sábado, 24 de septiembre de 2022

in the neighborhood

 




LOUISE, se rasca la cabeza de vez en cuando:
Anoche algo me despertó. El viento levantaba mi cortina, la luna iluminaba verde y extraña. Me levanté, preocupada. Mi oso ya no estaba sobre la alfombra. Lo eché de menos. Me hizo sentir frío por dentro. En silencio, lo busqué. Debajo de la cama, en el armario –le gusta tumbarse sobre mis calcetines viejos–, sacudí el edredón también: nada. Entonces fui a mirar por la ventana y allí, abajo, vi a nuestros osos. Sentados en círculo en nuestro césped, los tres, alrededor de la nada, como si esperaran que algo cayera del cielo en medio de sus patas extendidas delante de ellos como los pétalos de una flor con un corazón de pies. De repente, el viento se levantó entre las hojas de los árboles, una música pero sin notas, crepitante. Entonces, papá, tu oso se levantó, muy suavemente, y comenzó a bailar lentamente bajo la luna, él solo, para los otros dos que lo observaban. Al cabo de un rato, el oso de Eli desplegó su gran cuerpo transparente y, poniéndose de pie también, comenzó a bailar. Y entonces el mío hizo lo mismo. Y yo, detrás de mi ventana, con la frente apoyada en la desgastada cortina, los miraba bailar. Poco a poco, otros osos salieron de las casas de al lado, otros subieron por las calles, salieron de entre los árboles del bosque, y todos bailaron, allí en nuestro césped y en la calle, mirándose, suavemente, sorprendidos y sonriendo. Todos ellos, una pata sobre la otra, se balancean al ritmo de las hojas de los árboles que se agitaban suavemente. Y yo, desde mi ventana, escondida, observaba su vida privada, ¿comprendes?


Louise les ours (Karin Serres, 2006)

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