La teta asustada, de Claudia Llosa, narra el proceso de autosuperación de su protagonista, peruana quechua cuya madre fue violada por un militar durante su embarazo y que le ha trasmitido a su hija ese supuesto 'síndrome de la teta asustada' (en realidad se refiere al temor a ser violada). La película transcurre en los días siguientes a la muerte de la madre, y nos presenta el periplo de la chica por superar su miedo.
Tengo que decir antes de nada que, debido a un fallo técnico, tuvimos que ver la película sin subtítulos, lo que impidió que nos enteráramos de toda la parte que tiene lugar en quechua. A lo mejor eso explica, en parte, que la película me aburriera mortalmente. Creo que debe durar hora y media larga, y confieso que me costó mantener los ojos abiertos -y eso no suele sucederme. Y también tengo algunas objeciones más concretas.
Me desespera el personaje protagonista, para empezar. El tema de las violaciones de guerra y sus efectos posteriores me parece muy serio; quiero decir que eso me predisponía a favor, en principio. Pero... ¿eso obliga a construir un personaje que es pura pasividad, pura languidez, toda la película? Porque no hay ninguna actividad por su parte, ninguna iniciativa, nada que nos haga saber qué le ocurre por dentro -ni siquiera al final, cuando supuestamente el síndrome se resuelve. Todo su papel -terrible papel, en todo caso, qué duda cabe- se reduce a estar quieta, trasmitirnos su miedo a través de lo que no hace, y desmayarse de vez en cuando -y dejarse recoger y atender, posteriormente.
Además, tengo ciertas dudas sobre la presentación del universo quechua. Hay una estética muy cuidada en la película, que parece destinada a mostrarnos una cara sospechosamente hollywoodiense de toda la familia de la protagonista. No he estado nunca en Perú ni en contacto con sus pueblos, pero tengo la sensación de que, como una de las compañeras del curso comentó, la gama de colores reales debe ir más allá del verde, del azul y del marrón.
Y hasta la historia de la patata, que es el eje en torno al cual gira la trama -como símbolo del miedo, claro- y que podría haber sido muy bien aprovechada de otra manera, queda descontextualizada, no se conecta con nada real, y acaba pareciendo un detalle casi mágico -el miedo a la violación sí es real y no tiene nada de mágico.
Antes de proyectar la película vimos el corto Mi hombre, de Miguel Gutiérrez. Presenta la imagen de muchas mujeres distintas con golpes y heridas en la cara, al tiempo que nos hace escuchar la letra de Es mi hombre, de Sara Montiel -escucharla, si una no tiene un día especialmente bueno, puede convertirse en una experiencia agónica. Así que pretende crear un paralelismo entre las imágenes de la violencia y la celebración de la misma que supone la canción. Es terrible. Pero me surge la duda de si era necesario insistir tanto, por ejemplo, en la última imagen -que casi no se soporta- o en el montaje sobre el rostro de la propia Sara Montiel -¿una especie de venganza? ¿pero... quién podría sugerir una cosa así? yo no...-. Aquí siempre me surge la duda -cada vez más- de si la supuesta crítica social legitima cualquier tipo de imagen, por muy salvaje que ésta resulte; y mi estómago cada vez me trasmite con mayor claridad que la respuesta es no.
Mal comienzo de semana. Aunque puedo decir que por las noches estoy leyendo, por fin, How I learned tu drive, de Paula Vogel, y que me compensa con creces el resto de agravios. Ya comentaré.
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