"Es terrible esta cosa, dijo la niña, porque sangra sangre blanca.
(...)
-Entonces juguemos a Barbazul -dijo ella-. Yo voy a ser tu mujer y tú me prohibirás entrar en la habitación pequeña. Comienza: tú vienes a desposarme. "Señor, no sé... Sus seis esposas han desaparecido en forma misteriosa. Es verdad que tiene usted una bella y grande barba azul, y que habita en un espléndido castillo. ¿No me hará daño, jamás, jamás?"
Y le imploró con la mirada.
-Entonces, ahora, tú me has pedido en matrimonio, y mis padres aceptaron. Estamos casados. Dame todas las llaves. "¿Y qué es esa linda y pequeñita?" Tú harás una voz gruesa para prohibirme que abra.
Entonces, ahora, tú te vas y yo desobedezco enseguida. "¡Ah! ¡El horror! ¡Seis mujeres asesinadas!" Me desvanezco, y tú llegas para sostenerme. Eso es. Regresas como Barbazul. Pon la voz gruesa. "Mi señor, he aquí todas las llaves que me ha confiado". Tú me preguntas dónde está la llave pequeña. "Mi señor, no sé: no la he tocado". Grita. "Mi señor, perdóneme, aquí está: estaba en el fondo de mi bolsillo".
Entonces, vas a mirar la llave. ¿Había sangre en la llave?
-Sí -dijo él-, está manchada de sangre.
-Lo recuerdo -dijo ella-. La he frotado y frotado, pero no he podido quitarla. ¿Era la sangre de las seis mujeres?
-De las seis mujeres.
-Las había matado a todas, ¿verdad? Porque ellas entraban en la habitación pequeña. ¿Cómo las mataba? ¿Les cortaba la garganta y las colgaba en el gabinete obscuro? ¿Y la sangre corría por sus pies hasta el suelo? Era sangre muy roja, roja retinto, no como la sangre de las adormideras cuando yo las rasguño. Te hacen poner de rodillas para cortarte la garganta, ¿no?
-Creo que hay que ponerse de rodillas -dijo él.
-Va a ser muy divertido -dijo ella-. ¿Pero me cortarás la garganta como de verdad?
-Sí, pero -dijo él- Barbazul no pudo matarla.
-¿Y eso qué? -dijo ella-. ¿Por qué Barbazul no le cortó la cabeza a su mujer?
-Porque vinieron sus hermanos.
-Ella tenía miedo, ¿no?
-Mucho miedo.
-¿Gritaba?
-Llamaba a sor Ana.
-Yo no hubiese gritado.
-Sí, pero -dijo él- Barbazul habría tenido tiempo de matarte. La hermana Ana estaba en lo alto de la torre, para mirar la hierba que reverdecía. Sus hermanos, que eran mosqueteros muy fuertes, llegaron con sus caballos a todo galope.
-Yo no quiero jugar así -dijo la niña-. Me aburre. Puesto que no tengo ninguna hermana Ana, fíjate.
Se volvió gentilmente hacia él:
-Dado que mis hermanos no vendrán -dijo-, tienes que matarme, mi pequeño Barbazul, ¡matarme bien fuerte, bien fuerte!
Se puso de rodillas. Se tomó los cabellos, los llevó hacia adelante y alzó la mano.
Lenta, los ojos cerrados y las pestañas trémulas, la comisura de los labios agitada por una sonrisa nerviosa, tendía el vello ligero de su nuca, su cuello y sus hombros voluptuosamente recogidos al filo cruel del sable de Barbazul.
-¡Ah... augh! -gritó-. ¡Eso me va a hacer daño!"
(Marcel Schwob, Libro de Monelle. Imagen de springleap.com)
(Acabo de volver del teatro, de ver Los vivos y los m(íos), de José Cruz, con montaje del reciente y tristemente fallecido Álvaro Tejero. Aunque sea duro reconocer esto, es la primera vez -creo- que consigo ver teatro experimental en el circuito alternativo de Madrid. Todavía tengo los pelos como escarpias. En TurliTava, C/ Tres Peces 34)
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