Ayer escuché una conferencia de Amelia Valcárcel en el Instituto Francés. Sus palabras, cargadas de inteligencia, ironía y sentido crítico, siempre me dejan igual de maravillada. Clausuraba unas Jornadas en homenaje a Simone de Beauvoir, probablemente la feminista más importante del siglo XX, de cuyo nacimiento se cumplen en 2008 cien años. Feminista y filósofa, aunque la propia Beauvoir, curiosamente, rechazara lo segundo -que sí le atribuía a Sartre-. Valcárcel reivindicó ayer la consideración de Beauvoir como filósofa, como una de las más grandes filósofas de este último siglo, y que siempre debería figurar entre los principales nombres del mismo. Rara vez nos la encontramos entre ellos.
Simone de Bauvoir, en efecto, fue una filósofa existencialista, que supo aplicar esta filosofía al análisis de la situación de la mujer, en un estudio impresionante y completísimo como fue El segundo sexo. Lo demás ya es historia; son muchas las deudas que tenemos hacia Beauvoir y hacia su análisis feminista. Está bien que se recuerde en voz alta.
Por ejemplo, Beauvoir nos dotó de herramientas semánticas y conceptuales para comprender problemas. Nos dotó de un lenguaje, de una metodología que hasta ese momento no existía. Poder nombrar es algo inmensamente importante, porque gracias a ello las cosas adquieren un nuevo estatus de existencia.
Junto a Valcárcel, contamos con la presencia de Anne Zelensky, la presidenta de la Ligue des Droits des Femmes, que fundó junto a Beauvoir, y que habló de la relación de Beuavoir, en los años 70, con el feminismo radical. Gracias a ello, se habló también de Mayo del 68, y de uno de sus principales legados, el feminista, que alcanzó una impresionante fuerza crítica en aquellos momentos.
La gente sigue resultando sorprendente. Me refiero a algunas de las preguntas que después se hicieron en el debate. Por ejemplo, una participante habló del aborto como opresión de la mujer, y como algo contra-natura -la expresión me hace sonreír; ya va siendo hora de dejar de hablar compulsivamente de naturaleza, ¿no les parece?-; me temo que mi respuesta no habría sido tan comedida como la de Amelia Valcárcel. También, un asistente se manifestó partidario del movimiento feminista, y a continuación interrogó a las ponentes sobre los posicionamientos agresivos del movimiento, y de rechazo de las justificaciones masculinas -no me quedó muy claro a qué justificaciones se refería. Esta última es el tipo de pregunta que sigue acosando al feminismo, y ante la que muchas veces encontramos pocas armas dialécticas y bastante desesperación. Como dijo Valcárcel, pedirle a alguien que lleva siglos machacada que no esté resentida es, desde luego, demasiado pedir.
A propósito de ello, Valcárcel habló de cómo el movimiento del 68, que, en términos de teoría feminista, debemos hacer coincidir con el feminismo radical, inaugura el derecho a la cólera dentro del movimiento. Lo que entonces no se imaginaban es que cuarenta años después tendríamos que seguir justificando esa cólera -la cólera, entre otras miles de cosas-. En fin. La pregunta era habitual; presiento que hasta ahora no hemos tenido mucho éxito a la hora de explicar nuestro enfado, y me pregunto si llegaremos a lograrlo algún día. Me pregunto también si, una vez conseguido eso, el mundo será capaz de ver el resto del bosque con sus propios ojos.
Disfruté con las dos conferencias. Pero siento una afinidad especial hacia los análisis de Amelia Valcárcel. Ella también es filósofa -como Beauvoir (y como yo)-, y alguien que contribuye igualmente a iluminarnos el camino a base de palabras y razonamientos. Debemos sentirnos afortunadas de contar con personas que consigan esto; yo le doy las gracias por todo ello.
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