El primer día de E.G.B. Luisa fue entregada, una mañana más, en el pabellón de párvulos. Exactamente igual que dos años antes, pero sin el drama de aquel comienzo. Cuando Mamá -junto con el resto de mamás- desapareció por la puerta, atravesó el patio y descendió las escaleras de la entrada, Luisa supo, a pesar de los gritos y de los cuerpos, que un otoño más volvía a estar sola. Su ahora vieja profesora, que no parecía en absoluto pesarosa por el hecho de estar a punto de abandonar a su rebaño, entró en acción. Los corderos se dispusieron en aquella antigua fila india, junto a la puerta; ni siquiera habían llegado a quitarse los abrigos. Luisa, la última. La profesora dio instrucciones, explicó cosas: un murmullo lejano de sonidos, sin forma ni sentido. Hacía solo un año que Luisa había dejado de ser sorda; prescindir de los oídos era una vieja costumbre, querida, que no se quedaría en aquella aula. Solo cuando vio que la fila desaparecía por la puerta, se puso en marcha. El cemento del jardín, escalones, pasillos. Más cuerpos. La sordera como forma de supervivencia. Mientras se afanaba por perseguir la fila, camino de la que sería su aula de E.G.B., su aula definitiva en aquel centro, Luisa pensaba, y al hacerlo, hablaba: "Estoy llegando, estoy llegando, ya llego..."
Final del taller de autoficción con la grandísima Sabina Urraca.
Mañana Gijón, mañana FETEN, mañana el mar.
(Imagen: Nicoleta en bicicleta)
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