Me acuerdo de que pensaba que existían varias lunas, que no era posible que se viera la misma desde tantos lugares diferentes, y de que siempre decía: ¡Otra luna!
Y de que mi padre me contestaba, con fingida desesperación, que no, que era la misma. Era como un juego que se repetía. ¡Otra luna!... y la reacción de mi padre, que me hacía reír.
Las niñas y los niños poseen un ego muy superior al que seguramente después logran forjarse de mayores. Porque si yo pensaba que existían varias lunas era porque no podía concebir que mi perspectiva no fuera la principal, la que probara la imposibilidad de que una misma luna, tan alta y tan grande, pudiera verse desde distintos lugares. Y que además ésta tuviera su propio movimiento, ajeno al mío. Los niños y las niñas, sin saberlo, son partidarias de la física aristotélica; poco dadas a ceder en la teoría del movimiento de los astros y a dar su brazo a torcer en el hecho de no ser el centro del universo.
Algo sucede después, en torno, probablemente, a la adolescencia o inicio de ella, que rebaja las expectativas considerablemente. Resulta que mi existencia sobre el planeta, y mi movimiento sobre el mismo, no eran los únicos hechos concomitantes. Había otros astros, además de otras personas, que también existían y se movían (porque existir sin movimiento es algo probadamente difícil).
Pero, sin embargo, no había otra luna.
1 comentario:
Después de tantas contestaciones desesperadas para convencerte, ahora resulta que sí hay más lunas y estrellas y planetas: millones y millones más. Somos tan poco....
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