sábado, 8 de agosto de 2020

El desconcierto




No dejo de pensar en el desconcierto, que no es lo mismo que la incertidumbre, ni tampoco lo mismo que el estupor. El desconcierto cursa con asombro, pero también con una persistente incapacidad para ligar gestos, palabras y hábitos. A menudo me sorprendo deleitándome con cosas muy pequeñas: cambiar la mesa de sitio, una hermana que se compra bicicleta nueva, el helado de chocolate del jueves, la posibilidad de hacerme gafas nuevas. Persisto, pese a todo, sobre este colchón, donde este fin de semana reescribo un cuerpo. Hay dos niñas pequeñas que juegan en un patio cercano. Hay libros que aguardan en la mesilla de noche. Zumo de tomate en la nevera. Mi compañero en Berlín. Escucho el relato de las líneas rojas: las formas, los modos de hacer y no hacer de las otras, en esta canícula rara y al tiempo igual de calurosa que fueron las demás. El miedo acecha, lo percibo día a día sin necesidad de encender la tele. Vivo en ese sube y baja continuo; en el filo entre el susto y la esperanza. El desconcierto.


Esperando siempre a que el sol desaparezca, a media tarde, por detrás del edificio; a poder retirar la cortina, abrir el balcón, dejar que se cuele algo de aire...

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