jueves, 13 de marzo de 2014

El horror imperecedero




EL HORROR IMPERECEDERO

           
            El norteamericano Albert Goldman, crítico teatral y musical en publicaciones como Vogue o The New York Times durante los tumultuosos años sesenta, supo ver con claridad el vínculo que unía a The Doors, la banda liderada por el camaleónico Jim Morrison, con las visionarias aspiraciones de Antonin Artaud, padre del Teatro de la Crueldad. Traigo a colación esta referencia, quizá oscura, porque el espectáculo que nos ocupa, “negra es la noche que llega”, dirigido por Bárbara Risso a partir de textos de Lola Fernández de Sevilla e interpretado por Laura Salido, Manuela Morales y Fernando Martín, sabe también sacar partido al potente psicodrama de “The End”, uno de los clásicos del mítico grupo californiano, en lo que se nos revela como una aproximación a los preceptos artaudianos tan (en ocasiones) desconcertante como (inevitablemente) purificadora.
            Estamos ante el fruto de una investigación  que, para sus artífices, quizá esté lejos de considerarse cerrada pero que ha adquirido, tras su estreno en La Usina y su paso por la Real Escuela Superior de Arte Dramático y el espacio Labruc, una madurez y una coherencia estructural innegables. Hay limpieza en la secuencia de asaltos que componen el corazón de la obra, simetría en la apertura (el prólogo a cargo de Laura Salido) y en el cierre (el epílogo a cargo de Manuela Morales), todo bajo la silueta dionisíaca de Fernando Martín, un oscuro maestro de ceremonias que parece imponer su respiración al conjunto o, al contrario, traducir la sístole y diástole del espectáculo en arrebatado y cacofónico homenaje a Jacques Brel. Es este rigor formal, que crea y mantiene las reglas de la representación, la única concesión a un espectador expuesto, por otra parte, a sensaciones menos intelectualizables. Una experiencia física e irracional sustentada en las sinestesias y los rizos del texto de Fernández de Sevilla.
            Un texto que revela las huellas de Beckett y, tal vez, de Arrabal que juega con un particular anacronismo: aliento primitivo e imágenes de la contemporaneidad. El miedo ancestral a que la noche no se desvanezca y la oscuridad putrefacta de los desagües de nuestros fregaderos, inquietantes ventanas por las que los hogares exhiben sus tripas, agujeros negros que conspiran, que rumian la extinción. Cuando Son y Tag, las curiosas criaturas que protagonizan la obra, hacen referencia en su diálogo a los misteriosos hombres que han tomado por asalto su hogar y lo han vaciado de sus pertenencias, “negra es la noche que llega” nos sorprende con un aldabonazo sutil pero sobrecogedor. 
El drama del desahucio nos asalta entonces desde una dimensión también más profunda, más emocional, casi instintiva, que sitúa la crisis social y económica, la desesperanza ante un futuro incierto, a la altura de angustias más eternas y traumas más imperecederos: el de nuestros ancestros ante el ocaso, el de la duda, quizá no tan ingenua, de si volveremos o no a ver el sol.
                                                            José Cruz
Real Escuela Superior de Arte Dramático

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