lunes, 13 de marzo de 2017

Y lo que vino después



Es la una de la madrugada del 8 de marzo; o sea, que ya es 9. Termino de leer los últimos agradecimientos del libro de Silvia NanclaresQuién quiere ser madre (Alfaguara, 2017). Algo muy potente, pero difuso y ambiguo al mismo tiempo, me invade. Me pregunto si tendrá que ver con la tarde en la calle; con las consignas, a gritos, de la mani.
¿Quién quiere ser madre? Silvia Nanclares quiere. ¿Por qué?, se pregunta ella misma a lo largo de algo más de doscientas páginas. A falta de que alguien más lo haga, Silvia reclama, reivindica la pregunta: ¿por qué quiere ser madre quien quiere serlo? ¿Qué hay de lógico o de natural en este empeño?
¿Por qué?, me pregunto yo. ¿Es porque, hijas mimadas -aunque precarias- de la Transición, como dice Silvia, hemos crecido creyendo que conseguiríamos cualquier cosa que quisiéramos? ¿También en esto nos han engañado? ¿Somos simplemente las vástagas aventajadas -y avejentadas- de este capitalismo voluntarista y triunfal; el de ‘pelea y vencerás’?
Pero, ¿y si pierdes? ¿En qué lugar nos coloca la derrota? ¿Es posible, siquiera, perder, en términos de este léxico triunfalista que nos constituye? ¿No gana siempre, por definición, el héroe?
Quién quiere ser madre es la historia de un duelo. El de la muerte del padre, que se va sin avisar, sin despedirse. Pero también el de la hija o el hijo que no llega, que no es. En el hiato intermedio, en el vacío, ella, la hija que quiere ser madre, escribe: la incertidumbre, la obsesión, la pérdida.
Casi a los 40, Silvia emprende la aventura de ser madre. Como la heroína clásica, no titubea en sumergirse en todos los círculos del infierno: aplicaciones, tests de ovulación, foros sobre maternidad, terapias hormonales, grupos de ayuda… La novela, que tiene mucho de ensayo, pone sobre el tablero de juego todas las pruebas de la batalla: sin maquillaje ni edulcorantes. Y de paso reflexiona sobre las fallas de un sistema que de forma perversa empieza a apoyar con entusiasmo la maternidad tardía como optimización de la producción. ¿Culminación del feminismo? No, no lo parece.
“Estábamos programadas para apurar y estirar nuestra juventud, para dejar la maternidad para ese momento en que la estabilidad laboral (qué quimera) y afectiva -otra quimera- creara un suelo sobre el que soltar los huevos maduros”; pero… -nos preguntamos con Silvia-… ¿y si no lo conseguimos? Y ahí, en esa mirada sorprendida ante la propia búsqueda, en el estupor hacia la obsesión, está la quiebra del viaje, el retorno, posible, de la heroína; o de lo que de ella queda.
Abrir la mano, soltar; aun a riesgo de abandonar el control. Aun a riesgo de perder la carrera y ser otra; una otra, muchas otras, una tribu entera. “¡No pasa nada, no tengáis miedo, la culpa no es nuestra, todo saldrá bien!”, fantasea Silvia con gritarles a un grupo de mujeres que se lamen la herida de no conseguir ser madres. De no conseguir.
Tengo 34 años, a finales de este año cumpliré 35. Hasta el momento no siento deseos de ser madre, aunque es un hecho irrefutable que eso que llaman reloj biológico entrará en la reserva de aquí a unos cuatro años -eso, si no lo ha hecho ya-. Es muy probable que en algún momento, durante este tiempo, yo también me formule la pregunta, la pertinencia de esta batalla. Conozco a Silvia Nanclares desde finales de 2009; en este tiempo, ella ha sido mi maestra, mi mentora -ya que hablamos de heroínas y de viajes- y mi escritora de cabecera. Además de mi amiga. Leerla, esta vez, me ha conmovido, me ha hecho reír y por momentos también enfadar. He aquí mi ambigüedad, mi malestar; ¿será quizá, como ella dice, el espejo -el de la vulnerabilidad- en el que no quiero mirarme?
Madres o no, la pregunta pende sobre todas nosotras de forma constitutiva, existencial: ¿y si no lo conseguimos? Abro los ojos y contemplo al fin mi imagen en el espejo: mi inquietud, mi propia incertidumbre. Y al fondo, cristalina, esa revolución pendiente, tan brillantemente dibujada por Silvia: la de asumir el límite, la vulnerabilidad, la pérdida: no, no lo podemos todo, y esa pérdida, ese vacío, también somos nosotras.



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