miércoles, 13 de diciembre de 2023

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En mayo de 2018 me dejé olvidado el abrigo al bajar del tren que me traía de Vitoria a Madrid. Era un abrigo viejo, gris y lanudo, con un toque bohemio, que a mí me encantaba porque me recordaba a Virginia Woolf y porque me lo había regalado mi hermana unas Navidades cinco años antes. El abrigo, además, tenía un broche en la solapa, y era un broche muy especial que representaba un globo aerostático bordado con hilos de colores. Un broche que me habían traído de París, porque sí, como se traen los mejores regalos, sin que hubiera ninguna razón –no era mi cumpleaños, ni Navidad, ni nada–. Era uno de esos objetos simplemente bellos que alegran la vista cada día, cada vez que una pasa por encima de ellos. Aunque corrí para regresar al tren y recuperarlo, el abrigo había desaparecido.
Lloré en el andén del metro.
Llevo cinco años rastreando el mundo en busca de la posible artesana que lo hizo; 
solo conservo una foto un poco borrosa, mi memoria, una mente obsesiva.


Toulouse, diciembre 2023

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