Sin esas sesenta páginas sería imposible sobrevivir; es el equilibrio: si quieres escribir, debes antes ganar dinero. No hay ley mayor que ésa. Me lo repito: después podrás volver a tus libros, Señora Albero —uno puede llamarse a sí mismo, para despejar las dudas, de vez en cuando; es, se diría, saludable para la propia conciencia.
Diario de una madre sin hijo, II
En el grupo de lectura de los jueves, leemos esta tarde a Jenn Díaz. Una autora catalana que me encanta, y de la que no había comentado nada aquí. La descubrí en el verano de 2016, justo a punto de viajar a Barcelona; lo primero que hice, cuando llegué, fue ir a La Central de El Raval a comprar su novela Madre e hija, que acababa de ser traducida al castellano. La leí ese mismo mes de agosto, casi sin poder parar, entre baño y baño en la piscina de Valdebebas (veranos de periferia...). Sumergirme en ella fue como retornar al legado de las mejores narradoras de estos últimos cien años; muchas de ellas, curiosamente, procedentes de Catalunya. Su tema, en fin, es también mi propio viaje.
Esta semana he descubierto su web, Fragmentos de interior; una auténtica preciosidad. Y he leído, por fin, Diario de una madre sin hijo, la serie de nueve artículos que entre enero y febrero de 2015 aparecieron en La Tribu (y que en aquel momento no tuve tiempo -o fuerzas- de leer): un ejemplo maravilloso y alentador de escritura autoficcional... Por cierto, Jenn Díaz es también una gran fotógrafa a la que además de palabras, le gusta hacer otras cosas con las manos: cosas relacionadas con flores, por ejemplo, y con telas. Si quieres escribir...
(Imagen de Jenn Díaz, en La Tribu)
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