Es miércoles, y son las diez de la mañana. Estamos a finales de octubre, pero por alguna razón hace sol.
Eso hace que el tráfico sea denso, que el autobús avance con lentitud, y que al detenerse ante la
marquesina emita ese sonido repentino, como una especie de bufido feroz, que provoca a su vez el
sobresalto de cuantas personas esperan para acceder a él. Aunque todo el mundo disimula; en este
mundo, los sustos y las sorpresas se disfrazan siempre bajo una pátina de indiferencia: Aquí no pasa nada.
También es consecuencia del elevado número de viajeros, tanto en la parada como a bordo. Del
bocinazo del taxista, que se siente agraviado por el ciclista que realiza un giro a la derecha, siempre
demasiado rápido, siempre demasiado tarde. Del taco entre dientes del conductor del bus, que lleva solo
dos horas de servicio y Madrid está cada vez peor. Y que arrancará casi cinco minutos después,
provocando a su vez diversos golpes y pisotones entre los viajeros. De su torpeza, de su tardanza,
alejándose renqueando calle arriba, bajo la solanera de Halloween, camino de la siguiente parada. Del
sonido de los cierres de los comercios, que aturde la acera. Es la causa asimismo de que la portera del
número 25 suelte un cubo de agua jabonosa, no muy limpia, a la calle; cuando la empleada doméstica
del segundo, de nacionalidad dominicana, atraviesa el portal y suelta un improperio, alega a gritos que en
el hueco del árbol yo hago lo que me da la gana. El perro de lanas, el mismo que la empleada pasea, mira a
ambas sin convicción. Y la furgoneta de reparto de Bollerías Martínez aporrea el claxon porque la
dueña de un BMW, aparcada en doble fila, le ha cerrado el paso para acompañar a sus nenes hasta la
puerta del colegio; de pago, claro. Absolutamente todo esto, las prisas, los fallos, las malas caras y los
gestos a destiempo y con desgana, está de algún modo relacionado con este sol imprevisto del otoño;
obedece a las mismas causas que este impulso de eclosión de la naturaleza cuando no le corresponde.
Que esta vida incomprensible cuando, en realidad, aquí no pasa nada.
¿Cómo se aprende a decir adiós?
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