sábado, 12 de mayo de 2018

Nota: Este árbol sin sentido



Pero como máximo echaban una o dos miradas hacia arriba, acaso seguidas de algún comentario del tipo el cielo está bonito esta tarde, porque no es que lo que se viera fuera algo único, al contrario, apenas pasaba un día sin que el cielo estuviera lleno de fantásticas formaciones de nubes, cada una de ellas iluminada de maneras únicas y nunca repetidas, y como lo que uno ve siempre, es lo que nunca ve, vivíamos nuestras vidas bajo un cielo constantemente cambiante sin dedicarle ni un pensamiento, ni una mirada. ¿Y por qué íbamos a hacerlo? Si al menos esas diferentes formaciones de nubes tuvieran un sentido, si por ejemplo hubiera en ellas señales y mensajes ocultos para nosotros, que había que interpretar correctamente, entonces si habría una continua atención hacia todo lo que allí ocurría, inevitable y comprensible. Pero no era así, las distintas formas y luz de las nubes no significaban nada, su aspecto en cada momento se debía exclusivamente a la casualidad, de manera que lo que representaban realmente las nubes era la falta de sentido en su forma más pura y perfecta.


Karl Ove Knausgård, La muerte del padre

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