Entre los años 2000 y 2005 estudié filosofía.
Entre 2005 y 2011 me doctoré en su rama política (y en feminismo).
Después volví a la escritura y ya no tuve vuelta atrás.
Pasé muchos años sin querer tocar un ensayo; pensaba en los cinco años de la licenciatura como un yermo de languidez y pérdida de tiempo. Y en mi incapacidad para dejar las cosas a medias como la única causa posible de que no escapara antes de aquel tedio.
De algún modo que todavía no acierto a explicar bien pero que sospecho lúdico, creativo e impuro, la filosofía ha vuelto, sin embargo, a mí. Primero con Ogros, espinacas y demás... Ahora con un proyecto escénico en ciernes del que aún no puedo hablar mucho.
Los caminos resultan extraños y sorprendentes; y, a pesar de lo que siempre nos contaron, no son estancos.
Pensar no es una actividad que hagamos solo con la mente.
El teatro no es algo que creemos solo con el cuerpo.
Las cosas son y no son; al mismo tiempo.
Quizá por eso escribo.
Y hoy, revisando los maravillosos materiales de Wonder Ponder, un proyecto de filosofía visual para niñas y niños, digo algo:
después de todo, creo que
HAY UNA FILÓSOFA EN MÍ
(El proyecto presenta, por cierto, su nueva serie de filosofía visual para bebés el martes 21 de mayo)
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