"'Vagina'. Ya está, lo he dicho. 'Vagina'... he vuelto a decirlo" (Ensler, E., Monólogos de la vagina, Barcelona, Emecé, 2000 [1996], p. 19).
Así, más o menos con esa palabra, da comienzo Eve Ensler a su obra Monólogos de la vagina, que tuve ocasión de ver representada en inglés, el año pasado, en Mundos de Mujeres, que después he leído traducida varias veces, y que ayer me dio pie a organizar e impartir mi propio taller. El tema: pues ese, la vagina.
Los objetivos de Ensler, y los míos propios, son poner de manifiesto una de esas características del lenguaje que llevo tanto tiempo repitiendo: la de su poder performativo. Si no nombramos las cosas es como si estas no existieran. No nombrar la vagina equivale a invisibilizar la sexualidad y el placer de las mujeres. Y, con ello, a reforzar los mitos, el secretismo, la vergüenza, el miedo, la culpa, el asco.
Así que Ensler propone que nos digamos la palabra, varias veces a lo largo del día. Hasta que lleguemos a acostumbrarnos a su significado y ya no nos produzca nunca más miedo, vergüenza o culpa.
En realidad, no es una invención de los Monólogos. Aunque haya que investigar un poco, el arte y la cultura cuentan con otros ejemplos anteriores. Estoy pensando en Judy Chicago, con The Dinner Party (1974-79), y también con Red Flag (1971), donde utiliza la menstruación (en concreto, la imagen de un tampón) como motivo artístico. Estoy pensando en Carol Schneemann y en sus performances. Y estoy pensando en Georgia O'Keeffe, probablemente precursora, y que a comienzos del siglo XX escandalizó con sus flores-vulvas (he incluido un ejemplo más arriba).
La vagina, el cuerpo, lejos de ser algo que produzca temor, puede ser reconcebido como lugar de empoderamiento para las mujeres. De ese modo, dice Ensler, "la vergüenza desaparece y las violaciones cesan porque las vaginas son visibles y reales, y están conectadas con mujeres poderosas, sabias, que hablan de sus vaginas" (Ibíd., pp. 23-24).
Hablando de la vagina, me ronda un motivo de preocupación: ¿cómo evitar caer en forma alguna de esencialismo sobre el cuerpo de las mujeres, sobre la vivencia de su sexualidad? ¿Cómo evitar las exclusiones que genera todo esencialismo? ¿Se puede reivindicar la vagina sin caer en un reduccionismo estéril para las propias mujeres?
Ayer una de mis alumnas me comentaba que quizás hablar prioritariamente de la vagina sea un efecto patriarcal más. Quizás la vagina no constituye el lugar prioritario de la sexualidad femenina, sino sólo un reflejo del placer masculino... Ensler dice que, en realidad, habla de la vagina porque no hemos inventado una palabra más amplia: ¿vulva, quizás? Hemos de reconocer que su uso no está muy extendido. Pero tal vez sí existan muchas otras palabras que reivindicar.
A vueltas con el esencialismo, tal vez lo mejor sea no buscar 'lugares ni palabras prioritarias'. Tal vez, la propuesta venga del respeto a la pluralidad de palabras, de voces, de deseos, de cuerpos, de vaginas... me imagino que todo ello podría dar lugar a algo así como diálogos de vaginas.
¿Divago demasiado? Me refiero a que es a través de ese diálogo hipotético, sobre sexualidad, sobre poder, sobre placer... como surgen las condiciones reales del empoderamiento femenino (o del tipo que sea). Respetando los diversos deseos, las diferencias... No empeñándonos en sustituir unos dogmas por otros nuevos. La mejor receta para no caer en idealismos es mantener los ojos y los oídos bien abiertos. Como cuando Judy Chicago habla de la menstruación en Red Flag, y en lugar de negar lo que es la menstruación (imagen: blancura; eslogan: '¿a qué huelen las cosas que no huelen?'), lo hace mostrándonos un tampón lleno de sangre (sí, la regla tiene color, y también olor).
Pero será por lo que sea, que adivino un buen comienzo en la propuesta de Ensler. Ella realizó más de doscientas entrevistas antes de ponerse a escribir los monólogos; en ellas, les pidió a las mujeres que le hablaran de sus vaginas. Por lo visto, las mujeres se mostraban cohibidas al principio, "pero una vez que se animaban, ya no había manera de pararlas" (Ibíd., p. 28). Será por eso. Por el poder que confiere el uso de la palabra; porque, como dice Eve Ensler, "la palabra nos mueve y nos libera" (Ibíd., p. 24).
Será por eso. Por eso: VAGINA.
Así, más o menos con esa palabra, da comienzo Eve Ensler a su obra Monólogos de la vagina, que tuve ocasión de ver representada en inglés, el año pasado, en Mundos de Mujeres, que después he leído traducida varias veces, y que ayer me dio pie a organizar e impartir mi propio taller. El tema: pues ese, la vagina.
Los objetivos de Ensler, y los míos propios, son poner de manifiesto una de esas características del lenguaje que llevo tanto tiempo repitiendo: la de su poder performativo. Si no nombramos las cosas es como si estas no existieran. No nombrar la vagina equivale a invisibilizar la sexualidad y el placer de las mujeres. Y, con ello, a reforzar los mitos, el secretismo, la vergüenza, el miedo, la culpa, el asco.
