Viene y va. A oleadas, no muy fuertes. A veces suben; pero después bajan, enseguida. Y hay momentos en que me parece una especie de melodía cuya misión fuera recordar. Sólo recordar. Por eso baja enseguida.
Y recuerdo. Es mi cuerpo. Luchando contra mi cuerpo. Porque el cuerpo, recuerdo, siempre sabe.
Y baja otra vez. Todo se queda tranquilo, relajado. Y me siento más fuerte, más segura, más consciente y hasta orgullosa. Más sabia.
(Es el teatro. Insisto. Es el teatro.)
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