(...) Piensa en Ezequiel y en lo que puede sucederle allí arriba, me dije. Mientras tanto yo sentía que todo estaba sucediendo lejos y fuera de mí. Lo inevitable había llegado. Me di cuenta de hasta qué punto estaba preparada para afrontar ese momento.
–Ya lo sabíamos –musité.
Marcelina me miraba y no encontró palabras para el consuelo o la esperanza.
–Voy a hacer café –dijo, echando mano de los gestos sencillos, único refugio para paliar la gravedad de los hechos extraordinarios.
(Josefina R. Aldecoa, Historia de una maestra)
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