero de juego todas las pruebas de la batalla: sin maquillaje ni edulcorantes. Y de paso reflexiona sobre las fallas de un sistema que de forma perversa empieza a apoyar con entusiasmo la maternidad tardía como optimización de la producción. ¿Culminación del feminismo? No, no lo parece.
“Estábamos programadas para apurar y estirar nuestra juventud, para dejar la maternidad para ese momento en que la estabilidad laboral (qué quimera) y afectiva -otra quimera- creara un suelo sobre el que soltar los huevos maduros”; pero… -nos preguntamos con Silvia-… ¿y si no lo conseguimos? Y ahí, en esa mirada sorprendida ante la propia búsqueda, en el estupor hacia la obsesión, está la quiebra del viaje, el retorno, posible, de la heroína; o de lo que de ella queda.
Abrir la mano, soltar; aun a riesgo de abandonar el control. Aun a riesgo de perder la carrera y ser otra; una otra, muchas otras, una tribu entera. “¡No pasa nada, no tengáis miedo, la culpa no es nuestra, todo saldrá bien!”, fantasea Silvia con gritarles a un grupo de mujeres que se lamen la herida de no conseguir ser madres. De no conseguir.
Tengo 34 años, a finales de este año cumpliré 35. Hasta el momento no siento deseos de ser madre, aunque es un hecho irrefutable que eso que llaman reloj biológico entrará en la reserva de aquí a unos cuatro años -eso, si no lo ha hecho ya-. Es muy probable que en algún momento, durante este tiempo, yo también me formule la pregunta, la pertinencia de esta batalla. Conozco a Silvia Nanclares desde finales de 2009; en este tiempo, ella ha sido mi maestra, mi mentora -ya que hablamos de heroínas y de viajes- y mi escritora de cabecera. Además de mi amiga. Leerla, esta vez, me ha conmovido, me ha hecho reír y por momentos también enfadar. He aquí mi ambigüedad, mi malestar; ¿será quizá, como ella dice, el espejo -el de la vulnerabilidad- en el que no quiero mirarme?
Madres o no, la pregunta pende sobre todas nosotras de forma constitutiva, existencial: ¿y si no lo conseguimos? Abro los ojos y contemplo al fin mi imagen en el espejo: mi inquietud, mi propia incertidumbre. Y al fondo, cristalina, esa revolución pendiente, tan brillantemente dibujada por Silvia: la de asumir el límite, la vulnerabilidad, la pérdida: no, no lo podemos todo, y esa pérdida, ese vacío, también somos nosotras.



(Más en Helvéticas)

jueves, 9 de marzo de 2017

viernes, 3 de marzo de 2017

A Sevilla



A partir de mañana (que ya es hoy), y hasta el domingo, estaré en el I Festival de Cultura Feminista de La Tribu, dibujando, aprendiendo, gozando... bajo la lluvia sevillana.

jueves, 2 de marzo de 2017

Una historia de escritoras



no nos dieron voz
no nos dieron nombre
no nos dieron elección
nos dieron una cara
una sola cara

cargamos con la culpa
fue injusto
pero ahora estamos aquí
nosotras también estamos aquí
igual que tú

y te seguimos
te buscamos
te llamamos
uh-uh
uh-uh, uh-uh

uh-uh
uh-uh, uh-uh

Las criadas lanzan plumas y se alejan volando como lechuzas.


Ayer la Universidad Autónoma de Madrid invistió Doctora Honoris Causa a Margaret Atwood; que será hoy entrevistada por Silvia Nanclares, maestra y amiga que presenta, también hoy mismo, su nueva novela Quién quiere ser madre; a la misma hora justa a la que Margaret pronuncia una conferencia en el Círculo de Bellas Artes. Todo hoy, todo ahora. Una bonita historia de maestras escritoras, de relevos generacionales y linajes compartidos.
Yo mientras, estaré dando clase en la Complutense. Bebiendo té. Y pensando en ambas.


(Texto perteneciente al Epílogo de Penélope y las doce criadas, de Margaret Atwood)

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