EL HORROR IMPERECEDERO
El
norteamericano Albert Goldman, crítico teatral y musical en publicaciones como
Vogue o The New York Times durante los tumultuosos años sesenta, supo ver con
claridad el vínculo que unía a The Doors, la banda liderada por el camaleónico
Jim Morrison, con las visionarias aspiraciones de Antonin Artaud, padre del
Teatro de la Crueldad. Traigo a colación esta referencia, quizá oscura, porque
el espectáculo que nos ocupa, “negra es la noche que llega”, dirigido por
Bárbara Risso a partir de textos de Lola Fernández de Sevilla e interpretado
por Laura Salido, Manuela Morales y Fernando Martín, sabe también sacar partido
al potente psicodrama de “The End”, uno de los clásicos del mítico grupo
californiano, en lo que se nos revela como una aproximación a los preceptos
artaudianos tan (en ocasiones) desconcertante como (inevitablemente)
purificadora.
Estamos
ante el fruto de una investigación
que, para sus artífices, quizá esté lejos de considerarse cerrada pero
que ha adquirido, tras su estreno en La Usina y su paso por la Real Escuela
Superior de Arte Dramático y el espacio Labruc, una madurez y una coherencia
estructural innegables. Hay limpieza en la secuencia de asaltos que componen el
corazón de la obra, simetría en la apertura (el prólogo a cargo de Laura
Salido) y en el cierre (el epílogo a cargo de Manuela Morales), todo bajo la
silueta dionisíaca de Fernando Martín, un oscuro maestro de ceremonias que
parece imponer su respiración al conjunto o, al contrario, traducir la sístole
y diástole del espectáculo en arrebatado y cacofónico homenaje a Jacques Brel.
Es este rigor formal, que crea y mantiene las reglas de la representación, la
única concesión a un espectador expuesto, por otra parte, a sensaciones menos
intelectualizables. Una experiencia física e irracional sustentada en las
sinestesias y los rizos del texto de Fernández de Sevilla.
Un
texto que revela las huellas de Beckett y, tal vez, de Arrabal que juega con un
particular anacronismo: aliento primitivo e imágenes de la contemporaneidad. El
miedo ancestral a que la noche no se desvanezca y la oscuridad putrefacta de
los desagües de nuestros fregaderos, inquietantes ventanas por las que los
hogares exhiben sus tripas, agujeros negros que conspiran, que rumian la extinción.
Cuando Son y Tag, las curiosas criaturas que protagonizan la obra, hacen
referencia en su diálogo a los misteriosos hombres que han tomado por asalto su
hogar y lo han vaciado de sus pertenencias, “negra es la noche que llega” nos
sorprende con un aldabonazo sutil pero sobrecogedor.
El drama del desahucio nos asalta entonces
desde una dimensión también más profunda, más emocional, casi instintiva, que
sitúa la crisis social y económica, la desesperanza ante un futuro incierto, a
la altura de angustias más eternas y traumas más imperecederos: el de nuestros
ancestros ante el ocaso, el de la duda, quizá no tan ingenua, de si volveremos
o no a ver el sol.
José
Cruz
Real Escuela Superior de Arte Dramático
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