¿Sabéis cómo es esa sensación de no poder dejar de crear, de que las palabras y las imágenes fluyen sin detenerse de unas a otros, y cuando vuelven a ti lo hacen diferentes, cambiadas, mejores? Hemos subido y bajado escaleras sin zapatos, hemos desayunado uvas, nos hemos disfrazado de Frida Kahlo para el pasacalles reivindicativo que pateó el centro de Cádiz reclamando la paz en Colombia (Todas somos Frida). Hemos trasnochado mucho. Incluso tratamos de bailar salsa (sin demasiado éxito, también es verdad…). Vimos bastante teatro, buen teatro (ojo a los montajes Del manantial del corazón, de las mexicanas Saas Tun, y Made in Salvador, de Teatro del Azoro, que por cierto viene a Madrid este próximo mes…). Nos mojamos mucho bajo la lluvia. Perseguimos autobuses para poder volver al hotel. Perdimos las tarjetas de las habitaciones, o las estropeamos, de manera esforzada y continua. Nos destrozamos los ojos a base de horas y horas de lentillas. Transformamos el espacio, y el tiempo. Rebuscamos y hurgamos en nuestra cultura del dolor (ya que descubrimos que el sufrimiento es nuestra salsa; la salsa, al menos, de nuestra cultura) y le sonreímos al trabajo con mimo, con cuidado. Al placer en lo micro, en el día a día a pesar de todo… y de todos. Acariciamos a nuestro monstruo (ese que chilla, y gruñe, si no le damos de comer), e invitamos a las otras a hacer lo mismo. Nos detuvimos y respiramos, y en el ínterin nos dedicamos una caricia suave, gustosa. Quizá el mundo no haya dado un gran paso; nosotras y nosotros, quienes allí estuvimos, sí. *
Gracias, Marta Pazos, de Voadora. Gracias, Laura R. Pacas y Cristina Canudas, de Teatro del Dónde. Gracias Piermario Salerno. Gracias, Juanjo Poyg. Gracias, Mariana, Jana, Inma, María Rosa, May, Romina...
* Artículo completo en Volver de Cádiz y contarlo
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