Tengo una duda acuciante. Acabo de terminar de leer The Children's Hour, de Lillian Hellman. Una de aquellas obras que me costó tanto conseguir (de las que había tenido noticias gracias a un estudio sobre dramaturgas norteamericanas) y que finalmente estoy tardando poquísimo en devorar. Es la obra en la que se basó (creo que de forma bastante más timorata en el tratamiento de la trama lésbica) La calumnia (1962), de William Wyler. Y está bastante bien -bueno, obviamente no tanto como How I learned tu drive, que ya comenté. Pero sin duda era osado plantear una trama así en el año 1952, por lo que no es de extrañar que las cosas se presentaran de la siguiente manera.
Martha y Karen son dos profesoras que regentan un colegio interno para niñas. Son propietarias del colegio -¡propietarias!-, aunque recibieron, en sus inicios, la ayuda de una mujer millonaria. Tienen una alumna malvada -muchísimo, demasiado incluso- que decide extender la mentira de que las profesoras mantienen una relación afectiva entre ellas. Y como la alumna malvada es nieta de la dama benefactora pues el rumor cunde rápidamente y el colegio se les viene abajo. Nota: aunque el rumor era mentira, Martha sí estaba enamorada de Karen, y así se lo confiesa. Conclusión: Martha se suicida después de su declaración de amor.
Mi duda es: ¿por qué?
No es la única vez que un personaje lesbiano sale tan malparado, ¿verdad? La historia nos suena. Demasiado. No me extraña verlo en los años cincuenta, incluso teniendo en cuenta que no creo que el propósito de Hellman al escribir la obra fuera moralizar en contra de la homosexualidad ni nada parecido.
Pero es que la literatura está llena de ejemplos de historias similares con finales casi idénticos. Y, claro, por un lado está bien que proliferen estas tramas. Pero por otro, una acaba siempre con esa sensación de angustia en la boca del estómago... y es muy poco sano. Y muy poco realista, creo yo.
La semana pasada fui a ver la última obra de Rubén Buren, "Historias del abandono", del grupo El Noema, en el Festival de Teatro Universitario de la Complutense. Su obra anterior, Maltrato, que ya comenté aquí, me encantó. Sólo que después de ver ésta me surge la pregunta, insistente: ¿por qué cada vez que nos coloca a una lesbiana sobre el escenario ésta acaba muriendo?
No es sólo que la literatura esté llena de ejemplos. Es que encima los ejemplos están cargados de buenas intenciones. Pienso en Esther Tusquets y en su El mismo mar de todos los veranos (a pesar de que no había muertes, el final sí era terrible y desolador), o incluso en Beatriz Gimeno y Su cuerpo era su gozo (aunque, en este último caso, completamente justificado).
Pienso que quizás, por un lado, opera de fondo el temor a la represión externa, internalizado dentro de las propias relaciones que se construyen en la ficción. Por eso son siempre tan trágicas y llenas de obstáculos, incluso aunque no traten directamente la cuestión de la represión -hay montones de ejemplos relacionados con enfermedades, por ejemplo.
Pero me preocupa que haya otros motivos, bastante más inconfesables: ¿sigue habiendo una parte de nuestro psiquismo que se niega a aceptar que una mujer que ama a otra tenga derecho a vivir? Falta normalidad en todos los sentidos. Y quien esté libre de culpa... Que proliferen, pues, los relatos.
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