"–¿Ves como no hay una sola cosa que te guste?
–Sí hay. Claro que sí.
–¿Cuál?
–Me gusta Allie, y me gusta hacer lo que estoy haciendo ahora. Hablar aquí contigo, y pensar en cosas, y...
–Allie está muerto. No vale. Si una persona está muerta y en el Cielo, no vale.
–Ya lo sé que está muerto. ¿Te crees que no lo sé? Pero puedo quererle, ¿no? No sé por qué hay que dejar de querer a una persona solo porque se haya muerto. Sobre todo si era cien veces mejor que los que siguen viviendo.
Phoebe no contestó. Cuando no se le ocurre nada que decir, se cierra como una almeja.
(...)
–Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Solo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura.
Phoebe se quedó callada mucho tiempo. Luego, cuando al fin habló, solo dijo:
–Papá va a matarte."
J.D. Salinger, El guardián entre el centeno (1951)
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