sábado, 14 de enero de 2012

¿Sonoras!

El teatro es un arte de la pobreza. O algo así, que decía García May (no recuerdo la frase exacta).

La escritura es un arte de la dificultad: cuanto más frío, cuanto más cansancio, más ruido y sobre todo más miedo, más palabras.

El otro día fui a ver The Artist, la que se supone que es la película del año pero que a la hora de la verdad la gente no está yendo a ver, imagino que por algunas de sus peculiares características. Error. Que la película sea muda no es motivo para quedarse en casa; durante al menos dos décadas el mundo acudió embelesado ante el cinematógrafo para ver, justamente, películas mudas (también por el hecho de la novedad, claro).

The Artist es una gran película y me encantó. Lo más singular de ella es que te mantiene en la butaca durante casi dos horas durante las cuales no oyes absolutamente ninguna palabra. De hecho, las palabras se convierten en algo superfluo y molesto. Sin ánimo de provocar suicidios en cadena diría (sin ser la primera, desde luego, en hacerlo) que tenemos el texto sobrevalorado. Claro que la película debe de recurrir a técnicas de rodaje (planos y demás) que ni por asomo existían a principios del siglo XX; y claro que la abundancia de primeros planos incide en la creación de una psicología inusual en el mudo para los personajes. Pero eso no la hace engañosa: al fin y al cabo se trata de una crónica coherente (coherente con el momento en que es elaborada) del traumático paso al sonoro. Y por supuesto, en blanco y negro.

Un mundo sin ruido. En el que, cuando los ruidos empiezan a surgir, la expresividad de los actores y las actrices muere. Esa es la pesadilla. Y prefiero no decir más.

Después volví a casa. Pensando en Charlot y en Buster Keaton y otros. En Nosferatu. En la desesperada expresividad corporal de El chico. Y en la poética de lo inútil y desfasado.

Estos días estoy dedicándome a ver varias películas mudas. Algunas de ellas, ciertamente, no son muy buenas; en general, cuando los pantallazos de texto son demasiado frecuentes (la obsesión por explicar...). Sin embargo, generan un silencio sepulcral en la sala; ni ruidos ni palabras, solo la música. Como en un ritual. Sagrado.

Y yo escribo.



"-¿Por qué estás tan preocupado?
-¿Yo? A mí no me preocupa nada. Soy el actor más viejo del cine de acción. Y llegan las sonoras. ¿Por qué coño tengo que estar preocupado? ¡Las sonoras, Charles! ¡Sonoras! Sonoras.
-¿Te imaginas a Charlot hablando?
-Es el futuro, Charlie.
-No, mientras yo viva.
-¡Sonoras!
-¡Nunca cuajarán!
-¡Sonoras!
-¿Sonoras?
-¡Sonoras!
-¡Sonoras!"

(Robert Downey Jr. como Charles Chaplin vs. Kevin Kline como Douglas Fairbanks,
en lo alto del Monte Lee. Chaplin (1992), de Richard Attenborough)



(Imagen de floredo.wordpress.com)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo no la he visto, aunque me llama mucho la atención. Debe de ser como un momento de silencio en medio del "ruido" al que estamos acostumbrados.

L. dijo...

Eso es, exactamente!
Vete a verla, te encantará.

Saludos!

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