Pero decía. Que a medida que se acerca noviembre trato de recuperar algo de eso que llaman normalidad. Aunque ya no sé bien lo que es eso. Trato de volver a escribir en el blog, como hacía antes. Uf. No, normalidad no. No recuerdo bien el antes; no sé cómo era el mundo entonces. Bueno, ni el mundo ni yo. Pero aquí estoy. Superviviente del verano. Estoy escribiendo. Yo. Sola. Duele. Pero yo.
De modo que creo que ha llegado el momento de plantear mi teoría de los cumpleaños. Llevo mucho tiempo madurándola y creo que ha llegado la hora. El enunciado básico del que parte la teoría sería el siguiente: nacer con el sol brillando a pleno rendimiento no puede ser lo mismo que nacer cuando está lloviendo.
Nunca he creído en el horóscopo (porque yo era una persona seria y racional). Pero entonces llegó un mes de noviembre y las cosas empezaron a girar vertiginosamente.
No creo en el horóscopo pero cada vez estoy más convencida de que la fecha de nacimiento, y sobre todo el mes, resulta determinante en lo que una persona es. Esta teoría puede sonar rara e incluso interesada. Pero así es. A lo largo de los años he llegado a elaborar una clasificación bastante exhaustiva de lo que los meses significan en las vidas de las personas. Es una clasificación personal e intransferible; es decir, que no tiene por qué valer para nadie más (la traducción de esto es que nadie debería enfadarse al descubrir que ha nacido en el mes equivocado). La clasificación es la siguiente:
Enero. Mes muy frío (y no hablo de temperaturas). ¿Pasadas las navidades? Anticlímax total. Cuesta de enero y todo lo demás. Es un mes que cuesta muchísimo trabajo así en general.
Febrero. Peor que enero. Febrero es un mes bastante tonto: ni fiestas ni nada. Es como una meseta. Prefiero enero.
Marzo. Uf. Tampoco.
Abril. Bueno, no está mal. Si hay que nacer en primavera. Sí, si hay que hacerlo me pido abril. Suena bonito. Me trasmite una energía así como dulce.
Mayo. Políticamente correcto. Demasiado bonito. Demasiado florido. Demasiado virginal. Vamos. Nacer en mayo es un tópico. Todo el mundo debería nacer en mayo (nueve meses después de... ¿agosto? ¿vacaciones?). No, no me convence mayo.
Junio. Bueno... Ni bien ni mal. Mes complicado por los exámenes y esas cosas. Empieza a hacer calor. Pero bueno.
Julio. Es ya demasiado verano. Pero bueno...
Agosto. Un poco desolador.
Septiembre. No. No. Mes de transición: como marzo. No.
Octubre. Vamos entrando en calor. En octubre empiezan las lluvias, el color gris, el fuego... y se acerca noviembre. Mejor, claro está, cuanto más tarde.
Noviembre. Gran mes. Sí, ya sé que esta es la parte en la que la teoría empieza a sonar interesada. Pero lo digo en serio. Noviembre es un gran mes, y esto no es exactamente un juicio de valor. Es un mes intenso, cálido (repito: no hablo de temperaturas), aunque aún no metido en la vorágine de las navidades. Noviembre está lleno de brujería. Sylvia Plath es noviembre. Anne Sexton es noviembre. Astrid Lindgren es noviembre. Yo soy noviembre.
Diciembre. No está mal. Mejor si es antes de navidad, claro, por aquello de no hacer coincidir fechas. Pero es buen mes: bastante cálido también.
Mejor los días impares que los pares. Mejor los días que no están en la decena de los 20. No tengo modo de justificarlo; sencillamente, es así. He adivinado el mes de nacimiento de varias personas a las que he conocido. Es como una cuestión de energía; no de mala o buena energía, sino de la energía que corresponde a cada mes. Como la teoría de los cuatro elementos. Simplemente, lo sabes. Tú eres de marzo; tú tienes energías de agosto. Lo sabes, y punto.
Por supuesto, esta es la coda para los incrédulos y las incrédulas del mundo, hay excepciones (toda gran teoría las tiene). Sí, he conocido gente muy especial que claramente debía ser de noviembre, o como mucho de octubre, situada en un incómodo veintitantos de septiembre, almas muy creativas de enero y algunas otras rarezas y curiosidades.
Tú tienes cara de ser de...
Tú tienes cara de ser de...
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