miércoles, 20 de septiembre de 2023

el escritorio amarillo


(Ilustr. de André da Loba)


El espacio era una corriente de aire, una inspiración profunda. Parecía manar de los rincones de aquel escritorio, el barniz amarillo levemente oscurecido en los bordes. Era un mueble viejo incluso antes de haber sido adquirido; lo habían encontrado arrojado en las basuras de detrás de la plaza del Ayuntamiento, una noche de recogida de trastos. En aquella zona peatonal los vecinos acumulaban los muebles viejos detrás. Teóricamente, para facilitar la recogida; aunque en realidad la razón más probable sería no afear la vista de los turistas. Pero en fin. Ella no solía espigar, rara vez era capaz de distinguir lo que valía la pena de lo que no. Volvían de tomar una copa, la noche era templada, al final del verano. El plan era tratar de ir a Ikea, la semana siguiente, a por un tablero y un par de caballetes. Llenar el espacio, ese era el plan. Y entonces, quizá poco antes de la llegada del camión de recogida, allí estaba aquella mesa vieja, astillada y llena de cajones. No es un buen mueble, no es madera maciza ni nada de eso, quiero decir. Quiso decir él. Trató de seguir caminando, llegar a casa, lavarse los dientes sin tropezar con las cajas que aún quedaban por abrir en el pasillo… Pero allí seguía el mueble, y allí seguía ella. Ya había experimentado antes esa tristeza, la frustración de saber que algo se le escapaba, que volaba irremediablemente más allá de su alcance. El deseo de volver atrás, quizá ya en la cama, la cabeza tratando de descansar sobre el colchón. El camión de recogida acabando con todas sus esperanzas. No puedo volver el tiempo atrás, tengo que decidir, aquí y ahora. Las palabras y los hechos, los hechos y las palabras. Esos cajones tan pequeños, no te cabrá nada. Quiso también decir él. Y ella se imaginó la superficie: el espacio. Abarrotado de cosas. Sus cosas. Aquella corriente de aire; podrían ser las paredes y el suelo de una casa… Tengo que decidir. Se dijo. Decidir ahora. Qué mal se le había dado siempre, quizá por eso no era ella, nunca había sido, espigadora. Imaginó a Agnes, frente a ellos dos, la cámara sobre el hombro, registrando, detrás de la plaza, sin perder ripio de nada: la espigadora y el espigador. Indecisa. A ella siempre, siempre se le escapaban las palabras. Querría decirle a Agnes. La noche apremia, la vida apremia. Tenemos la casa llena… Habría podido querer decir él, o incluso ella, podría haber dicho… Y también: Lo quiero, quiero este mueble para mí.



Las comadres de Gornick, septiembre 2023

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