martes, 4 de junio de 2019

Infancia, almendra de leche de la escritura



Podría tratarse de esa ambivalencia, ese no estarnos calladas, ni tranquilas en nuestro sitio. (...) Estoy hablando de la infancia como núcleo creativo nuestro, inextirpable, inamovible –y al mismo tiempo inquieto– para quienes seguimos performando, cada día, la página en blanco: volviéndola de colores. La infancia como almendra –o nuez, si lo prefieren– de leche, como semilla luminosa que no hace falta encender –no es una vela– porque es imposible, de todo punto, de apagar. Esa almendra nuestra, que nos forma, nos tirotea y nos moldea: nos sigue haciendo niñas y niños, con canas, calvas y arrugas, y reuniones, y responsabilidades y hasta vista cansada. Pero niñas, niños que juegan.


Abro el correo y encuentro el último número de Primer Acto, en el que aparte de la crónica fetenera de este año, aparece publicado mi artículo sobre las infancias: un pellizco arrancado a las noches de esta primavera que me hizo muy, muy feliz escribir.

Eso, y mi vestido nuevo; alegría de tarde...

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