Vuelvo de ver Hey girl!, en el María Guerrero, de un autor italiano llamado Romeo Castellucci. Es una experiencia rara. Teatro para sentir más que para pensar. Sólo que yo, para variar, no puedo dejar de pensar nunca.
Sensitivamente, es como un viaje a las profundidades de la existencia humana; aún tengo ese olor metido en la nariz y no consigo sacármelo. Tiene imágenes potentes; texturas, luces, trasparencias. Y ruido, mucho ruido (además de silencio).
Tengo algunas dudas sobre cierta misoginia de fondo -las palabras, la capacidad simbólica, ¿es sólo masculina?- pero ha habido metáforas muy acertadas, en mi opinión: Romeo y Julieta, o sea, el amor en medio del paisaje de la lucha, la destrucción y la intolerancia; o esa última imagen masculina invertida; o la alternancia entre las dos actrices.
Y he visto cosas alucinantes de ver sobre un escenario: el juego de las máscaras, el material que se derrite durante toda la función, cosas que aparecen y desaparecen, delante de tus narices, sin que te des cuenta.
En realidad, es una obra bastante desagradable. Pero me da la sensación de que pretende serlo. La palabra 'destrucción' no dejaba de rondarme. Y la destrucción tiende a no ser amable a los sentidos; ni sobre un escenario ni en ningún otro sitio. El ruido que no cesa, el olor de la podredumbre de la historia, nuestra historia, las palabras repetidas, a toda velocidad, evidenciando la profunda incomprensión entre los seres humanos.
No sé. Como digo, no consigo dejar de pensar nunca. A lo mejor por eso escribo.
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