miércoles, 20 de mayo de 2020

La imagen de la victoria



Si me miro en el espejo, no puedo tratar de abarcar la cara entera. Lo aprendí hace varios años, durante una época de exámenes finales. Si quiero saber lo que me pasa, o cómo estoy, lo que tengo que hacer es mirar mi ojo izquierdo: mirar dentro de él, y ver qué se cuenta. Mi ojo izquierdo no es como el derecho, ni –creo– como ningún otro ojo del mundo. Es un ojo distinto, que expresa los terrores, las tristezas y en general, cualquier cosa que me corra por dentro, como ninguna otra parte del cuerpo.
Pues mi ojo izquierdo lleva ya muchos días –semanas– brillante y asustado: está cansado, me dice que no entiende nada, que no puede más. Es un ojo, actualmente, desesperado.
Por las noches tengo que hacer unos enormes esfuerzos para conseguir que se duerma. Por las tardes, me cuesta mucho que aguante las horas de trabajo delante del ordenador. Porque lo que mi ojo izquierdo –sospecho– quiere no son redes sociales, ni videollamadas; él quiere árboles y montañas, y sentir el aire antes de que se vuelva demasiado caliente. Quiere cuerpos, reales, y quiere –quién lo habría imaginado, tratándose de él–, necesita abrazos. Quiere tomar el vermut como se toma el vermut: es decir, al sol. Y claro, quiere también el mar y todas las cosas que le acompañan.
No es fácil explicarle por qué hay que esperar, por qué todavía no se puede.
Así que trato de pactar con él y de llegar a soluciones intermedias. Y esta mañana hemos madrugado, nos hemos calzado las deportivas y, sin mascarilla –¡qué feliz le ha hecho eso!–, hemos salido a correr.
Y sí, la imagen de la victoria lleva filtro vívido: nos merecemos eso y más.



#YaNoMeQuedoTantoEnCasa

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