Así que Ensler propone que nos digamos la palabra, varias veces a lo largo del día. Hasta que lleguemos a acostumbrarnos a su significado y ya no nos produzca nunca más miedo, vergüenza o culpa.
En realidad, no es una invención de los Monólogos. Aunque haya que investigar un poco, el arte y la cultura cuentan con otros ejemplos anteriores. Estoy pensando en Judy Chicago, con The Dinner Party (1974-79), y también con Red Flag (1971), donde utiliza la menstruación (en concreto, la imagen de un tampón) como motivo artístico. Estoy pensando en Carol Schneemann y en sus performances. Y estoy pensando en Georgia O'Keeffe, probablemente precursora, y que a comienzos del siglo XX escandalizó con sus flores-vulvas (he incluido un ejemplo más arriba).
La vagina, el cuerpo, lejos de ser algo que produzca temor, puede ser reconcebido como lugar de empoderamiento para las mujeres. De ese modo, dice Ensler, "la vergüenza desaparece y las violaciones cesan porque las vaginas son visibles y reales, y están conectadas con mujeres poderosas, sabias, que hablan de sus vaginas" (Ibíd., pp. 23-24).
Hablando de la vagina, me ronda un motivo de preocupación: ¿cómo evitar caer en forma alguna de esencialismo sobre el cuerpo de las mujeres, sobre la vivencia de su sexualidad? ¿Cómo evitar las exclusiones que genera todo esencialismo? ¿Se puede reivindicar la vagina sin caer en un reduccionismo estéril para las propias mujeres?
Ayer una de mis alumnas me comentaba que quizás hablar prioritariamente de la vagina sea un efecto patriarcal más. Quizás la vagina no constituye el lugar prioritario de la sexualidad femenina, sino sólo un reflejo del placer masculino... Ensler dice que, en realidad, habla de la vagina porque no hemos inventado una palabra más amplia: ¿vulva, quizás? Hemos de reconocer que su uso no está muy extendido. Pero tal vez sí existan muchas otras palabras que reivindicar.
A vueltas con el esencialismo, tal vez lo mejor sea no buscar 'lugares ni palabras prioritarias'. Tal vez, la propuesta venga del respeto a la pluralidad de palabras, de voces, de deseos, de cuerpos, de vaginas... me imagino que todo ello podría dar lugar a algo así como diálogos de vaginas.
¿Divago demasiado? Me refiero a que es a través de ese diálogo hipotético, sobre sexualidad, sobre poder, sobre placer... como surgen las condiciones reales del empoderamiento femenino (o del tipo que sea). Respetando los diversos deseos, las diferencias... No empeñándonos en sustituir unos dogmas por otros nuevos. La mejor receta para no caer en idealismos es mantener los ojos y los oídos bien abiertos. Como cuando Judy Chicago habla de la menstruación en Red Flag, y en lugar de negar lo que es la menstruación (imagen: blancura; eslogan: '¿a qué huelen las cosas que no huelen?'), lo hace mostrándonos un tampón lleno de sangre (sí, la regla tiene color, y también olor).
Pero será por lo que sea, que adivino un buen comienzo en la propuesta de Ensler. Ella realizó más de doscientas entrevistas antes de ponerse a escribir los monólogos; en ellas, les pidió a las mujeres que le hablaran de sus vaginas. Por lo visto, las mujeres se mostraban cohibidas al principio, "pero una vez que se animaban, ya no había manera de pararlas" (Ibíd., p. 28). Será por eso. Por el poder que confiere el uso de la palabra; porque, como dice Eve Ensler, "la palabra nos mueve y nos libera" (Ibíd., p. 24).
Será por eso. Por eso: VAGINA.
3 comentarios:
Gracias por publicar esta entrada. Yo iba a publicar algo similar.
A mi me gusta más hablar de vulvas que de vaginas, porque vaginas me parece una reducción patricarcal de nuestros genitales al sexo heterocentrista patriarcal.
Creo que es importante hablar de las vulvas, más que porque hacen referencia a nuestra sexualidad, porque su penetrabilidad se ha visto tradicionalmente como la fuente de nuestra vulnerabilidad y pasividad. Yo veo las vulvas como fuertes, como autónomas. Además, se han sacado del espacio de la representacion, para estar sólo en el discurso médico y pornográfico, producido por y para hombres.
Pero es importante prestar atención al tema del esencialismo. Se trata de tomar el poder, no de que nos veamos reducidas de nuevo. Creo que es importante que nos dejemos las unas a las otras representar nuestras vulvas, sean cisvulvas, transvulvas, intervulvas o como queramos llamarlas.
Sí, esas son las preocupaciones que me asaltan. Quizás la palabra 'vagina' no es lo suficientemente amplia.
Creo que el reto es ese: reconcebir las vulvas para que dejen de ser consideradas como espacios de vulnerabilidad, y empiecen a verse como sinónimo de fuerza y autonomía. Y para eso, tienes razón, hay que escuchar las distintas voces y deseos de cada una.
Muchas gracias Maeve!
Yo prefiero la palabra "coño", que quiza por vulgar es mas amplia que las dos mencionadas: es tanto la vulva, la parte mas externa (partes que rodean y constituyen la abertura externa de la vagina), como la vagina, la parte interna (conducto membranoso y fibroso que en las hembras de los mamíferos se extiende desde la vulva hasta la matriz)
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