viernes, 27 de octubre de 2023

ochobre



El poema explicaba, o eso creíamos nosotros, por qué habíamos decidido dedicar nuestras vidas, juntos pero solos, a grabar los sonidos de desconocidos. Al registrar sus voces, sus risas, su respiración, sin importar cuán efímero fuera nuestro encuentro con ellos, o quizá precisamente porque eran encuentros efímeros, se abría ante nosotros la posibilidad de una intimidad única: una vida entera, vivida en paralelo, en un instante, con un desconocido. Y la grabación de sonidos, pensábamos, a diferencia de lo que sucede al filmar imágenes, nos permitía acceder a una capa más profunda y siempre invisible del alma humana, del mismo modo en que un batimetrista sumerge su sonar en un cuerpo de agua para mapear las profundidades de un océano o un lago.


Desierto sonoro (Valeria Luiselli, 2019)



Ayer tuvimos sesión sobre Valeria Luiselli, en el grupo de lectura, y hoy estoy obsesionada con los sonidos; quizá porque estoy sola en casa y es fácil fijarse en cómo cruje la tela del paño de cocina, en cada burbujita del agua caliente cayendo sobre el roiboos. Esos mapas sonoros.
Tengo una alumna nueva en el grupo de escritura de la mañana: tiene el pelo blanco, fue profesora de inglés y es muy guapa; nos ha hablado de cómo se sacó la oposición, a los treinta y tantos, y he pensado que seguramente entonces ya llevaba el mismo peinado que ahora.
Dentro de unos días iré a la peluquería –necesito acabar con esta melena cartesiana–; en el Zoom de esta tarde me he estado fijando en cuántas de las alumnas llevaban flequillo.
Hemos tenido encuentro virtual con Rosa Montero y ha dicho: Escribe, eres escritora, así que escribe.
Escribe.


Imagen del calendario de 2023 de @mugrons_art

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