Ayer me enteré de que el Pequeño Nicolás (Goscinny&Sempé) cumple 60 años.
No quería irme a la cama sin recordarlo.
Crecí leyendo sus historias, especialmente durante las vacaciones en la playa, después de la Feria del Libro en la que cada año iba haciéndome con los diferentes volúmenes.
Y pienso en ellas cada vez que viajo a Francia. Ahora Nicolás sería un señor casi jubilado, quizá con hijos y hasta nietos...; costaría trabajo identificarle en cualquier ciudad de provincias, seguro (nunca me lo imaginé en París).
En cualquier caso, sus relatos continúan ocupando un lugar preferente en mis estanterías; como parte de esa literatura resistente de la que ya no me deshago.
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