–¿Todo lo que quiera? –preguntó la niña, incrédula–. Eso es mucho. Y usted tendrá prisa. Otras cosas que hacer.
Miss Lunatic se echó a reír.
–¿Yo prisa? No. Y aunque la tuviera. Nunca he encontrado un quehacer más importante que el de escuchar historias.
–¡Qué casualidad! –dijo la niña–. A mí me pasa igual.
–Pues entonces tendremos que pedirnos el turno. Se ve que las dos hemos tenido suerte.
(...)
Caperucita en Manhattan (Carmen Martín Gaite, 1985-90)
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